De un municipio de 25 habitantes al mundo

Categoría: Podcast

Mario, el fotógrafo argentino que ha echado raíces en Gumiel de Izán

Llegó a la Ribera del Duero casi por casualidad. Se enamoró del lugar y decidió aparcar su carrera como analista de sistemas para apostarlo todo por su pasión: la fotografía. No fue el único cambio: aterrizó en un municipio de 550 habitantes en pleno corazón de Burgos procedente de una megaurbe como Buenos Aires, con más de 17 millones. Desde entonces han pasado casi 20 años y Mario Pascucci sigue ‘encuadrando’ todo cuanto sucede a su alrededor con la misma curiosidad del primer día. Está convencido de que el arte de fotografiar puede ser un buen aliado para la repoblación. Al fin y al cabo, las imágenes viajan, se regalan, despiertan interés y animan a mucha gente a descubrir la belleza que hay en el medio rural.

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¿Qué tal, Mario? Como se suele decir, ¿qué hace un tipo como tú en un sitio como este?

Es una historia un poco larga. Vine a la Ribera del Duero en el año 2003 por un proyecto en una empresa de aquí. A su vez, desde siempre me había dedicado a la fotografía como afición. Una vez terminado ese proyecto, empecé a hacer lo que me gustaba, que era trabajar con fotografías y decidí volcarme en ello en Aranda.

¿Cuántos años llevas en España?

Ya son 17. Estuve dos años en Aranda, hasta el 2005, y después me mudé a Gumiel de Izán.

¿Por qué Gumiel?

En ese momento, me gustaba mucho la tranquilidad de los pueblos de la Ribera. Vengo de una ciudad muy grande como Buenos Aires, entonces los pueblos nos parecen lugares idílicos. Ese fue un motivo. Y el otro motivo era económico. Comprar algo en un pueblo era más barato que en Aranda. Elegí Gumiel porque me gustó desde que lo vi y está cerca de Aranda.

¿Cómo fue la acogida? ¿Qué recuerdos guardas?

Bueno, fue particular. Hubo mucha gente que conocí apenas llegué al pueblo y tuve una muy buena acogida. Otra gente se sorprendió, parecía que venía como una invasión de otro planeta, especialmente cuando les contaba que quería hacer un proyecto de fotografía o algo cultural. En general, tuve buena acogida. Es un lugar muy bonito para estar.

No suele ser habitual que nadie, sea de donde sea, monte algo cultural en un pueblo…

La mayoría se centra en las ciudades, piensan que es más fácil. Pero yo creo que es al revés. En los lugares donde menos cosas puede haber es más fácil llegar y hacer algo. No hay tanta gente que hace lo mismo que uno. Para mi gusto fue acertado.

¿Cómo surgió tu pasión por la fotografía?

Desde chico me gustó siempre mucho la fotografía. Mi padre, cuanto terminé la escuela primaria, me regaló una cámara de carrete y empecé a hacer mis fotografías. Como me gustaba viajar, hacía bastantes fotografías en los viajes y después me armaba libros con las fotos. La primera vez que vine a Europa, en 1985, me compré una cámara mejor y empecé a hacer más fotos. Tuve una afición más fuerte y una revista de Argentina vio esas fotos de Grecia y publicó toda una serie de mis fotografías. Ahí empezó un poco el camino. Participé en muchos concursos hasta que hice la carrera de fotografía en el Fotoclub Buenos Aires. Ahí estuve estudiando cuatro años. Al mismo tiempo trabajaba en informática como analista de sistemas. De hecho, por eso vine a Aranda.

La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían

Siempre una mente inquieta.

Siempre, toda la vida.

¿Cuántos países has recorrido con la cámara?

Muchos, la verdad es que muchos. Tuve la suerte por mi trabajo de viajar mucho y por afición también recorrí India, Tailandia, Rusia, Cuba, casi toda América Latina, el norte de África y de Europa visité casi todos los países. Y siempre sacando fotos. Cuando volvía a Argentina esas imágenes se ofrecían a revistas, concursos, hice exposiciones… Era muy difícil vivir de la fotografía. Entonces uno tenía que tener otro trabajo. Hasta que vine a Aranda de Duero y lo intenté.

¿Lo apostaste todo a la fotografía?

Sí. Es duro porque cuando uno trabaja por su cuenta está las 24 horas del día pensando cómo cubrir gastos. Pero también es divertido y hacer lo que a uno le gusta es lo más importante en la vida.

De todos los países que conoces, ¿cuál es el que más te ha impactado?

Son muchos. Para vivir me encantó siempre España. Tuve la suerte de venir y quedarme aquí. Me gusta por todo. Después un país que me impactó mucho fue India, es como un mundo aparte, muy fotográfico. También me gustan Perú y Brasil, que tienen mucho encanto. Pero el que más me impactó fue India.

En Gumiel creaste tu propio taller, En-Cuadra. ¿Qué historia hay detrás?

Cuando vine a Aranda y decidí dedicarme a la fotografía, el primer proyecto que hice fue un libro de fotografías a color, que coincidió con la compra de mi primera cámara digital en 2003. Me di cuenta de que en Aranda no había ningún libro de fotografías a color. Me puse a trabajar en él y una vez terminado -se vendieron unos 4.000 ejemplares-, empecé a dar cursos en Aranda. Armé un taller, que fue muy aceptado. De ahí salieron muy buenos amigos. Ese primer taller lo hice en Caja de Burgos. Luego, una vez mudado a Gumiel, lo daba en la cuadra de la casa que compré. La restauré toda y ahí empezamos a hacer talleres y cursos.

Con todos los amigos que fueron participando en el taller nació la idea de formar un grupo llamado ‘En-Cuadra’ por lo de encuadrar con la cámara y también por estar en la cuadra. Montamos una asociación cultural más amplia. No me gusta quedarme en una sola cosa. Empecé a llevar fotografías a eventos culturales y así fue como nació la Asociación En-Cuadra en 2009.

A día de hoy, ¿qué proyectos habéis realizado?

Uno de los más importantes fue la feria Arte Aranda, que duró unos seis años. Se dejó de hacer por unas cuestiones que nunca entendimos muy bien. También logramos tener un espacio en Aranda, que es donde damos cursos, hay un estudio de fotografía, una sala con bibliografía, materiales para enmarcar… Ahora ya estamos trabajando para el año que viene: seguiremos haciendo talleres en Aranda, salidas fotográficas y un encuentro cultural en Gumiel durante seis o siete viernes de verano con artistas de todos los lados, algunos de Argentina. En el mismo encuentro se hacen exposiciones de fotos, alguna actividad solidaria…

Creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías

¿Cuántos alumnos ya han pasado por tu taller?

Son más de 1.000 personas. También he dado talleres en algunos pueblos de la Ribera. Desde 2013 también me voy un periodo a Buenos Aires para dar cursos.

¿Qué te sigue inspirando después de tantos años?

Me inspiran las novedades. Eso sí, uno tiene periodos. Por ejemplo, a mí esta cuarentena no me inspiró mucho. Me inspira mucho viajar, conocer culturas nuevas… es lo que más me inspira a la hora de hacer trabajos fotográficos. Puede ser un pueblito nuevo de por aquí cerca.

Hablando de pueblos, ¿qué municipio de la Ribera recomendarías para hacer fotos?

Vamos mucho a Peñaranda de Duero o a Peñafiel, son dos pueblos muy fotográficos. La propia Aranda tiene rincones muy bonitos. También Gumiel, Silos, Covarrubias… En Soria, El Burgo de Osma. En Segovia, Maderuelo, Pedraza, Sepúlveda… Estamos rodeados de lugares preciosos.

Como fotógrafo, ¿qué luz dirías que tiene Buenos Aires y qué luz tiene Gumiel?

Buenos Aires tiene una luz más bien gris, de melancolía, nostalgia… Y Gumiel tiene una luz más cálida, con atardeceres más limpios.

A nivel personal, ¿qué te da Gumiel que no te ofrezca Buenos Aires?

No existe el lugar perfecto en el mundo. No lo hay, al menos en mi opinión. Gumiel tiene mucha tranquilidad, mucha paz, tiene luz, tiene aire y la posibilidad de estacionar el coche donde quieras sin problema. Tiene lo básico como para estar bien: farmacia, carnicería, banco, dos tiendas… En cambio, Buenos Aires tiene toda la vida cultural, movimiento… Tiene lo bueno, pero de eso a veces uno se cansa.

Como decíamos antes, Mario es autor del libro de fotografías ‘Aranda de Duero, hoy y siempre’. ¿Cómo crees que ha cambiado Aranda desde que llegaste hasta ahora? ¿Cómo lo ves desde tu objetivo?

Creo que ha cambiado para peor. Algunas cosas no: han puesto algunos parques y ciertas cosas más modernas, pero todo con un estilo que no respeta las tradiciones y la arquitectura. Igualmente, creo que Aranda mantiene la cosa de la tranquilidad que tienen los pueblos. Es una ciudad con todo en la que se puede caminar tranquilo, un lugar con buena movida por las noches… Pero creo que siempre los lugares cambian y, a veces, no se respeta mucho lo tradicional. Un ejemplo de esto es cómo era antes la plaza con su fuente. Ahora con tanto cemento no me gusta.

Después de este libro publicaste otro, que es una colección de postales también de Aranda.

Lo publiqué paralelamente. Es una colección de 36 postales en una caja de madera. Se trata de una selección de fotos del libro, que gustó mucho. No eran postales muy vendibles, sino en papel más fotográfico. Tuvieron su encanto.

Has hecho muchas exposiciones a lo largo de tu carrera. ¿De qué tema te gustaría que fuese la próxima?

Elegiría, hoy por hoy, algo sobre África. Otro tema que me gustaría abarcar son las migraciones. En cualquier caso, temas más sociales.

Hay que recordar que ya hiciste una exposición sobre el pueblo sahararui.

Sí, también hice un libro. Fue una muy buena experiencia. Tiene que ver mucho con lo social. Estuve en los campamentos de refugiados en 2005 y marcó un antes y un después en mi vida. Realmente es una experiencia que te hace un clic en la cabeza.

Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones

¿Dónde puede encontrar la gente tus fotografías?

Tengo Facebook e Instagram, y también en la web www.mariopascucci.com. Ahí está subido todo mi trabajo.

Como habitante rural y buen conocedor del territorio de la Ribera del Duero, ¿qué crees que haría falta para que no se vaya más gente y atraer talento?

Creo que hay que apoyar las iniciativas culturales. A los pueblos les faltan incentivos a la cultura. Con cultura no me refiero a las fiestas, eso es una cosa que está muy bien. Pero yo me refiero a llevar y apoyar proyectos culturales. Hay mucho por hacer, pero todo está ligado con presupuestos económicos y políticos que apuesten o no por determinadas cosas.

Tenemos mucha manía de medir todo únicamente en base al beneficio económico…

Mucha, a pesar de que hay cosas en las que el beneficio no se ve. Después también está la lucha contra la nueva forma de vida en la que la gente tiende a aglutinarse en las ciudades. Tiene que haber una política más por arriba que dé oportunidades a la gente de ir a los pueblos.

Y que nosotros mismos cambiemos de mentalidad.

Claro. En mi caso tenía mis dudas. Muchos me decían que por qué no me iba a Madrid o Barcelona. Pero eso era perderse en una multitud y por ello elegí irme a un pueblo. A raíz de la cuarentena, ha quedado demostrado que los pueblos son un buen lugar para vivir para todos aquellos que pueden teletrabajar. Sin embargo, eso tiene que ir ligado con incentivos para las personas. Una de las cosas negativas es la falta de transporte. Muchos pueblos apenas tienen un autobús a la semana.

¿Crees que la fotografía puede ser un buen aliado para fomentar la repoblación?

Sí, completamente. Lo ha sido bastante en el último tiempo, sobre todo, desde que nacieron las cámaras digitales y las redes sociales. La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían. Hoy por hoy todo es imagen y la imagen puede transportarte a cualquier lugar. Es la manera de que la gente se pueda animar a descubrir la belleza de muchos pueblos. De hecho, creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías, algo que hice hace dos años en Gumiel de Izán, lo que fue muy apreciado por el pueblo. Ese libro viaja, lo regalan, la gente ve lo lindo…

Ya para acabar Mario, ¿qué deseo pedirías para los pueblos?

Vuelvo a insistir: me gustaría que se apoye más la cultura en los pueblos, que la gente descubra y valore las historias, que están en las piedras, en las ventanas… A veces se tira todo abajo y se hace nuevo. La gente destruye mucho, quizá por no saber valorarlo. Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones. Trato de llevarlo a través de la imagen para que se valore.

Dani Llorente, un fisio de élite muy rural

El fisioterapeuta de la Selección Española de Balonmano no se olvida de dónde viene. Al contrario. Tiene muy presentes sus orígenes. Y, de hecho, mantener esos lazos con su pueblo natal, Vadocondes, en plena Ribera del Duero, es algo que le enorgullece. Dani Llorente atesora seis medallas: viene de conquistar una plata en el Mundial de Japón con las Guerreras en diciembre y un oro en el Europeo de Noruega, Suecia y Austria con los Hispanos en enero. Suman siete si se añaden sus raíces. Todas las semanas pasa parte de su tiempo a orillas del Duero. Con su padre y su tía. Y también en la sociedad gastronómica que creó con sus amigos. Es su forma de generar vida en la España rural. Ahora, con la mente puesta en los Juegos Olímpicos de Tokio, este vadocondino con alma de guerrero rural pide a sus paisanos que se involucren y no pierdan las raíces: “Nos debemos al pueblo”.

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– ¿Al fisio de la selección española de balonmano le gusta el balonmano?

Sí, sí. Cogí el gusto al balonmano cuando estudié INEF (Ciencias de la Actividad Física y del Deporte) y, de hecho, me hice socio de Ademar León porque teníamos un precio especial y porque me empezó a gustar en esa época. Luego tuve la oportunidad de desarrollarlo en Aranda de Duero como preparador físico y fisioterapeuta y a partir de ahí estoy vinculado a la Federación Española desde el año 2011.

– ¿Has llegado a practicarlo en algún momento?

En INEF teníamos una asignatura obligatoria de balonmano. No se me daba bien, pero me gustaba verlo. Desde entonces siempre lo he seguido.

– ¿Algún ídolo?
Tengo muchos porque son muchos años ligados a este deporte. Especialmente, el jugador que siempre más me ha gustado ha sido Raúl Entrerríos. Para mí es un referente y un jugador excepcional a todos los niveles, dentro y fuera del terreno de juego.

– El tuyo, por así decirlo, es un doble privilegio porque unes balonmano y fisioterapia y, además, en la élite.

Después de terminar INEF pensé que una salida profesional era complementar esta carrera con la fisioterapia y relacionarlo todo con el ámbito deportivo. Tuve la oportunidad de empezar en Aranda. Tuve también la suerte de ir a las concentraciones de la Federación Española y a partir de ahí, de forma ininterrumpida, he acudido con los equipos nacionales desde promesas, juvenil junior, que compaginaba con las chicas. Después di el salto a los chicos.

– ¿Podríamos hablar incluso de un triple privilegio si al balonmano y a la fisioterapia le añadimos que vives en Aranda, tu ciudad? Poca gente puede decir eso…

La verdad es que estoy muy a gusto en Aranda. Tengo aquí a mi familia, mi hija está aquí también. Y tengo una consulta en la que me desarrollo profesionalmente fuera del balonmano. Es muy cómodo estar en un entorno tan fácil para disfrutar con los amigos y la familia.

– Entiendo que a tu nivel ofertas no te deben faltar para estar en cualquier sitio del mundo…

Ofertas hay. Pero al final en la vida tienes que priorizar y tomar decisiones y yo creo que esta fue la decisión adecuada en ese momento y de la cual no me arrepiento. Aranda y Vadocondes están muy cerca de Madrid, con lo cual la movilidad es bastante fácil.

Estando en junior empecé a trabajar con las Guerreras. Ha sido todo muy seguido desde abajo hasta arriba

– Hablando de Vadocondes, cuéntanos, ¿qué vínculo mantienes con tu pueblo?

Allí está mi padre con mi tía, en una residencia de la tercera edad. Aparte, tengo unos cuantos amigos que viven allí. Y también tenemos una sociedad gastronómica en la que todas las semanas nos juntamos para cenar y para hablar, para compartir experiencias.

– ¿Qué recuerdos guardas de Vadocondes?

Tengo recuerdos muy gratificantes de la infancia. Aunque después tuve un paréntesis por las carreras universitarias, siempre he estado muy vinculado al pueblo porque me he criado allí y allí están mis orígenes. Seguir manteniendo esos lazos me enorgullece.

– ¿Qué sentiste cuando te eligieron para dar el pregón?

Fue un poco por carambola porque el que iba a dar el pregón de fiestas era otro chico, también deportista de élite -Xabi García, que jugó con Croacia los JJOO de Río. Por desplazamientos y fechas no le cuadraba. Básicamente, el siguiente en la lista era yo.

– ¿Hay afición al balonmano en Vadocondes?

No hay afición, pero a raíz de estar metido en el balonmano la gente pone la televisión y por lo menos se identifican conmigo. Les hace ilusión verme, me conocen de siempre y les llena de orgullo decir que hay un chico del pueblo que está en la televisión. También pasa en Aranda, muchos dicen “vamos a ver si vemos al de Vadocondes”.

– ¿Qué te dicen en casa y en la calle?

Te preguntan cómo es el día a día en la Selección, las expectativas para futuros campeonatos… Están muy pendientes de lo que ocurre.– ¿Te acuerdas de cuando recibiste la llamada de la Federación Española de Balonmano por primera vez?

 Estaba en el Villa de Aranda, me comentaron la posibilidad de ir a unas jornadas de tecnificación que organizaba el Consejo Superior de Deportes en Soria. Fueron varios fisios, hubo buena sintonía y desde entonces de forma ininterrumpida me han vuelto a llamar. Estuve dos años en promesas, un año en juvenil y dos en junior. Ya estando en junior empecé a trabajar con las Guerreras. Ha sido todo muy seguido desde abajo hasta arriba.

– ¿Cuántas medallas has ganado?

 Tengo una medalla con los júnior en el Europeo de Austria del 2014, luego la plata de la selección absoluta femenina en el Europeo de Hungría-Croacia, en el 2018 tenemos el Europeo de los chicos, más el bronce en los Juegos del Mediterráneo. Recientemente hemos conseguido la plata en el Mundial de Japón con las Guerreras (en diciembre de 2019) y el oro en el Europeo de Noruega, Suecia y Austria con los chicos (enero de 2020).

– ¿Cuál de ellas te ha hecho una ilusión especial?

Todas me han hecho ilusión porque todas tienen un poso. En el 2014 es la primera concentración que hago con las chicas y ganamos una plata. Luego en el 2018 es el primer oro histórico por ser el primero en un Europeo ya que España había perdido cuatro finales previas. En los Juegos del Mediterráneo no había estado y un bronce siempre gusta. Y luego la de Japón es la primera plata en un mundial femenino. Da la casualidad de que me incorporé con las chicas después de unos años con los chicos desde el 2016. Vuelvo en 2019 y se consigue esa medalla histórica. Repetir en 2020 es muy difícil. Ganar un oro es complicado, pero repetirlo… Además, esta medalla de oro da acceso a los Juegos Olímpicos de Tokio. Con lo cual todas tienen su relevancia.– Eres un poco talismán…

Se ha dado la fortuna de que estuviera en esos momentos y coincidir con buenos profesionales y buenos equipos. Al final cada uno aportamos nuestro granito de arena. Es el trabajo de todos.

– ¿Cómo es tu trabajo con la Selección? ¿Cuál es tu labor?

 Mi compromiso es con los chicos hasta Tokio 2020. Mi dedicación es estar en los entrenamientos, recuperar a los jugadores… Trabajo con otro fisio, Emilio. Formamos un tándem muy bueno, nos compenetramos bien. También en coordinación con el jefe de los servicios médicos, Juanjo. Es un trabajo multidisciplinar. Valoramos al jugador y hacemos el tratamiento más adecuado en cada caso.

– ¿Hay diferencias entre trabajar con los chicos y las chicas?

Al final las lesiones son las mismas. Hay lesiones más características en chicas por su biomecánica articular. Por ejemplo, la predisposición biomecánica genera más lesiones de rodilla en las chicas que en los chicos. Luego la superficie a tratar es distinta por envergadura: no es lo mismo una jugadora de 1,70 que un jugador de dos metros. En los chicos normalmente tienes que tratar más músculo. También influye la edad del jugador: los más veteranos necesitan más tratamiento porque han ido generando más lesiones que hay que ir mimando.

– Justo ahora coincide que los Hispanos son un grupo muy veterano…

La media es de 31 años. Hay 10 jugadores por encima de 30 años y cinco por encima de 35 años. Es un equipo muy veterano. Al final siempre hay sobrecargas y pequeñas lesiones que arrastran porque las han ido generando en su carrera deportiva, lo que implica una mayor atención. En chicas se ha hecho el relevo generacional y han incorporado gente más joven.

– ¿Quién o quiénes son el alma del vestuario?

Considero que hay varios jugadores que siempre llevan un poco el rol de líder. En las chicas, por señalar algunas serían Silvia Navarro, Sandy Cabral, Marta López y aunque no ha estado en este Mundial por lesión, Carmen Martín, que es la capitana. Y en los chicos, Raúl Entrerríos, y luego también Julen Aginagalde y Virán Morros, que de hecho son los tres capitanes.

– Hablando de balonmano y de pueblos, ¿hay algún jugador que es especialmente rural?

Por ejemplo, Julen tiene una casita apartada de la ciudad. Dani Sarmiento también se hizo una casa un poco más apartada, lejos del bullicio.

– Estaría bien que pudieras dar charlas en colegios e institutos para que las nuevas generaciones, por un lado, conozcan tu profesión, y, por otro, sepan que se puede trabajar y tener éxito en una ciudad como Aranda. Vamos, que se empiece a dar la vuelta a esa forma de educarnos para emigrar que tanto daño ha hecho…

Sería una posibilidad. De hecho, este año en las jornadas del deporte, es probable que me inviten a dar una charla. Además, las medallas han estado recorriendo varios colegios e igual me acerco para que se hagan fotos y tengan una visión más cercana de todo lo que implica el deporte y el trabajo en equipo para conseguir estos éxitos.

Los niños están sobrecargados de actividades extraescolares. No es fácil estar en el pueblo y la movilidad que implican estas actividades. No obstante, esta es una zona buena. Por ejemplo, en Fresnillo de las Dueñas se ha pasado de 300 a 700 habitantes, de los cuales 140 son niños. Es una barbaridad. Han hecho una asociación cultural. Al final es generar estrategias para que la gente se instale y se quede. En mi pueblo, hay problemas para edificar, no hay casas y lo que hay se vende muy caro. Si no hay facilidades es difícil que la gente se afinque en un pueblo.

Si hubiera universidad en Aranda sería más fácil. Gracias que hay tres empresas muy grandes que generan muchos puestos de trabajo directos. Entiendo que se podrían hacer muchas cosas. Hay que incentivar y ayudar con terrenos, ventajas fiscales para que la gente haga un proyecto de vida en el pueblo, se mantengan los colegios… Cada fallecimiento no se repone. Es difícil encontrar gente de menos de 30 años en muchos pueblos. Vadocondes está bien comunicada y está cerca de Aranda.

– Volviendo al balonmano, el próximo reto son los Juegos de Tokio. ¿Cómo os preparáis para esta competición? ¿Cada cuánto os reunís el equipo médico?

Se va a hacer en tres fases, pero aún no tengo la programación. Desde junio empezaremos con una semana más física y luego algún partido internacional. Iremos con unos 10 días de antelación para la aclimatación a Tokio. Se hace una especie de preparación para la competición en Japón. Antes, en abril tenemos una concentración de una semana con un partido.

– Si las Guerreras se clasifican, ¿es posible que estés con chicos y chicas en Tokio?

Va una fisio con las chicas. Yo estaré seguramente con los chicos, pero como estaremos todos juntos, no habrá más problemas para algún caso o tratamiento. No obstante, son los servicios médicos los que deciden.

– Pensando ya en el futuro, ¿te ves ligado al balonmano?

De momento hay que terminar los Juegos y a partir de ahí se verá qué proyecto hay, si cuentan conmigo o no. Habrá que tomar decisiones y ver si se da continuidad a lo que se está haciendo ahora desde las categorías inferiores. Yo dependo no solo de los servicios médicos sino del seleccionador nacional. Si Jordi quiere que siga con él, hablaremos para seguir. Pero vamos, yo dependo del seleccionador, que es el que elige el staff técnico y los servicios médicos.

– ¿Seguirás entre Aranda y Vadocondes?

Sí, aunque tengo la vivienda en Aranda, paso parte de la semana en Vadocondes. Voy al pueblo todas las semanas. Es una forma también de generar vida. Si no vamos a los pueblos, los denigramos más. Hay que moverse e ir al pueblo para que haya vida. Hay gente que trabaja en los bares, así que es necesario aportar tu granito de arena para que los pueblos no se pierdan. La vida la da la gente.

– ¿Qué sueños te faltan por cumplir?

A nivel deportivo, ahora mismo estaría genial conseguir una medalla en los Juegos Olímpicos. Aunque con lo que ya se ha hecho ya estoy muy satisfecho. Me puedo dar con un canto en los dientes. Haber ido a los JJOO de Río y si voy ahora a Tokio, más todos los Europeos y Mundiales, ya es un bagaje importante de internacionalidades, con lo cual estoy más que orgulloso de lo vivido y de lo conseguido.

– ¿Y un deseo para Vadocondes?

Que la gente se involucre y no pierda sus raíces. Nos debemos al pueblo porque hemos nacido ahí, nuestras familias son de Vadocondes. Que la gente cuando tenga oportunidad que regrese, se hagan una pequeña vivienda y que de alguna forma no se quede en el olvido. Entre todos no es difícil que se hable de Vadocondes.

Las 101 profesiones del incomparable Jesús Palomo

¿Conocen a alguien que haya sido resinero, soldador, ebanista, taxidermista y ciclista? ¿Y que haya hecho todo eso y mucho más en una sola vida? Si quieren descubrir su historia, acérquense hasta Villanueva de Gumiel. Les recibirá con una sonrisa y quién sabe si también con una jota. Jesús es un artista con letras mayúsculas.

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Jesús Palomo / Foto: L. Núñez

Se llama Jesús Palomo. Está a punto de cumplir 75 años. Vive en Villanueva de Gumiel, en pleno corazón de la Ribera del Duero burgalesa, y ha hecho prácticamente de todo. Entre risas, desliza que todavía le falta tirarse desde un avión montado en su bicicleta o volar en ala delta, porque como bien recalca, no tiene «ni gota de vértigo».

Esas dos actividades (quién sabe si la primera es posible) forman parte de su lista de tareas por cumplir. La de las ya cumplidas es larguísima. De hecho, tiende a infinito. Porque Jesús ha sido resinero en su propio pueblo, ha tirado muérdago de los pinos, ha entresacado remolachas, iba a recoger hierba para después fabricar escobas que vendía a cambio de trigo con el que elaboraba pan y ha hecho arroyos con sus propias manos. Todo con alegría. Siempre cantando.

El repertorio no termina ahí. Son 75 años que han dado -y siguen dando- para mucho. Jesús también ha sido soldador, obrero en una fábrica y taxidermista… aunque de rebote. Uno de sus hermanos realizó un curso a distancia para aprender a disecar animales y él, simplemente, prestaba atención a aquellas lecciones en el poco tiempo que tenía libre porque trabajaba en el monte de sol a sol. Al final, terminó disecando zorros, perdices, liebres, ardillas, lechuzas y hasta un lagarto que cayó en un cepo para ratones. ¿Y su hermano? Pasó del asunto.

Jesús Palomo fue subcampeón de España de 5.0oo metros

Precisamente hablando de la familia, recuerda que sólo fue a la escuela hasta los 14 años, y no de forma continua. Le habría gustado estudiar más, pero tenía que cuidar a sus hermanos, a quienes hacía las sopas y limpiaba los pañales cuando su madre se iba a lavar la ropa que le encargaba determinada gente o a coger resina.

Por si fuera poco, Jesús ha diseñado y confeccionado prácticamente todos los muebles de su casa nueva, y las mesas y taburetes del merendero que tiene en su casa de toda la vida en Villanueva. Cada día da rienda suelta a su imaginación. Y tan pronto diseña un carro para llevar a su perra Blanquita (enferma) como labra un mortero de cocina, que remató hace apenas unos días. Derrocha vitalidad y energía, es una de esas mentes inquietas que ha aprendido en la vida por intuición.

Es, además, un deportista envidiable. Quienes le conocen le asocian a su inseparable bicicleta. Todos los domingos del año, nieve o truene, Jesús sale de ruta con un grupo de amigos del club ciclista. Ha llegado a hacer etapas de más de 300 kilómetros. En una ocasión, se metió 212 km entre pecho y espalda por un descuido. En el club ciclista habían preparado una excursión a la Playa Pita y él pensó que irían desde Aranda en bici. Decidió comenzar por su cuenta desde Villanueva. Cuál fue su sorpresa, que el resto de compañeros no le alcanzaron hasta que él iba por San Leonardo de Yagüe, pero ¡con los coches! Una vez se juntaron todos en la playa, subieron hasta la Laguna Negra de Vinuesa. Jesús se comió su bocadillo, se dio un chapuzón y se volvió a casa porque, además, ese día tenía que trabajar de noche (hasta las seis de la mañana del día siguiente).

Y eso que aprender a andar en bicicleta -con nueve años- no fue tarea fácil. Como no llegaba a los pedales, se las apañaba para ir debajo de la barra. Además, le costó unas cuantas bofetadas de su padre. Jesús le cogía la bici sin que lo supiera, incluso la sacaba de casa en volandas para no dejar rastro con las ruedas, pero este siempre le descubría porque colocaba una pequeña astilla que al girar las ruedas se caía.

Superadas esas dificultades, su colección de bicis la forman una Orbea, una Romani y una Otero que le costó «217.000 pelas». Después se compró una Giant de tres platos y nueve coronas y desde hace cuatro años vuela en una Trend. En total, más de medio millón de kilómetros.

Pero antes que al ciclismo (un deporte en el que se inició a los treinta y tantos para rebajar barriga), Jesús triunfó en el atletismo. Fue subcampeón de España en la prueba de 5.0oo metros. Lamentablemente, no sabe qué pasó con aquella medalla porque cuando volvió a su casa después de hacer la mili no quedaba ni rastro. Sospecha que su madre pudo vendérsela a alguien.

Sea como fuere, este villanovense de apenas 1,60 metros de estatura y culo inquieto es un bailarín de escándalo. Le encontrarán en primera fila en las verbenas de los pueblos. Fíjense en sus pies y en los de Chelo, su mujer. Tocan el suelo solamente lo justo. No se sorprendan si les digo que también canta y que, de hecho, tiene grabada su propia cinta de boleros. Su grupo favorito son Los Panchos y si se tiene que quedar con un cantante, lo hace con Nino Bravo.

La guinda a esta historia se completa con el premio de estriptis que ganó en una concentración motera en Medina del Campo (Valladolid). Aquí está la prueba gráfica. No se le ponen nada ni nadie por delante.

A la vida sólo le pide salud. Amor, con Chelo a su lado desde hace más de 40 años, no le falta. Y dinero no quiere porque asegura no tener ese tipo de ambiciones.

Así que mientras no le falten unas buenas rancheras y jotas que cantar y bailar, la sonrisa de Jesús Palomo está asegurada.

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