Historias de pueblo

De un municipio de 25 habitantes al mundo

Un altar de sacrificios celta en Ciruelos de Cervera

La piedra, cerca del Prado de Berros, es una de las más destacadas del entorno y se ubica junto a un arroyo desde el que hace 2.500 años obtenían el agua necesaria para los rituales, como explican Jesús Núñez y Sebastián Martínez, ambos de Ciruelos.

Jésus Núñez junto a la piedra en Los Navazos. Fotografía: Mónica Núñez

Esta roca, situada en el término municipal de Los Navazos en Ciruelos de Cervera, junto al Prado de Berros, donde existió un pueblo con el mismo nombre y un monasterio o priorato benedictino de San Mamés, que perteneció al monasterio de Santo Domingo de Silos, fue, seguramente, un altar de sacrificios hace 2.500 años, en la Edad de Hierro. Se cree que las gentes que habitaron esta zona hicieron sacrificios a los dioses para pedir o invocar su protección.

¿Por qué se piensa que este lugar fue un altar? De acuerdo con Jesús Núñez y Sebastián Martínez, que han investigado sobre este asunto, existen unas características comunes entre los altares célticos, que también se dan en el caso concreto de esta piedra. Se trata de una roca destacada en el entorno, con unas cavidades excavadas (llamadas lóculos) en la parte superior, donde se realizaban los sacrificios.

La peña se ubica junto a un arroyo desde donde obtener agua, necesaria, como en la mayoría de las religiones para ceremonias de purificación. Además, su disposición alargada hace que esté en línea con la puesta del sol, en el solsticio de verano. Las fuentes escritas (principalmente romanas) narran el desarrollo de los ritos paganos de las sociedades prerromanas.

Fotografía: Mónica Núñez

El ritual comienza cuando el druida o sacerdote se lavaba las manos, signo de purificación. Para el sacrificio se degollaban a uno o varios animales (buey, cerdo, oveja, cabra…), derramando su sangre en el lóculo y de ahí después caía al suelo. Durante el proceso se hacían juramentos a los dioses, a los que ofrecían las vísceras. Finalmente, la carne se asaba y se comía en un banquete. Esta ceremonia, además de un acto religioso, era también un acto social y político.

Las sociedades prerromanas de esta época eran politeístas (doctrina de quienes creen en la existencia de muchos dioses). Estos rituales paganos se mantuvieron al menos durante 300 años después de que en el siglo IV el emperador Teodosio instauró el cristianismo como religión oficial del imperio romano.

A quienes nos gusta este tipo de investigación pensábamos cuando veíamos esta roca: ¿para qué pueden servir estos círculos que estaban excavados en la peña? Hasta que vimos la peña del pueblo de Gete y nos aclaró todo el enigma: eran los lóculos de un altar de sacrificios celta.

Jesús Núñez Izcara y Sebastián Martínez Núñez

Una historia de abuelas bajo chimenea de campana


Sebastián Martínez, natural de Ciruelos de Cervera, lleva muchos años volcado en la elaboración del árbol genealógico tanto de su familia como de su pueblo. En pleno confinamiento, compuso el siguiente relato, que transcurre entre 1743 y 1822 y que tiene como protagonistas a Manuela Carpintero Munguía y Melchora Eraso Carpintero. La idiosincrasia de los patarrubios, como se conoce coloquialmente a los naturales de Ciruelos, no se entendería sin la hermana de un cura que llegó al municipio procedente de Covarrubias. «Para llegar donde estamos, han intervenido diferentes familias. Todas han sido necesarias para ser lo que somos», subraya Martínez. 

Foto: Guillermo López

La parroquia de San Sebastián de Ciruelos de Cervera quedó vacante por fallecimiento de su titular, D. Andrés Araúzo Monje. Esto sucedía el año 1742.

El nuevo párroco asignado fue D. Matías Carpintero Munguía. Él y su familia procedían de Covarrubias. Acompañándolo vinieron a Ciruelos de Cervera a vivir. Fueron Manuela Carpintero Munguía y su marido, Manuel Eraso Ortiz.

Los párrocos, cuando se incorporaban a sus nuevas parroquias, acostumbraban a llevar a familiares suyos que los atendían en sus quehaceres y vivían con ellos.

El matrimonio de su hermana Manuela Carpintero Munguía estaba en edad de procrear y aquí nacieron sus hijos. En Ciruelos nació Melchora en el año 1748, María en 1751, Domingo en 1755, Damián en 1757 e Isabel Úrsula en 1761.

En aquellos años las formas de acordar matrimonios eran muy diferentes… con 12 o 13 añitos ya podían casar, así que nuestra joven Melchora Eraso Carpintero pronto fue casadera: con 15 años ya la casaron con un joven mozo de 21 años de edad, natural de Ciruelos de Cervera, pero residente en Santa María del Mercadillo. Él se llamaba Manuel y era hijo de Pedro Hernando Abejón, natural de Ciruelos de Cervera, y María Palacios Hernando, natural de Mercadillo. Llenos de juventud y vitalidad, Manuel y Melchora se casaron en el año 1763 en Ciruelos de Cervera.

Pedro Hernando Abejón y María Palacios Núñez habían contraído matrimonio en Santa María Mercadillo en el año 1729. Después de 20 años de vida en Ciruelos de Cervera y 9 hijos, se trasladan a Mercadillo a vivir, donde tuvieron tres hijos más. Allí fallecen en  1777 y 1790 respectivamente, no sin antes haber dejado en sus testamentos una manda de misas a la Virgen del Carmen y Jesús Nazareno de Ciruelos de Cervera. Su estancia en Ciruelos les marcó la vida y enviaron unas oraciones de recuerdo a la hora de abandonar este mundo, a celebrar en la iglesia de Ciruelos de Cervera.

Melchora vio arder medio pueblo de Ciruelos de Cervera en la guerra de los franceses

Pedro Hernando Abejón era hijo de Blas Hernando Núñez y Agustina Abejón, aquel que tiene grabado su nombre en la fuente de la ermita y que dice  así: «Esta portada se hizo siendo teniente de alcalde Blas Hernando. Año 1703».

Manuel Hernando y Melchora Eraso se casaron en el año 1763 en Ciruelos de Cervera  y tuvieron una vida movida, su fortaleza y su juventud empujaba a vivir la vida como entonces se hacía. Melchora, con sus 15 años al casar, no se amedrentó ante lo que suponía su corta edad para empezar a parir. Dieciocho partos la tuvieron entretenida en su joven y dilatada vida, pero desgraciadamente, como entonces sucedía con mucha frecuencia, los niños que nacían no tenían su supervivencia fácil: de sus cuatro primeros hijos ninguno supero los veinte meses de vida. En el año 1770 nació Antonio, que vivió larga vida. Después, en 1771 nació Manuel, que no superó el año de vida. En 1772 nació otro Manuel, que fue cura en Santa María del Mercadillo hasta el año 1804 que falleció en la peste que asoló dicho pueblo. De los ocho hijos que nacieron después del año 1772 solo sobrevivieron Juana, que nació el año 1779, e Isabel, que nació en 1782 y que con el paso del tiempo casó con Antonio Martínez Núñez, en 1802.

Estaba el pueblo en sus continuos trajines y dentro de la religiosidad que entonces se vivía, se habían enfrascado en poner suelo fijo en su iglesia, que hasta entonces era de tierra pisada. Añadamos a esa circunstancia el hecho de que se enterraba en su interior, abriendo las fosas en su suelo y eran muchas las que se abrían al año. En estas circunstancias se desenvolvían. Así que cabildo y cofradías del pueblo se pusieron de acuerdo para adoquinar la iglesia, que así se denominaba esta obra. El párroco D. Matías Carpintero también se comprometió a ayudar.

Reunidos concejo y cabildo a toque de campana tañida el día 11 de mayo de 1767 acuerdan: «La necesidad de adoquinar el cuerpo de la recordada iglesia es grande así por su decencia como por el polvo que resulta a sus retablos y como también lo es en extensión de los caudales que gratuitamente han ofrecido sus vecinos». Era mayordomo Manuel Martínez.

Cabildo y cofradías del pueblo se pusieron de acuerdo para adoquinar la iglesia en 1767

Acordaron adoquinar el cuerpo de la iglesia con baldosas de tierra cocida, formando 90 sepulturas, por un valor de trescientos ducados de presupuesto. Pasados unos días maduraron el proyecto y cambiaron la idea del tipo de suelo: lo pondrían de piedra. Los vecinos se ofrecieron a acarrear los materiales los días festivos.

Mientras trabajaban en el adoquinado, hechas 28 sepulturas, murió inesperadamente el párroco D. Matías Carpintero. Era el año 1767 y fue enterrado en la capilla del Nazareno. Y aquí se cortó la progresión de la obra, que no se reanudó hasta que se solucionaron los muchos problemas económicos que se dieron.

Manuela Carpintero Munguía, como albacea de su hermano cura, tuvo que enfrentarse a la solución de algunos problemas derivados del testamento de su hermano en referencia al apoyo económico que su hermano había prometido a la obra del adoquinado.

Otra vez el cabildo hubo de tomar decisiones y dicen: «En la villa de Ciruelos de Cervera y en sus casas consistoriales a 20 de enero del 1768, estando juntos la mayor parte de sus vecinos a repique de campana, acuerdan tirar la obra hacia delante ante la indecencia que muestra la iglesia con la obra parada». Se vuelven a ofrecer los vecinos para portar materiales: piedras, cal, madera, serrar piedras y todos ellos son los vecinos que allí firman. Firman 18 vecinos.

El pueblo se ha ido llenando de nietos, bisnietos, tataranietos y…..retataranietos con el apellido Martínez

No fue hasta el día 13 de noviembre de 1779 cuando se dan por concluidas las obras del adoquinado. Salieron 105  fosas, más pequeños aprovechamientos de espacios en sus extremos. ¡Se había construido un gran cementerio! (En el año 1833 se dejó de enterrar en su interior).

Mientras tanto nuestra anfitriona, Melchora, fue teniendo hijos hasta concretar los quince partos en el año 1786.  Desgraciadamente, en 1786 sufrió tres fallecimientos, en corto espacio de tiempo en su familia directa: murieron el 30 de agosto su hijo Sebastián de tres añitos; el 8 de septiembre su último hijo, León, recién nacido; y el 17 de septiembre su marido Manuel Hernando Palacios. Recordemos que de estos 15 partos solo la sobrevivieron cuatro hijos: Antonio, Manuel (el cura), Juana e Isabel.

Dos años duró la viudedad de Melchora. En el año 1788 se volvió a casar con otro vecino del pueblo llamado Esteban Hernando Rojo. De este matrimonio volvió a tener tres hijos: en 1789 nació Domingo, en 1791 Vicenta y en 1792 Josefa. Y tenemos los dieciocho partos. Tanto sufrimiento para solo añadir un sobreviviente más. Dieciocho partos y solo cinco hijos salieron adelante. ¡Cuánto dolor!  Solo Vicenta vivió la vida de estos tres últimos nacidos. Melchora debió tener una fortaleza de hierro. Había nacido el año 1748 y murió 1822. Fue enterrada en el interior de la iglesia, nave mayor fosa 12. Una gran fosa para una gran dama. ¡Vio arder medio pueblo de Ciruelos de Cervera en la guerra de los franceses! Y la dureza de los años posteriores.

Pero nos dejó algo sin lo cual la mayor parte del pueblo no sería lo mismo. Recordemos que venía de Covarrubias. Nos dejó a Antonio, Juana, Isabel y Vicenta como descendencia suya. Así pues Manuela Carpintero como abuela y Melchora Eraso como madre intervinieron o han intervenido directamente en la futura amalgama de familias que forman hoy nuestro pueblo. Y fue así:

Antonio Hernando Eraso se casó con Manuela Martínez Hernando. Fruto de este matrimonio nació Indalecio Hernando Martínez,  que en el año 1821 y en segundas nupcias, se casó con Petra Álamo Hernando. Indalecio y Petra, entre varios hijos, tuvieron a Juan Hernando Álamo en el año 1830, que se casó con Francisca Nebreda Martínez y tuvieron una descendencia con la que llenaron el final del siglo XIX y el siglo XX de Hernandos. De aquí nacieron en 1853 Clotilde Hernando Nebreda, que se casó con Victoriano Martínez del Cura el año 1877; en 1857 nació Aureliano Hernando Nebreda, que se casó con Eustaquia Peña Martínez en 1883 y con Gregoria Portugal Domingo el año 1916; en 1860 nació Félix Hernando Nebreda, que se casó con Antonina Martín Martínez en el año 1888; en 1865 nació Petra Hernando Nebreda, que se casó con Pedro Giménez Peña eln e año 1890; en 1871 nació Melchor Hernando Nebreda, que se casó el año 1894 con Ana Giménez Peña y en segundas nupcias con Modesta Aragón Arribas; en 1874 nació Santas Hernando Nebreda, que se casó también con Pedro Giménez Peña en el año 1897. Y la mayor parte de Ciruelos de Cervera ya conoce a su descendencia o recuerda sus nombres. Toda una saga de antepasados: ¡Los Hernando!

Para llegar donde estamos han intervenido diferentes familias, todas han sido necesarias para ser lo que somos

Juana Hernando Eraso se casó con Dionisio Martínez Álamo en 1793 y de una larga familia de 13 hijos solo salieron adelante tres. Una de ellas fue Ana Martínez Hernando, quien en 1829 se casó con Leoncio Peña Martínez. De Leoncio y Ana Martínez Hernando nació en 1835 Felipa Peña Martínez, que al pasar de los años, en 1857 se casó con Nicasio Giménez Arribas. Aquí tenemos a todos los Giménez de Ciruelos de Cervera. En el año 1861 nació Damián Giménez Peña, que se casó en 1883 con Antonia Aragón Hernando; Pedro Giménez Peña nació en 1864 y se casó en primer lugar con Rosa Martínez Martínez y después con las hermanas Santas Hernando Nebreda y Petra Hernando Nebreda, respectivamente; Esteban Giménez Peña nació en 1871 y se casó con Petronila Martínez Giménez eln e año 1894 y en segundas nupcias con Paula Ortega Llano, en 1912. Y aquí tenemos a todos los antepasados Giménez de finales del siglo XIX, del siglo XX y XXI. ¡Los Giménez!

Isabel Hernando Eraso se casó en el año 1802 con Antonio Martínez Núñez, de cuyos vástagos sólo dos casaron. No ha llegado descendencia a estas fechas posteriores, se malograron.

Vicenta Hernando Eraso fue hija del segundo matrimonio de Melchora Eraso. Vicenta se casó en el año 1807 con Mateo Martínez Araúzo y este matrimonio, increíblemente, sólo tuvo un hijo llamado Pelayo, que nació en 1808. Pelayo casó con Petronila Martínez Martínez y este matrimonio volvió a la rutina de las grandes familias: 14 partos fueron el fruto de esta pareja de los cuales solo tres sobrevivieron, tres que sirvieron para abastecer a Ciruelos de Cervera de Martínez. Pelayo y Petronila fallecieron en la peste de cólera del año 1855. La gran mayoría de Martínez descendemos de los Pelayos, su descendencia ya nos es más conocida, si te hablaron de ellos los abuelos. Ellos fueron el Hilario, que se casó en el año 1855 con Juana Álamo Martínez; el Juan que se casó con Leta Martínez Arribas en el año 1870, y el Mateo que se casó con Secundina Giménez Arribas en 1870. El pueblo se ha ido llenando de nietos, bisnietos, tataranietos y…..retataranietos ¡Martínez!

Me gustó esta historia a medida que iba vislumbrando su potencial genealógico, de cómo la hermana del cura, venido de Covarrubias, y la sobrina, se habían integrado y formado parte de un pueblo que cuando llegaron a él lo encontrarían distante, ajeno, extraño. En los 21 años del curato de Matías, arraigaron, procrearon y posteriormente fallecieron también en él.

He intentado hacer ver que para llegar donde estamos han intervenido gentes de diferentes familias. Todos han sido necesarios para ser lo que somos, para configurarnos. No podemos infravalorar ni sacar a ninguna persona, pues no seríamos lo que somos. Ahí tenemos un tejedor de Nebreda, un boticario de Vilviestre, un labrador de Mercadillo, un pastor de Tejada, otro de Briongos de Cervera, otro de Barriosuso, un albañil de Álava, un herrero de Castroceniza, la familia de un cura de Pineda, otra de otro cura de Covarrubias y más curas, una familia de maestros de Lerma, zapateros, carpinteros y en los últimos años secretarios, médicos, maestros, tenderos, guardia civiles, forasteros de la inmigración…

Y el día de las morcillas y los torreznos disfrutamos enormemente todos de nuestro pueblo y hemos hecho tradición, como nuestros abuelos, en la procesión de San Roque, que a todos nos enorgullece. ¡Idiosincrasia de PATARRUBIOS!  

Pau desarrolla apps médicas desde Ciruelos

Llevaba un tiempo queriendo dejar atrás Barcelona y desde hace dos meses lo ha conseguido. Este ingeniero informático de 33 años no sólo se ha convertido en el habitante más joven del pueblo, sino también en el primer teletrabajador. Cultiva su propio huerto. Sale con la bici al finalizar su jornada laboral. Y apenas tiene que dar unos pasos para recibir al panadero o el carnicero. Aquel Pau que veraneaba en Ciruelos jamás imaginó que terminaría instalándose en la casa de sus abuelos. «Aquí estoy, tan feliz».

¿Qué te ha llevado a cambiar Barcelona por Ciruelos de Cervera?

Mi idea era irme de Barcelona porque mi trabajo de informático es relativamente fácil de realizar desde casa. Desde hace un tiempo quería mudarme a un pueblo, allí en Cataluña. Es la manera que me gusta de vivir, tener mi casa, mi huerto… Aún no me podía ir por temas económicos, además del confinamiento. Esto, sumado a que se vendió el piso en el que estaba en Barcelona, me hizo ver que la mejor alternativa era instalarme en Ciruelos, ya que tenía la casa familiar. Y aquí estoy, tan feliz.

Llevas dos meses…

Sé que quizá no me quede aquí toda mi vida, pero hasta el año que viene por lo menos estaré en Ciruelos.

¿Tomaste la decisión antes de la pandemia?

Sí, lo tenía pensado desde antes. Alguna vez también había pensado venir aquí una temporada, pero nunca se había dado esta circunstancia. La pandemia ha ayudado a tomar esta decisión.

¿Te ha costado encontrar un trabajo que te permita trabajar a distancia?

Como informático, no. No he buscado un trabajo para hacer teletrabajo, es el trabajo que ya tenía, sólo que por la pandemia a todo el mundo nos han mandado a trabajar desde casa. Les dije que me iba a ir al pueblo a vivir y como ya llevaba un año y pico teletrabajando, no me han puesto problemas en venirme de Barcelona a Burgos.

¿Tienes buena conexión?

Relativamente. Digamos que aquí puedo trabajar. Lo que pasa es que para hacer ciertas cosas tardo bastante más. Uso la red de datos de móvil. Todo va por datos de móvil. Puedo trabajar, quizá para ver Netflix voy más justo.

¿A qué te dedicas?

Desarrollo aplicaciones médicas y también me ha tocado todo el tema del coronavirus. Hago portales para que médicos y clientes puedan entrar y colgar pruebas de pacientes, informarles y hacer un diagnóstico online de radiología, oftalmología, dermatología, cardiología… Ahora con el tema del covid también hemos hecho otra plataforma que es sólo para pacientes del coronavirus, se hacen pcr, test serológicos… Desarrollo estas aplicaciones para que la gente de la propia empresa las utilice. Es un sector muy muy en auge. De hecho, mi empresa, Atrys, ha crecido muchísimo en los últimos años.

Por la tarde cojo la bici y en minuto estoy en pleno campo, viendo animales

Cuando eras pequeño y veraneabas aquí, ¿alguna vez te hubieses imaginado estar hoy desarrollando apps desde Ciruelos?

Qué va, nunca. Tampoco lo del pueblo lo veía muy claro. En verano se está muy bien, pero ¿y en octubre o en febrero? Aquí lo pasábamos muy bien durante el verano, todo eran fiestas y diversión, pero tampoco me veía yo aquí sin amigos. Ya de más mayor, más independiente, es algo que me gusta. Me voy con la bici solo, me hago mis planes… Estoy bien aquí.

¿Qué te aporta Ciruelos?

Muchas cosas buenas. El hecho de conocer el pueblo, que puedo contar con la gente que conozco, puedo contar con la familia que está cerca, el hecho de tener una casa, conocer todo lo que hay alrededor… Lo siento como mi casa. Igual yo ahora me voy de alquiler y para sentir como tuya esa casa tardas un tiempo. Aquí lo siento como mío. El cambio de Barcelona al pueblo ha sido muy fácil, lo siento como mi segunda casa.

Con 33 años, ¿estás redescubriendo el pueblo?

Sí, el hecho de vivir en Ciruelos te hace conocer más cosas. Descubro la gente que vive aquí, me busco mis lugares para conocer…

Que el carnicero y el panadero lleguen hasta la puerta de casa es otra de las ventajas…

Y no sólo eso. También es la calidad que te traen. En la gran ciudad, a saber de dónde viene la carne que compras. Aquí sé que el carnicero seguramente conozca directamente al ganadero. Es producto de primera calidad y, además, te llega a casa.

¿Cómo ha cambiado tu día a día?

En Barcelona, trabajaba durante el día (eso no ha cambiado nada porque estoy encerrado en una habitación con el ordenador) y cuando acababa de trabajar, me busco planes como ir al gimnasio, salir de tiendas, tomar algo con los amigos… Aquí trabajo lo mismo, pero por la tarde cojo la bici y en minuto estoy en pleno campo, viendo animales y cosas que gente de la ciudad igual no ha visto en su vida. Eso me ha cambiado mucho y a mejor porque a mí es lo que me gusta. También me busco otro tipo de planes. Los fines de semana me voy a hacer brasa (barbacoa). También estoy haciendo mi propio huerto, lo que supone bastante trabajo. Es algo que al final se agradece en verano cuando ves que todo ese trabajo te lo puedes comer.

¿Es la primera vez que cultivas tu propio huerto?

Desde cero sí. Tengo ayuda de mi tío, que me va dando indicaciones.

¿Echas algo de menos de Barcelona?

Quizá la comodidad de encontrar las cosas. Se me ha dado el caso de que me falta algo en casa y ahí tienes que pensar en coger el coche para ir hasta Aranda. También el hecho de salir a tomar unas cervezas. Aquí al final soy el único de la cuadrilla que estoy.

Eres el más joven del pueblo…

Puede ser que sí.

Y el primer teletrabajador de la historia de Ciruelos, ¿animarías a más jóvenes a que sigan tus pasos?

Si tienen la posibilidad y a la empresa no le importa en qué lugar del mundo estén, yo sí lo recomendaría. No tiene porqué ser permanentemente, incluso se lo pueden plantear por temporadas. Siempre te puedes venir el medio año que hace buen tiempo. O venirte un par de meses, un poco para catar lo que es la vida rural. Sí que lo recomendaría.

¿Regresarás a la oficina?

No, no. Para ocasiones esporádicas, sí, tipo una reunión muy vez en cuando y ver a los compañeros. Pero para el día a día no. Si me fuerzan a cambiar este estilo de vida, dejo el trabajo antes que volver.

¿Te ves en Ciruelos durante mucho tiempo?

Como mínimo principios del año que viene. Creo que la pandemia no acabará rápido y seguiremos con restricciones. A saber qué puede venir. Me dejo de margen todo este año. El futuro no lo sé, las cosas pueden cambiar mucho.

Villanueva de Gumiel reinventa las Marzas

La Asociación Cultural La Cardosa celebra esta tradición milenaria con un vídeo en el que, en tiempo récord, lograron la participación de 118 villanovenses repartidos por distintos puntos de España. Ni el coronavirus ni tampoco las restricciones para frenar los contagios pudieron con la ilusión de entonar unos cánticos muy arraigados.

 

«Para cantar las Marzas por separado, licencia tenemos desde la distancia del señor alcalde y del Ayuntamiento». Así comienzan las Marzas más singulares que se han cantado en Villanueva de Gumiel en las últimas décadas. La pandemia de coronavirus obligó a la Asociación Cultural La Cardosa a reinventarse si no querían dejar en blanco esta tradición. Y vaya si lo hicieron. En apenas cinco días consiguieron involucrar a 118 villanovenses. Por separado. Desde la distancia. Pero con la misma ilusión.

La mecánica fue sencilla. Cada uno de los participantes recibió por WhatsApp una estrofa. Después se grabaron un vídeo cantando. Lo mandaron de vuelta y la propia asociación se encargó de realizar el montaje con los 47 fragmentos que componen los cánticos, muy arraigados en Villanueva de Gumiel.

«La respuesta fue muy buena. De hecho, sólo quedó una estrofa pendiente», cuenta Iván Nebreda, impulsor de la iniciativa, recordando que hace muchos años «los solteros se encargaban de cantar las Marzas e iban pidiendo por las casas». Unos les daban dos reales. Otros, un huevo. Los más jóvenes tenían que pagar una peseta para que les dejaran sumarse. Así las cosas, con los reales y las pesetas que juntaban, compraban escabeche, que merendaban con huevos cocidos. Según Nebreda, a los vecinos que no habían colaborado, les tiraban las cáscaras a la puerta de casa, de forma que todo el pueblo sabía quiénes no habían participado.

Hoy la tradición ha cambiado mucho. No sólo por el hecho de haberse celebrado de forma online. También por la implicación de distintas generaciones. En el vídeo aparecen varios niños entonando los cánticos. Con sus padres. Con sus abuelos. Grupos de amigos. Todos volcados en mantener esta tradición.

Si algo bueno han conseguido las nuevas tecnologías con estas Marzas online es que han podido participar personas que, de otro modo, hubiera sido muy complicado. Entre ellas, Nebreda destaca que una chica que vive en Antequera (Málaga) le contactó para que le asignara una estrofa ya que su madre es de Villanueva de Gumiel. «Ahora vive en una residencia, fueron a visitarla y le grabaron cantando», explica. No es una única historia emotiva que esconde el vídeo. También hay quienes salieron del pueblo con seis años y aún hoy siguen recordando desde Barcelona las estrofas que escuchaban cantar a su padre.

«En lugar de quedarnos con esa frustración, después de no haber podido celebrar las fiestas, ni juntarnos con las cuadrillas en verano, hemos conseguido volver a la actividad», destaca Nebreda. En su opinión, han logrado cerrar un pequeño círculo después de que el año pasado se reunieran 120 personas en la cena de la asociación y otros muchos después a cantar las Marzas, a las puertas de que la covid pusiera el mundo patas arriba. Recorrieron Villanueva de arriba abajo acompañados por unos bidones de metal con ruedas en los que meten lumbre y, una vez terminaron, disfrutaron de un chocolate con bizcochos en la plaza.

Ahora, dice, lo más importante es el cariño con el que han conseguido mantener viva esta costumbre. «Es reconfortante que a la gente le ha gustado. Es el mayor triunfo que puedes tener». Porque si algo está claro es que el vídeo queda para la eternidad.

Alejandra, la veterinaria que recorre toda la provincia de Burgos con su furgoneta

Al final, la felicidad residía en algo tan sencillo como cuatro ruedas y un motor. Al menos la de Alejandra Plazio. Después de muchos años trabajando ‘encerrada’ en clínicas veterinarias, decidió poner en marcha su propio proyecto profesional: Go Vet, un servicio a domicilio con el que va de pueblo en pueblo. Y lo hace equipada con todos los aparatos necesarios para realizar desde las pruebas diagnósticas más sencillas hasta cirugías más complicadas. Todo para facilitar el bienestar y la comodidad tanto de los animales como de sus dueños. En su equipaje también hay hueco para una gran sonrisa, la de alguien que ha encontrado su sitio en el medio rural. 

Dicen que la felicidad no es un lugar, sino un camino. Alejandra Plazio ha elegido una furgoneta para transitarlo. En su caso, el periplo tiene un carácter eminentemente rural porque, tal como reconoce esta joven veterinaria de 33 años, ha encontrado su sitio recorriendo cada uno de los pueblos de la provincia de Burgos. Y lo hace para atender a todo tipo de animales a domicilio.

Después de muchos años trabajando en distintas clínicas veterinarias, decidió cambiar de rumbo. Se sentía encerrada entre cuatro paredes cuando ella se había decantado por estudiar esta carrera para estar en el campo. El coronavirus le acabó de dar el último empujón. Tras un par de meses en ERTE, en mayo se quedó sin trabajo. Los meses siguientes fueron de «mucho estudio», de reciclarse, de ponerse al día… y de que la idea que tenía en mente desde hace bastante tiempo, terminara de germinar.

«Necesitaba crear algo, encontrar mi sitio», cuenta Alejandra. Ese algo y ese sitio responden a dos palabras: Go Vet, un servicio veterinario a domicilio que nace de la unión de dar respuesta a unas necesidades personales y vocacionales, y también por las ganas de facilitar los servicios veterinarios a quienes tienen animales.

«Me di cuenta de que en algunas circunstancias, ir al veterinario es un trastorno. Trasladarse a una clínica supone subir al coche al animal. Los gatos, por ejemplo, lo pasan muy mal saliendo de casa. Los perros a veces se marean y vomitan, van llorando todo el camino… A ello se suma que las clínicas en Burgos tampoco están en calles donde se pueda aparcar fácilmente», relata, sin olvidarse del tiempo de espera, ahora convertido «en calle de espera» por la covid. Así pues, un elemento, más otro, más el anterior llevaron a Alejandra a apostar por su propio proyecto profesional.

Aunque apenas lleva unos meses circulando con su furgoneta, desde octubre, no puede estar más contenta. «Hay que ser valiente. Veo a mucha gente en mi profesión que se tiran buena parte de su vida amargados por no ser un poco más valientes. No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero vivir feliz», subraya Plazio, madrileña de nacimiento pero burgalesa de corazón. De hecho, se trasladó a Burgos con siete años ya que a sus padres les destinaron por trabajo y asegura que no lo cambiaría «ni por todo el oro del mundo». También ha vivido en Palencia, Córdoba y León.

Entonces, ¿cómo funciona Go Vet? Basta con una llamada, un correo o un mensaje por redes sociales. Alejandra se desplaza allí donde la llamen. Por ahora, está trabajando mucho en el Alfoz y también se ha trasladado a localidades como Castrojeriz, Pampliega o Pradoluengo. Con todo el equipamiento que lleva en su furgoneta, puede hacer «prácticamente cualquier tratamiento que se realiza en una clínica estándar: desde procedimientos sencillos como vacunas, desparasitaciones o revisiones. También pruebas diagnósticas, como radiografías, ecografías, analíticas de sangre, orina y heces».

«No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero ser feliz»

Pero no sólo eso. Cuenta con un oftalmoscopio para poder «hacer un buen examen de las estructuras oculares y del conducto auditivo». Y sí, en la furgoneta también realiza cirugías. De momento, poco invasivas. No obstante, está a la espera del equipo anestésico para hacer otras algo más largas en la unidad móvil.

Como ella misma recalca, todos estos tratamientos se pueden llevar a cabo dentro de los domicilios ya que los aparatos son portátiles y la sonda, por ejemplo, dispone de su propia batería. «Si vas a vacunar a un gato, lo que quiero es que esté en su casa y se sienta cómodo», dice. Si se dan circunstancias especiales o el cliente prefiere que no entre en su casa, entonces opta por la unidad móvil.

Alejandra reconoce que le costó «mucho» encontrar un vehículo que se ajustara a su presupuesto y que no fuera demasiado antiguo. Después, modificó los muebles de almacenaje, hizo la instalación eléctrica para todos sus aparatos de laboratorio, diseñó una mesa de acero inoxidable a medida e instaló una placa solar «para que aguante todo el gasto que se necesita cuando está todo arrancado». «Me lo he inventado. Todo está diseñado a mi medida y mi gusto», aplaude.

Entre una explicación y otra, Plazio recibe la llamada de un cliente. Se trata de un señor de Tomillares. Va en silla de ruedas y tiene a su perro, un pastor alemán, enfermo. Alejandra le hace todo tipo de preguntas. Y, sobre todo, le escucha y le calma. «No me importa estar hablando una hora con un señor para que me cuente sus preocupaciones», admite. A fin de cuentas, Go Vet es más que un servicio veterinario al uso. Le permite un trato mucho más cercano, más personal. Conoce al animal, al dueño, las circunstancias que les rodean… «Eso me nutre», remata con una sonrisa que no le cabe en la boca.

En esta línea, aprovecha para desterrar los estereotipos que aún hoy pesan sobre el medio rural. «Muchas personas creen que los animales en los pueblos están desatendidos o que sus dueños no quieren gastarse el dinero en ellos. Hay una imagen muy equivocada», advierte, para añadir: «Tú les proponer ir y cuidarlos y están encantados. La gente de los pueblos sí se preocupa por los animales y si se tienen que gastar el dinero lo hacen, ya no te digo si son animales para el trabajo. Lo que pasa es que hasta ahora para encontrar a alguien que los atendiera era complicado o imposible en muchos casos». De ahí el porqué de su negocio. De ahí su pasión por lo rural. Pero, sobre todo, de ese camino hacia el bienestar: «Muchos días vuelvo a casa a las 11 de la noche cansada. Pero nunca había sido tan feliz en el trabajo».

 

Ricardo, un pastor de 33 años vocacional

Toca la trompeta, forma parte de una batucada, le encanta viajar y explorar, es un apasionado de los animales… y un soñador. Aspira a montar su propia granja escuela y, por qué no, una quesería. También es el único ganadero en 50 kilómetros a la redonda. Vive en Belbimbre porque le gusta, por orgullo familiar, por apego a sus raíces y porque ejerce un oficio en el que “todo son ventajas”: recuerda que las ovejas limpian el campo, impidiendo los incendios, y lo abonan, producen leche y de ahí un sinfín de derivados. Pero no sólo eso: su profesión le permite un aprendizaje continuo. No hay límites, ni tampoco está dispuesto a estancarse. Eso no va con él.

– ¿De dónde te viene la vena ganadera?

Mis padres desde siempre me llevaban a la nave. Además, desde pequeño he tenido un don para cuidar y tratar a los animales. Casi todo ganadero lleva un recuento de cada oveja, sus producciones, prolificidad… Y yo tengo esa facilidad de conocer a todas las ovejas. De hecho, puedo hablar cinco minutos de cada una. Mi meta es mantener el rebaño, ir seleccionando, mejorando, vivir mejor, sobre todo tener más tiempo, e incluso hacer una granja escuela y dar a conocer de dónde vienen los productos. Este verano habrán pasado por la explotación más de 100 personas para ver a los animales.

– ¿Crees que se está olvidando lo más básico? Cuando nosotros éramos pequeños sabíamos perfectamente de dónde venían los huevos, por ejemplo.

Lo que ha pasado es que los niños ahora viven en la ciudad. Vienen al pueblo y ven a los animales desde el coche, a lo lejos, no los tocan. Es totalmente diferente. De hecho, te voy a contar una anécdota que me marcó. Las ovejas están identificadas todas mediante dos métodos: con un microchip que llevan en el estómago y un crotal en la oreja. Pues vino una niña y me dice: “¿Qué es eso que lleva esa oveja en la oreja? ¿El precio?”. Me marcó.

– ¿Cuántos animales tenéis en la explotación?

Incontables. Ovejas, cabras, burros, caballos, cerdos vietnamitas, ocas, faisanes, patos, perros, gatos, palomas… Ovejas alrededor de 600 madres, más luego cuando nacen los corderitos, que en cada lote rondan entre 300 y 400. Vamos que en época de paridera se duplican los animales.

– ¿Cuál es para ti el más inteligente?

Cada uno es inteligente a su manera. Ninguno es igual. Cada perro tiene su perronalidad. De hecho, el perro es nuestra arma de trabajo más valiosa. Solo con la mirada ya te guías. La oveja, sin embargo, es el animal más tonto que existe. Las cabras también son bastante inteligentes, pero para mí el perro y el caballo.

Lo suyo sería cerrar el ciclo creando nuestra propia quesería

– ¿Cómo es tu día a día en Belbimbre?

Tranquilo, sin estrés, pero sin parar. Depende mucho de la época. Al fin y al cabo, en este oficio teniendo personal para trabajar y haciendo cada tarea entre varias personas se lleva bien. No madrugo mucho, me levanto sobre las 9 y voy a la nave. Pero mi madre a las 7 ya va a ordeñar. Lo primero que se hace es el ordeño. Suelo sacar a los animales al campo hasta la 1 del mediodía. A las 3 y media se vuelve a ordeñar hasta las 5 y media y de ahí hasta las 9 se sale de nuevo con el rebaño.

Por cierto, el rebaño está dividido ahora en dos subrrebaños: producción de ordeño y luego las gestantes, que las lleva el otro pastor. Es un calendario marcado. Mañana viene la veterinaria a hacer ecografías porque ya quedan dos meses para que tengan el cordero. La madre tiene que descansar dos meses antes de tener la cría para que esté en buenas condiciones. Ahora, en octubre, es el ciclo natural de todos los rumiantes. Si no, en julio y en marzo tenemos que programar el rebaño para provocarles el celo. El rebaño se divide en dos lotes para buscar el precio del lechazo y poder ordeñar todo el año. Entonces se va jugando con esos lotes y se programan para que no se junte en una época muchísima producción y en otra nada.

 

– ¿Qué hacéis con la leche?

Formamos parte de la cooperativa Quesos Cerrato de Baltanás (Agropal), allí lo elaboran y hacen quesos, cuajadas y otros productos. Lo suyo sería cerrar el ciclo creando nuestra propia quesería, pero de momento es un marrón. Por decirlo rápido, el lechazo es para cubrir las necesidades básicas de la madre y la rentabilidad que nos queda a nosotros es la leche.

– ¿Cómo os ha influido la pandemia en vuestro trabajo?

Somos los menos perjudicados. Podemos salir al campo sin ninguna restricción y con la mayor normalidad del mundo. Te afecta de cara a los veterinarios y algunas gestiones. Y, aparte, que costó dar salida a los corderos en marzo y abril por el confinamiento.

– Tengo entendido que pastoreas con una yegua…

Dado que tengo los animales, qué mejor que sacarles un partido. Llego a hacer una media de 23-24 kilómetros diarios. Teniendo la posibilidad de ir a caballo, para qué ir andando.

– ¿También les tocas la trompeta a los animales?

Todavía no. La trompeta requiere una resistencia brutal, que se gana tocándola todos los días. Llevármela todo el día a cuestas para solo practicar 20 minutos no me merece la pena. Pero bueno, llegará el momento.

– Aparte de la trompeta y los animales, ¿qué otras cosas te gusta hacer?

Tocar en una batucada, viajar, la naturaleza, conocer, explorar… Soy muy activo.

Estoy en Belbimbre por vocación y también por orgullo porque toda mi familia han sido ganaderos

– ¿Cómo es la vida en Belbimbre? ¿Qué servicios tenéis y cuáles os hacen falta?

Los pocos servicios que había los están quitando. Por ejemplo, las consultas médicas. Había dos a la semana y desde la pandemia se han eliminado. Nos toca ir al consultorio de Pampliega. El panadero viene todos los días. Al carnicero le puedes llamar y te lo trae. Una ventaja es que conoces a la gente y nos hacemos favores mutuamente. También hay una asociación con máquinas expendedoras y hace poco una señora decidió montar una casa rural y en verano puso un chiringuito de helados.

– En tus 33 años, ¿siempre has vivido en Belbimbre?

Menos dos de Erasmus en Palencia. Al instituto iba a Burgos y el resto he estado aquí.

 – ¿Te ves fuera de de tu pueblo?

En un principio no. Este año vamos a hacer la incorporación al sector como sociedad limitada. Y, claro, para pedir las ayudas uno de los requisitos es mantener el negocio cinco años. Mi objetivo es tener más tiempo libre y organizar la empresa como una compañía normal y corriente con tu mes de vacaciones, tus extras y demás.

– ¿Crees que los jóvenes rurales recibís las ayudas que necesitáis o echáis en falta más apoyo? ¿Te sientes respaldado o es por pura vocación?

Estoy por vocación, porque me gusta, también por orgullo porque toda mi familia han sido ganaderos, por todo el trabajo que han metido mis padres en la explotación. Además, que yo no podría estar en una oficina ni en una fábrica como un robot. Cada vez empiezo a valorar más que lo que tenemos. Trabajar en esto es un privilegio. A 50 kilómetros a la redonda no se ha quedado nadie con la ganadería, nada más que yo.

Sí se han quedado muchos agricultores, pero vamos que demasiadas subvenciones cobran. De hecho, muchos trabajan en la ciudad y van el fin de semana para hacer el campo. Veo excesivo que se esté regalando el dinero a esta gente. Luego, además, hay mucha vagancia. Veo una comodidad, que la gente no cultiva para sacar beneficio, sino para obtener la PAC. La PAC esté con nosotros. Se está ayudando y compensando a no cultivar, pero dónde se ha visto que den subvenciones por dejar una tierra de barbecho. Es una cosa muy extraña.

Eso sí, si a alguien le gusta el oficio de ganadero y quiere montar una explotación y tiene que empezar de cero es imposible. Aparte de que no venden nada, muchas veces se duplica el coste.

 

– ¿Alguna vez te has sentido juzgado por ser joven y vivir en un pueblo?

Sí, me han llamado peina ovejas, pastorón… Una de las ventajas que tiene este oficio es que pasas mucho tiempo en el campo solo y, a veces, te vuelves un poco psicoanalista. Yo pienso que los ganaderos estamos hechos de otra pasta, aunque sea a base de palos. Pero vamos, por uno me entra y por otro me sale. La gente que habla del vecino es porque no tiene vida propia.

Mis padres empezaron con muy poquitas ovejas. Antes se ocuparon de los animales de los ricos

– ¿Qué has aprendido hasta ahora?

Todos los días se aprende algo, especialmente a interpretar la naturaleza: no todas las plantas son hierba, muchas son comestibles y cada una sirve para una cosa. Es un aprendizaje continuo.

– ¿Qué te gustaría aprender? ¿Qué metas te pones?

Esto va paso a paso. Sin aturullarme, me gustaría mantener el rebaño, dedicarme a provocar los celos y manejar el calendario, además de montar una granja escuela. Si va bien, una quesería. Si eso va bien, a por otra cosa. No hay límites. No te estancas, este oficio te permite un aprendizaje constante.

– ¿Cómo ha cambiado la explotación desde que lo montaron tus padres hasta ahora?

Mis padres empezaron con muy poquitas ovejas. Antes ellos se ocupaban de las ovejas de los ricos. Pero después se plantaron. Tenían alquilados distintos corrales hasta que decidieron hacer la nave en nuestra propia finca. Comenzaron con 100 ovejas que les dejó mi abuelo de herencia de raza churra, que se destina a la producción de carne. Pero eso ya ha quedado obsoleto. O cambiabas o te comía el mercado. Así que decidimos meter otra raza y conseguir el híbrido: madre churra y carnero Assaf (proveniente de Marruecos). Sacas una oveja que tiene los mejores genes de ambas razas: la producción lechera del padre Assaf y la rusticidad de la madre churra.

Ahora tenemos ganas de crecer porque una de las ventajas de la zona es que no hay ganadería y nos dan la posibilidad de aprovecharnos de arrendar los pastos de los pueblos circundantes. Nos gustaría ampliar y crear más empleo.

En Pampliega nos han dado la ventaja de que, si llevamos las ovejas, nos dejarían los pastos gratis. Quieren que vaya el ganado porque limpia el terreno, impide que haya incendios… Es de los pocos oficios que es todo ventajas: producción de leche, transformación del pasto en productos alimenticios, limpian el campo y lo abonan. La única desventaja es que emiten metano a la atmósfera.

Suena la alarma del móvil, son las cinco de la tarde. ¡Toca volver a la nave!

Esther, la peluquera rural que va de casa en casa

La necesidad agudiza el ingenio. Resulta que en muchos pueblos no hay autobús. Resulta que muchos mayores ya no disponen de coche propio para desplazarse y dependen de sus familiares para las tareas cotidianas. Hijos que, por otra parte, han tenido que emigrar a grandes ciudades. Pero resulta también que hay personas dispuestas a inyectar ilusión en el medio rural. Una de ellas es Esther, quien desde hace cinco años se ha echado a la carretera con su peluquería ambulante. Recorre numerosos pueblos de Burgos y si algo tiene claro es que este modo de vida “es una maravilla”.

Dicen que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Algo así es lo que ha hecho Esther. Esta peluquera de Tardajos (Burgos), consciente de que cada vez la gente de los pueblos tiene más problemas para desplazarse -ya sea por la falta de transporte público o por su avanzada edad-, decidió ir ella misma por las casas. Vamos, que si una persona no puede acudir a la peluquería, no hay excusas: Esther va a su domicilio. Y, así, todos contentos. Lo que en el lenguaje moderno se llama un ‘win-win’.

Ya lleva cinco años recorriendo buena parte de la geografía burgalesa con su furgoneta monovolumen en la que hace auténticas virguerías para encajar todos los artilugios: la caja de los tintes por aquí, los maletines de ruedas cubiertos de purpurina y repletos de peines por allá, que si la plancha de alisar, que si las toallas, que si los productos de maquillaje… ¡Ah! Y hasta una cafetera. No se le escapa ningún detalle.

A Mahamud, por ejemplo, acude un día a la semana. Lucinia y Pili son clientas habituales de Esther. La primera tiene 92 años. Cuenta que el próximo 14 de febrero sumará una vela más y que, aunque ella es de Revenga de Muñó, vive en este pueblo de la comarca del Arlanza, con unos 70 habitantes, desde que se casó hace 69 años. Recuerda que cuando llegó con 23 años, el municipio rondaba las 600 personas y que no había ni casas para comprar porque todas estaban ocupadas.

Ahora, además de peluquería, en Mahamud cuentan con servicio de pescadería, panadería, carnicería o farmacia. “Estamos todos servidos a la puerta de casa, estamos como queremos. Sólo nos hace falta dinero”, bromea Lucinia. Todos llegan sobre ruedas. Salvo el médico, que “desde que empezó esta peste dejó de venir”, dice. El que también acude todos los domingos, para alivio de estas vecinas, es el cura.

Mientras Esther termina de peinar a Pili, Lucinia le espera en el local que el ayuntamiento cede para tal uso. Tiene una memoria privilegiada. Lamenta que el coronavirus les haya ‘robado’ las tardes de partida de cartas en el centro de jubilados. Eso sí, aún hoy los hombres juegan por una parte y las mujeres por otra. “No podemos guardar la distancia, así que nada”, se resigna. Entre tanto, Pili ya está lista y ambas se despiden para dar un paseo a su perrita hasta el 8 de octubre, su próxima cita para acicalarse.

“Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”

Esther valora que estas mujeres le enseñan a ver la vida de otra manera: “Me educan, me inculcan lo que es el respeto”. Ella se siente una privilegiada, dice que su trabajo de peluquera ambulante es “una gozada” y que no volvería a la ciudad para trabajar. Lo dice con conocimiento de causa. Empezó trabajando en Burgos. Después se mudó a Logroño. Y cuatro años después volvió a la capital burgalesa. Siempre entre rulos, tintes y moldeados.

Un tiempo después, montó su propia peluquería en un área de servicio en Villodrigo. Sí, al lado de una gasolinera. Fueron 13 años que dieron para mucho, especialmente porque Esther conoció a «gente maravillosa» de muchos países. Los vínculos son tales que aún hoy sigue cortando el pelo a algún camionero de los que entonces paraban en Villodrigo. Y ella encantada: lo mismo saca las tijeras en el aparcamiento de un hotel que en un restaurante de la A-1. Podría decirse que ha peinado a toda la gente de la zona.

Ya ha desinfectado el asiento cuando entra un hombre de mediana edad con cierta prisa por el trabajo. Se llama Alfredo y es ganadero. “Córtamelo como siempre”, le dice a Esther. La sintonía es total. Y el rato de ir a la peluquería se convierte en algo más que el simple hecho de peinarse o cambiar de look. Son clientes muy fieles. Y Esther les premia: cada uno lleva una tarjeta en la que además de apuntarles el día y la hora -solo trabaja con cita previa-, les pone unos sellos, de forma que cuando consiguen el décimo tienen un tratamiento gratis. “Es un detalle que me gusta tener”, dice. Tampoco les cobra el desplazamiento.

Una vez termina en Mahamud, pone rumbo a Pampliega, a unos 11 kilómetros. En este caso, tiene cita con Puri en su casa. A Esther también la pueden encontrar en Villasilos, Pedrosa del Príncipe o Tardajos. Va por toda la zona. De camino, siempre con el pinganillo bluetooth en la oreja, le llama otra clienta para ver qué día le puede teñir el pelo. No para ni un minuto. Se ríe, lo disfruta, dice que este trabajo es “una puta maravilla”.

Una energía que Esther contagia a quienes se ponen en sus manos. “Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”, relata Puri, mientras espera a que el tinte le haga efecto. Al principio, le pedía a Esther que le cortara el pelo exactamente igual que lo llevaba. Ahora ya le deja hacer lo que quiera. “Alargo el tinte todo lo que puedo para que me lo haga ella. De hecho, en Madrid me preguntan quién me ha cortado el pelo. Yo la recomiendo a todas mis amigas”, dice la mujer, que hizo numerosos anuncios para televisión y que ahora pasa entre cuatro y cinco meses en Pampliega y el resto del año en Madrid. No puede estar más contenta con Esther: “Es maja, no te engaña, usa productos buenos y está al tanto de las tendencias. Chapó”.

Pocas personas como ella saben exprimir mejor el tiempo. Cuando aparca la furgoneta, le gusta tocar en una batucada, es voluntaria en un comedor social y está involucrada en la directiva de dos asociaciones, una en Burgos y otra en Tardajos. Ya lo dice el lema que guía su peluquería ambulante: “Tú mism@”.

 

Mario, el fotógrafo argentino que ha echado raíces en Gumiel de Izán

Llegó a la Ribera del Duero casi por casualidad. Se enamoró del lugar y decidió aparcar su carrera como analista de sistemas para apostarlo todo por su pasión: la fotografía. No fue el único cambio: aterrizó en un municipio de 550 habitantes en pleno corazón de Burgos procedente de una megaurbe como Buenos Aires, con más de 17 millones. Desde entonces han pasado casi 20 años y Mario Pascucci sigue ‘encuadrando’ todo cuanto sucede a su alrededor con la misma curiosidad del primer día. Está convencido de que el arte de fotografiar puede ser un buen aliado para la repoblación. Al fin y al cabo, las imágenes viajan, se regalan, despiertan interés y animan a mucha gente a descubrir la belleza que hay en el medio rural.

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¿Qué tal, Mario? Como se suele decir, ¿qué hace un tipo como tú en un sitio como este?

Es una historia un poco larga. Vine a la Ribera del Duero en el año 2003 por un proyecto en una empresa de aquí. A su vez, desde siempre me había dedicado a la fotografía como afición. Una vez terminado ese proyecto, empecé a hacer lo que me gustaba, que era trabajar con fotografías y decidí volcarme en ello en Aranda.

¿Cuántos años llevas en España?

Ya son 17. Estuve dos años en Aranda, hasta el 2005, y después me mudé a Gumiel de Izán.

¿Por qué Gumiel?

En ese momento, me gustaba mucho la tranquilidad de los pueblos de la Ribera. Vengo de una ciudad muy grande como Buenos Aires, entonces los pueblos nos parecen lugares idílicos. Ese fue un motivo. Y el otro motivo era económico. Comprar algo en un pueblo era más barato que en Aranda. Elegí Gumiel porque me gustó desde que lo vi y está cerca de Aranda.

¿Cómo fue la acogida? ¿Qué recuerdos guardas?

Bueno, fue particular. Hubo mucha gente que conocí apenas llegué al pueblo y tuve una muy buena acogida. Otra gente se sorprendió, parecía que venía como una invasión de otro planeta, especialmente cuando les contaba que quería hacer un proyecto de fotografía o algo cultural. En general, tuve buena acogida. Es un lugar muy bonito para estar.

No suele ser habitual que nadie, sea de donde sea, monte algo cultural en un pueblo…

La mayoría se centra en las ciudades, piensan que es más fácil. Pero yo creo que es al revés. En los lugares donde menos cosas puede haber es más fácil llegar y hacer algo. No hay tanta gente que hace lo mismo que uno. Para mi gusto fue acertado.

¿Cómo surgió tu pasión por la fotografía?

Desde chico me gustó siempre mucho la fotografía. Mi padre, cuanto terminé la escuela primaria, me regaló una cámara de carrete y empecé a hacer mis fotografías. Como me gustaba viajar, hacía bastantes fotografías en los viajes y después me armaba libros con las fotos. La primera vez que vine a Europa, en 1985, me compré una cámara mejor y empecé a hacer más fotos. Tuve una afición más fuerte y una revista de Argentina vio esas fotos de Grecia y publicó toda una serie de mis fotografías. Ahí empezó un poco el camino. Participé en muchos concursos hasta que hice la carrera de fotografía en el Fotoclub Buenos Aires. Ahí estuve estudiando cuatro años. Al mismo tiempo trabajaba en informática como analista de sistemas. De hecho, por eso vine a Aranda.

La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían

Siempre una mente inquieta.

Siempre, toda la vida.

¿Cuántos países has recorrido con la cámara?

Muchos, la verdad es que muchos. Tuve la suerte por mi trabajo de viajar mucho y por afición también recorrí India, Tailandia, Rusia, Cuba, casi toda América Latina, el norte de África y de Europa visité casi todos los países. Y siempre sacando fotos. Cuando volvía a Argentina esas imágenes se ofrecían a revistas, concursos, hice exposiciones… Era muy difícil vivir de la fotografía. Entonces uno tenía que tener otro trabajo. Hasta que vine a Aranda de Duero y lo intenté.

¿Lo apostaste todo a la fotografía?

Sí. Es duro porque cuando uno trabaja por su cuenta está las 24 horas del día pensando cómo cubrir gastos. Pero también es divertido y hacer lo que a uno le gusta es lo más importante en la vida.

De todos los países que conoces, ¿cuál es el que más te ha impactado?

Son muchos. Para vivir me encantó siempre España. Tuve la suerte de venir y quedarme aquí. Me gusta por todo. Después un país que me impactó mucho fue India, es como un mundo aparte, muy fotográfico. También me gustan Perú y Brasil, que tienen mucho encanto. Pero el que más me impactó fue India.

En Gumiel creaste tu propio taller, En-Cuadra. ¿Qué historia hay detrás?

Cuando vine a Aranda y decidí dedicarme a la fotografía, el primer proyecto que hice fue un libro de fotografías a color, que coincidió con la compra de mi primera cámara digital en 2003. Me di cuenta de que en Aranda no había ningún libro de fotografías a color. Me puse a trabajar en él y una vez terminado -se vendieron unos 4.000 ejemplares-, empecé a dar cursos en Aranda. Armé un taller, que fue muy aceptado. De ahí salieron muy buenos amigos. Ese primer taller lo hice en Caja de Burgos. Luego, una vez mudado a Gumiel, lo daba en la cuadra de la casa que compré. La restauré toda y ahí empezamos a hacer talleres y cursos.

Con todos los amigos que fueron participando en el taller nació la idea de formar un grupo llamado ‘En-Cuadra’ por lo de encuadrar con la cámara y también por estar en la cuadra. Montamos una asociación cultural más amplia. No me gusta quedarme en una sola cosa. Empecé a llevar fotografías a eventos culturales y así fue como nació la Asociación En-Cuadra en 2009.

A día de hoy, ¿qué proyectos habéis realizado?

Uno de los más importantes fue la feria Arte Aranda, que duró unos seis años. Se dejó de hacer por unas cuestiones que nunca entendimos muy bien. También logramos tener un espacio en Aranda, que es donde damos cursos, hay un estudio de fotografía, una sala con bibliografía, materiales para enmarcar… Ahora ya estamos trabajando para el año que viene: seguiremos haciendo talleres en Aranda, salidas fotográficas y un encuentro cultural en Gumiel durante seis o siete viernes de verano con artistas de todos los lados, algunos de Argentina. En el mismo encuentro se hacen exposiciones de fotos, alguna actividad solidaria…

Creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías

¿Cuántos alumnos ya han pasado por tu taller?

Son más de 1.000 personas. También he dado talleres en algunos pueblos de la Ribera. Desde 2013 también me voy un periodo a Buenos Aires para dar cursos.

¿Qué te sigue inspirando después de tantos años?

Me inspiran las novedades. Eso sí, uno tiene periodos. Por ejemplo, a mí esta cuarentena no me inspiró mucho. Me inspira mucho viajar, conocer culturas nuevas… es lo que más me inspira a la hora de hacer trabajos fotográficos. Puede ser un pueblito nuevo de por aquí cerca.

Hablando de pueblos, ¿qué municipio de la Ribera recomendarías para hacer fotos?

Vamos mucho a Peñaranda de Duero o a Peñafiel, son dos pueblos muy fotográficos. La propia Aranda tiene rincones muy bonitos. También Gumiel, Silos, Covarrubias… En Soria, El Burgo de Osma. En Segovia, Maderuelo, Pedraza, Sepúlveda… Estamos rodeados de lugares preciosos.

Como fotógrafo, ¿qué luz dirías que tiene Buenos Aires y qué luz tiene Gumiel?

Buenos Aires tiene una luz más bien gris, de melancolía, nostalgia… Y Gumiel tiene una luz más cálida, con atardeceres más limpios.

A nivel personal, ¿qué te da Gumiel que no te ofrezca Buenos Aires?

No existe el lugar perfecto en el mundo. No lo hay, al menos en mi opinión. Gumiel tiene mucha tranquilidad, mucha paz, tiene luz, tiene aire y la posibilidad de estacionar el coche donde quieras sin problema. Tiene lo básico como para estar bien: farmacia, carnicería, banco, dos tiendas… En cambio, Buenos Aires tiene toda la vida cultural, movimiento… Tiene lo bueno, pero de eso a veces uno se cansa.

Como decíamos antes, Mario es autor del libro de fotografías ‘Aranda de Duero, hoy y siempre’. ¿Cómo crees que ha cambiado Aranda desde que llegaste hasta ahora? ¿Cómo lo ves desde tu objetivo?

Creo que ha cambiado para peor. Algunas cosas no: han puesto algunos parques y ciertas cosas más modernas, pero todo con un estilo que no respeta las tradiciones y la arquitectura. Igualmente, creo que Aranda mantiene la cosa de la tranquilidad que tienen los pueblos. Es una ciudad con todo en la que se puede caminar tranquilo, un lugar con buena movida por las noches… Pero creo que siempre los lugares cambian y, a veces, no se respeta mucho lo tradicional. Un ejemplo de esto es cómo era antes la plaza con su fuente. Ahora con tanto cemento no me gusta.

Después de este libro publicaste otro, que es una colección de postales también de Aranda.

Lo publiqué paralelamente. Es una colección de 36 postales en una caja de madera. Se trata de una selección de fotos del libro, que gustó mucho. No eran postales muy vendibles, sino en papel más fotográfico. Tuvieron su encanto.

Has hecho muchas exposiciones a lo largo de tu carrera. ¿De qué tema te gustaría que fuese la próxima?

Elegiría, hoy por hoy, algo sobre África. Otro tema que me gustaría abarcar son las migraciones. En cualquier caso, temas más sociales.

Hay que recordar que ya hiciste una exposición sobre el pueblo sahararui.

Sí, también hice un libro. Fue una muy buena experiencia. Tiene que ver mucho con lo social. Estuve en los campamentos de refugiados en 2005 y marcó un antes y un después en mi vida. Realmente es una experiencia que te hace un clic en la cabeza.

Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones

¿Dónde puede encontrar la gente tus fotografías?

Tengo Facebook e Instagram, y también en la web www.mariopascucci.com. Ahí está subido todo mi trabajo.

Como habitante rural y buen conocedor del territorio de la Ribera del Duero, ¿qué crees que haría falta para que no se vaya más gente y atraer talento?

Creo que hay que apoyar las iniciativas culturales. A los pueblos les faltan incentivos a la cultura. Con cultura no me refiero a las fiestas, eso es una cosa que está muy bien. Pero yo me refiero a llevar y apoyar proyectos culturales. Hay mucho por hacer, pero todo está ligado con presupuestos económicos y políticos que apuesten o no por determinadas cosas.

Tenemos mucha manía de medir todo únicamente en base al beneficio económico…

Mucha, a pesar de que hay cosas en las que el beneficio no se ve. Después también está la lucha contra la nueva forma de vida en la que la gente tiende a aglutinarse en las ciudades. Tiene que haber una política más por arriba que dé oportunidades a la gente de ir a los pueblos.

Y que nosotros mismos cambiemos de mentalidad.

Claro. En mi caso tenía mis dudas. Muchos me decían que por qué no me iba a Madrid o Barcelona. Pero eso era perderse en una multitud y por ello elegí irme a un pueblo. A raíz de la cuarentena, ha quedado demostrado que los pueblos son un buen lugar para vivir para todos aquellos que pueden teletrabajar. Sin embargo, eso tiene que ir ligado con incentivos para las personas. Una de las cosas negativas es la falta de transporte. Muchos pueblos apenas tienen un autobús a la semana.

¿Crees que la fotografía puede ser un buen aliado para fomentar la repoblación?

Sí, completamente. Lo ha sido bastante en el último tiempo, sobre todo, desde que nacieron las cámaras digitales y las redes sociales. La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían. Hoy por hoy todo es imagen y la imagen puede transportarte a cualquier lugar. Es la manera de que la gente se pueda animar a descubrir la belleza de muchos pueblos. De hecho, creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías, algo que hice hace dos años en Gumiel de Izán, lo que fue muy apreciado por el pueblo. Ese libro viaja, lo regalan, la gente ve lo lindo…

Ya para acabar Mario, ¿qué deseo pedirías para los pueblos?

Vuelvo a insistir: me gustaría que se apoye más la cultura en los pueblos, que la gente descubra y valore las historias, que están en las piedras, en las ventanas… A veces se tira todo abajo y se hace nuevo. La gente destruye mucho, quizá por no saber valorarlo. Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones. Trato de llevarlo a través de la imagen para que se valore.

Rosa, la pastora zamorana que ayuda a llevar mejor la soledad en las ciudades

Los ganaderos también aportan su granito de arena en la pandemia de coronavirus. Lo hacen con una especie de teléfono contra la soledad. Nadie mejor que ellos sabe lo que es pasar largas jornadas en solitario. Por ello, se están volcando con los más mayores, a quienes hacen compañía, aunque sea en la distancia.  

Dicen que a la soledad se la combate compartiéndola. Por ello, Rosa González, una pastora de Santa Colomba de Sanabria -un pueblo con 50 habitantes en Zamora-, se ha lanzado a dedicar parte de su tiempo y experiencias con quien más solos se sienten en el confinamiento, desde los mayores que viven en sus casas, hasta los ingresados en hospitales o quienes permanecen en residencias de ancianos sin la posibilidad de recibir visitas de familiares y amigos.

Porque si algo saben los pastores es sentir la soledad. Acostumbrados a pasar largas jornadas con la única compañía de sus perros y rebaños, son muchos los que han decidido aportar su granito de arena en la pandemia de coronavirus con esta especie de teléfono contra la soledad. “La gente tiene ganas de hablar, de distraerse y porqué no, de pasarlo en grande con algunas conversaciones”, dice Rosa, que participa como voluntaria en la iniciativa ‘Compartiendo Soledad’, impulsada por la Interprofesional del Ovino y Caprino de Carne (Interovic).

En su caso, ha recibido “por lo menos 10 llamadas”. Cada una no baja de una hora de duración. Mientras pasea con sus cerca de 1.000 ovejas y 18 perros -14 mastines y otros cuatro de carea- por el monte de Santa Colomba de Sanabria, se han puesto en contacto con ella personas de Burgos, Torrejón de Ardoz (Madrid) o Cádiz. “La última llamada fue de una señora que tenía un miedo terrible a contagiarse y que le pasara algo porque estaba sola. Tenía una paranoia terrible”, relata.

A esta mujer, Rosa le dio su número de teléfono personal para que le llamara en cualquier momento del día. Esta fue, de hecho, la historia más especial que ha vivido. “Tenía un miedo que no la dejaba vivir. Y lo entiendo porque la gente mayor ve todo el día las noticias en la tele para ver si se mueren muchos, pocos… Y eso te crea malestar, especialmente en la gente que ha trabajado toda su vida y ahora se encuentra con muertes tan crueles, y ni siquiera pueden estar acompañados por su familia ni despedirse”.

Rosa le animó a que fuera a caminar con unas amigas que vivían cerca en los horarios permitidos, puesto que esta mujer sólo salía lo imprescindible: a hacer la compra y “rápido de vuelta a casa por miedo a coger el bicho”.

“La gente tiene ganas de hablar, de distraerse y porqué no, de pasarlo en grande»

También recuerda a otro señor con el que habló el primer día y volvió a compartir conversación unas semanas más tarde. “Pasé unas risas con él, muy ameno”. Muchos le preguntan a esta pastora zamorana qué tal lleva su trabajo con el ganado, al que ya raparon hace unas semanas dos esquiladores de un pueblo de León “despacio y sin estresar a las ovejas”. Y con otros la charla va surgiendo sobre la marcha: “Yo escucho y ellos me escuchan. Se desahogan, les animas un poco y tiran para adelante”.

La mecánica es sencilla: basta con una llamada de teléfono. ‘Compartiendo Soledad’ es una centralita con la que se puede contactar desde cualquier punto de España de lunes a viernes. A la persona que llama se le asigna uno de los pastores voluntarios. A partir de ahí, descolgar el teléfono permite sentir los sonidos del campo, el balar de las ovejas o una sinfonía de cencerros. A quienes procedan de un pueblo, esta iniciativa les puede ayudar a rememorar su origen rural, si así lo desean, mientras que para los urbanitas supone una oportunidad de descubrir la realidad de quienes caminan guiando a un rebaño.

Una realidad que nada tiene que ver con la de hace 40 años, como explica Rosa, hija de un pastor y que se hizo cargo del ganado que tiene ahora en 2013 tras el cese de explotación de los padres de su marido Alberto. “Yo ahora me voy a casa con mis hijos y mi marido y las ovejas se quedan en una cerca y los perros las protegen. Es una soledad, la mía al menos, no digo la de todos porque cada uno tiene su librillo, que no cambio por estar en una ciudad”. E insiste: “No la cambio por nada. ¿Sabes lo feliz que soy?”.

Su día a día comienza con una visita al ganado. Si ha parido alguna oveja, la aparta del rebaño que después saca al monte las horas necesarias “hasta que se harten”. En realidad, depende de la comida. De hecho, en invierno, hay días que los animales no salen porque no hay pasto suficiente debido a las heladas. Eso sí, cuando hace tanto frío, Rosa tiene un corral preparado, donde pone la comida a sus ovejas para que “por lo menos no estén encerradas siempre y puedan moverse a su antojo”.

Tras un rato encerrados a mediodía, Rosa vuelve a sacar a los animales por la tarde. Una vez que han recibido su segunda ración de comida, se va para casa. Como bien recuerda, “el ganado no entiende de festivos ni de pandemias”.

Hablando de pandemias, si en algo ha cambiado la vida de Rosa es que ahora, además de su trabajo con el ganado, también tiene que hacer los deberes con sus tres hijos, especialmente con la pequeña. El día se le queda corto. Por suerte, en Santa Colomba de Sanabria cuentan con una buena cobertura de internet, lo que les permite asistir sin problemas a las clases online. “Por si acaso tengo tres wifis. Se nota un montón en la pandemia, me lo agotan echando leches, y más haciendo deberes”, cuenta.

Ella espera que esta situación sirva para fomentar el consumo de productos locales y “valorar lo nuestro”. Mientras, a quien así lo desee, Rosa le aguarda al otro lado del teléfono. La encontrarán aquí: 910027479.

Cuando el aforo para ir a misa supera a los habitantes del pueblo

En Ciruelos de Cervera, podrán volver a la iglesia un máximo de 30 personas, según los límites que recoge el plan de desescalada. No habrá riesgo de incumplimiento: durante el año apenas viven 23 habitantes (y no todos son practicantes).

Iglesia parroquial de San Sebastián. Foto: Mónica Núñez.

Ciruelos de Cervera (Burgos) -y no sólo Madrid y Barcelona- empieza a recobrar algo de “normalidad” pese a seguir en la fase 0. A partir del fin de semana, el pueblo recuperará las misas después de dos meses de confinamiento por el coronavirus. Y lo hará, tal como ha establecido el Gobierno, con ciertos límites.

El BOE recoge la apertura de templos con una afluencia máxima de un tercio del aforo. Esto se traduce en que un máximo de 30 personas podrá asistir al regreso de “Don Daniel”, como conocen los vecinos al párroco, al consultorio. Porque sí, en Ciruelos las misas se celebran en el mismo edificio que alberga el consultorio médico. Sólo en verano tienen lugar o bien en la Iglesia de San Sebastián o en la Ermita de la Virgen del Carmen.

El caso es que este límite no será ningún problema. Más bien, resulta paradójico. Apenas 23 personas viven todo el año en Ciruelos, de un total de 98 empadronados. Y no todos se dejan caer los domingos por misa. De hecho, la asistencia media ronda entre las seis y ocho personas.

El cura, que se ha encargado de distribuir un mensaje para que los siete pueblos en los que da misa tengan claras las normas, recuerda que las personas que formen parte de algún grupo de riesgo deben seguir en casa y escuchar el rito por televisión, lo que reduce aún más el número posible de asistentes.

Si en Ciruelos el límite está en 30 personas, en Hortezuelos y Briongos de Cervera se sitúa en 25; en 40 en Espinosa de Cervera y Santa María de Mercadillo; y en 100 tanto en Baños como en Hontoria de Valdearados.

La médica y la enfermera llevan más de dos meses sin pasar consulta

Los preceptos no quedan ahí. También será obligatorio el uso de mascarilla. Ahora bien, si la médica y la enfermera llevan más de dos meses sin pasar consulta en Ciruelos, algunos vecinos no disponen de vehículo y sus hijos -muchos viven en otras provincias- tampoco pueden visitarles, ¿cómo van a conseguir mascarillas?

De momento, regresa el cura, pero no el médico. Hay prioridades y prioridades en esta “fase 0,5”. O lo que es peor, además de la España vaciada es también la España abandonada. 

“Don Daniel” se despide señalando que se tiene que entrar y salir de la iglesia de uno en uno y guardando las distancias. Vamos, que cuando acabe la misa cada uno a su casa. Nada de quedarse hablando a la puerta del consultorio. En este caso, como no hay pila, se evita la tentación de usar el agua bendita, también prohibida.

Tampoco habrá cantos durante la misa ni procesiones. Así que la fiesta de la Cuesta en Espinosa de Cervera, del 23 de mayo, y la Virgen de la Vega, el 20 de mayo en Santa María de Mercadillo, quedan canceladas.

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