De un municipio de 25 habitantes al mundo

Categoría: Emprendedores

Alejandra, la veterinaria que recorre toda la provincia de Burgos con su furgoneta

Al final, la felicidad residía en algo tan sencillo como cuatro ruedas y un motor. Al menos la de Alejandra Plazio. Después de muchos años trabajando ‘encerrada’ en clínicas veterinarias, decidió poner en marcha su propio proyecto profesional: Go Vet, un servicio a domicilio con el que va de pueblo en pueblo. Y lo hace equipada con todos los aparatos necesarios para realizar desde las pruebas diagnósticas más sencillas hasta cirugías más complicadas. Todo para facilitar el bienestar y la comodidad tanto de los animales como de sus dueños. En su equipaje también hay hueco para una gran sonrisa, la de alguien que ha encontrado su sitio en el medio rural. 

Dicen que la felicidad no es un lugar, sino un camino. Alejandra Plazio ha elegido una furgoneta para transitarlo. En su caso, el periplo tiene un carácter eminentemente rural porque, tal como reconoce esta joven veterinaria de 33 años, ha encontrado su sitio recorriendo cada uno de los pueblos de la provincia de Burgos. Y lo hace para atender a todo tipo de animales a domicilio.

Después de muchos años trabajando en distintas clínicas veterinarias, decidió cambiar de rumbo. Se sentía encerrada entre cuatro paredes cuando ella se había decantado por estudiar esta carrera para estar en el campo. El coronavirus le acabó de dar el último empujón. Tras un par de meses en ERTE, en mayo se quedó sin trabajo. Los meses siguientes fueron de «mucho estudio», de reciclarse, de ponerse al día… y de que la idea que tenía en mente desde hace bastante tiempo, terminara de germinar.

«Necesitaba crear algo, encontrar mi sitio», cuenta Alejandra. Ese algo y ese sitio responden a dos palabras: Go Vet, un servicio veterinario a domicilio que nace de la unión de dar respuesta a unas necesidades personales y vocacionales, y también por las ganas de facilitar los servicios veterinarios a quienes tienen animales.

«Me di cuenta de que en algunas circunstancias, ir al veterinario es un trastorno. Trasladarse a una clínica supone subir al coche al animal. Los gatos, por ejemplo, lo pasan muy mal saliendo de casa. Los perros a veces se marean y vomitan, van llorando todo el camino… A ello se suma que las clínicas en Burgos tampoco están en calles donde se pueda aparcar fácilmente», relata, sin olvidarse del tiempo de espera, ahora convertido «en calle de espera» por la covid. Así pues, un elemento, más otro, más el anterior llevaron a Alejandra a apostar por su propio proyecto profesional.

Aunque apenas lleva unos meses circulando con su furgoneta, desde octubre, no puede estar más contenta. «Hay que ser valiente. Veo a mucha gente en mi profesión que se tiran buena parte de su vida amargados por no ser un poco más valientes. No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero vivir feliz», subraya Plazio, madrileña de nacimiento pero burgalesa de corazón. De hecho, se trasladó a Burgos con siete años ya que a sus padres les destinaron por trabajo y asegura que no lo cambiaría «ni por todo el oro del mundo». También ha vivido en Palencia, Córdoba y León.

Entonces, ¿cómo funciona Go Vet? Basta con una llamada, un correo o un mensaje por redes sociales. Alejandra se desplaza allí donde la llamen. Por ahora, está trabajando mucho en el Alfoz y también se ha trasladado a localidades como Castrojeriz, Pampliega o Pradoluengo. Con todo el equipamiento que lleva en su furgoneta, puede hacer «prácticamente cualquier tratamiento que se realiza en una clínica estándar: desde procedimientos sencillos como vacunas, desparasitaciones o revisiones. También pruebas diagnósticas, como radiografías, ecografías, analíticas de sangre, orina y heces».

«No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero ser feliz»

Pero no sólo eso. Cuenta con un oftalmoscopio para poder «hacer un buen examen de las estructuras oculares y del conducto auditivo». Y sí, en la furgoneta también realiza cirugías. De momento, poco invasivas. No obstante, está a la espera del equipo anestésico para hacer otras algo más largas en la unidad móvil.

Como ella misma recalca, todos estos tratamientos se pueden llevar a cabo dentro de los domicilios ya que los aparatos son portátiles y la sonda, por ejemplo, dispone de su propia batería. «Si vas a vacunar a un gato, lo que quiero es que esté en su casa y se sienta cómodo», dice. Si se dan circunstancias especiales o el cliente prefiere que no entre en su casa, entonces opta por la unidad móvil.

Alejandra reconoce que le costó «mucho» encontrar un vehículo que se ajustara a su presupuesto y que no fuera demasiado antiguo. Después, modificó los muebles de almacenaje, hizo la instalación eléctrica para todos sus aparatos de laboratorio, diseñó una mesa de acero inoxidable a medida e instaló una placa solar «para que aguante todo el gasto que se necesita cuando está todo arrancado». «Me lo he inventado. Todo está diseñado a mi medida y mi gusto», aplaude.

Entre una explicación y otra, Plazio recibe la llamada de un cliente. Se trata de un señor de Tomillares. Va en silla de ruedas y tiene a su perro, un pastor alemán, enfermo. Alejandra le hace todo tipo de preguntas. Y, sobre todo, le escucha y le calma. «No me importa estar hablando una hora con un señor para que me cuente sus preocupaciones», admite. A fin de cuentas, Go Vet es más que un servicio veterinario al uso. Le permite un trato mucho más cercano, más personal. Conoce al animal, al dueño, las circunstancias que les rodean… «Eso me nutre», remata con una sonrisa que no le cabe en la boca.

En esta línea, aprovecha para desterrar los estereotipos que aún hoy pesan sobre el medio rural. «Muchas personas creen que los animales en los pueblos están desatendidos o que sus dueños no quieren gastarse el dinero en ellos. Hay una imagen muy equivocada», advierte, para añadir: «Tú les proponer ir y cuidarlos y están encantados. La gente de los pueblos sí se preocupa por los animales y si se tienen que gastar el dinero lo hacen, ya no te digo si son animales para el trabajo. Lo que pasa es que hasta ahora para encontrar a alguien que los atendiera era complicado o imposible en muchos casos». De ahí el porqué de su negocio. De ahí su pasión por lo rural. Pero, sobre todo, de ese camino hacia el bienestar: «Muchos días vuelvo a casa a las 11 de la noche cansada. Pero nunca había sido tan feliz en el trabajo».

 

Esther, la peluquera rural que va de casa en casa

La necesidad agudiza el ingenio. Resulta que en muchos pueblos no hay autobús. Resulta que muchos mayores ya no disponen de coche propio para desplazarse y dependen de sus familiares para las tareas cotidianas. Hijos que, por otra parte, han tenido que emigrar a grandes ciudades. Pero resulta también que hay personas dispuestas a inyectar ilusión en el medio rural. Una de ellas es Esther, quien desde hace cinco años se ha echado a la carretera con su peluquería ambulante. Recorre numerosos pueblos de Burgos y si algo tiene claro es que este modo de vida “es una maravilla”.

Dicen que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Algo así es lo que ha hecho Esther. Esta peluquera de Tardajos (Burgos), consciente de que cada vez la gente de los pueblos tiene más problemas para desplazarse -ya sea por la falta de transporte público o por su avanzada edad-, decidió ir ella misma por las casas. Vamos, que si una persona no puede acudir a la peluquería, no hay excusas: Esther va a su domicilio. Y, así, todos contentos. Lo que en el lenguaje moderno se llama un ‘win-win’.

Ya lleva cinco años recorriendo buena parte de la geografía burgalesa con su furgoneta monovolumen en la que hace auténticas virguerías para encajar todos los artilugios: la caja de los tintes por aquí, los maletines de ruedas cubiertos de purpurina y repletos de peines por allá, que si la plancha de alisar, que si las toallas, que si los productos de maquillaje… ¡Ah! Y hasta una cafetera. No se le escapa ningún detalle.

A Mahamud, por ejemplo, acude un día a la semana. Lucinia y Pili son clientas habituales de Esther. La primera tiene 92 años. Cuenta que el próximo 14 de febrero sumará una vela más y que, aunque ella es de Revenga de Muñó, vive en este pueblo de la comarca del Arlanza, con unos 70 habitantes, desde que se casó hace 69 años. Recuerda que cuando llegó con 23 años, el municipio rondaba las 600 personas y que no había ni casas para comprar porque todas estaban ocupadas.

Ahora, además de peluquería, en Mahamud cuentan con servicio de pescadería, panadería, carnicería o farmacia. “Estamos todos servidos a la puerta de casa, estamos como queremos. Sólo nos hace falta dinero”, bromea Lucinia. Todos llegan sobre ruedas. Salvo el médico, que “desde que empezó esta peste dejó de venir”, dice. El que también acude todos los domingos, para alivio de estas vecinas, es el cura.

Mientras Esther termina de peinar a Pili, Lucinia le espera en el local que el ayuntamiento cede para tal uso. Tiene una memoria privilegiada. Lamenta que el coronavirus les haya ‘robado’ las tardes de partida de cartas en el centro de jubilados. Eso sí, aún hoy los hombres juegan por una parte y las mujeres por otra. “No podemos guardar la distancia, así que nada”, se resigna. Entre tanto, Pili ya está lista y ambas se despiden para dar un paseo a su perrita hasta el 8 de octubre, su próxima cita para acicalarse.

“Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”

Esther valora que estas mujeres le enseñan a ver la vida de otra manera: “Me educan, me inculcan lo que es el respeto”. Ella se siente una privilegiada, dice que su trabajo de peluquera ambulante es “una gozada” y que no volvería a la ciudad para trabajar. Lo dice con conocimiento de causa. Empezó trabajando en Burgos. Después se mudó a Logroño. Y cuatro años después volvió a la capital burgalesa. Siempre entre rulos, tintes y moldeados.

Un tiempo después, montó su propia peluquería en un área de servicio en Villodrigo. Sí, al lado de una gasolinera. Fueron 13 años que dieron para mucho, especialmente porque Esther conoció a «gente maravillosa» de muchos países. Los vínculos son tales que aún hoy sigue cortando el pelo a algún camionero de los que entonces paraban en Villodrigo. Y ella encantada: lo mismo saca las tijeras en el aparcamiento de un hotel que en un restaurante de la A-1. Podría decirse que ha peinado a toda la gente de la zona.

Ya ha desinfectado el asiento cuando entra un hombre de mediana edad con cierta prisa por el trabajo. Se llama Alfredo y es ganadero. “Córtamelo como siempre”, le dice a Esther. La sintonía es total. Y el rato de ir a la peluquería se convierte en algo más que el simple hecho de peinarse o cambiar de look. Son clientes muy fieles. Y Esther les premia: cada uno lleva una tarjeta en la que además de apuntarles el día y la hora -solo trabaja con cita previa-, les pone unos sellos, de forma que cuando consiguen el décimo tienen un tratamiento gratis. “Es un detalle que me gusta tener”, dice. Tampoco les cobra el desplazamiento.

Una vez termina en Mahamud, pone rumbo a Pampliega, a unos 11 kilómetros. En este caso, tiene cita con Puri en su casa. A Esther también la pueden encontrar en Villasilos, Pedrosa del Príncipe o Tardajos. Va por toda la zona. De camino, siempre con el pinganillo bluetooth en la oreja, le llama otra clienta para ver qué día le puede teñir el pelo. No para ni un minuto. Se ríe, lo disfruta, dice que este trabajo es “una puta maravilla”.

Una energía que Esther contagia a quienes se ponen en sus manos. “Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”, relata Puri, mientras espera a que el tinte le haga efecto. Al principio, le pedía a Esther que le cortara el pelo exactamente igual que lo llevaba. Ahora ya le deja hacer lo que quiera. “Alargo el tinte todo lo que puedo para que me lo haga ella. De hecho, en Madrid me preguntan quién me ha cortado el pelo. Yo la recomiendo a todas mis amigas”, dice la mujer, que hizo numerosos anuncios para televisión y que ahora pasa entre cuatro y cinco meses en Pampliega y el resto del año en Madrid. No puede estar más contenta con Esther: “Es maja, no te engaña, usa productos buenos y está al tanto de las tendencias. Chapó”.

Pocas personas como ella saben exprimir mejor el tiempo. Cuando aparca la furgoneta, le gusta tocar en una batucada, es voluntaria en un comedor social y está involucrada en la directiva de dos asociaciones, una en Burgos y otra en Tardajos. Ya lo dice el lema que guía su peluquería ambulante: “Tú mism@”.

 

Pilar o cómo revitalizar Tubilla a través del arte

¿Puede la pintura convertirse en un motor que reactive el mundo rural? Desde luego así lo creen en Tubilla del Lago, un pueblo de Burgos en el que casi casi cualquier recoveco tiene premio en forma de obra de arte callejera. Lo que antes eran fachadas desconchadas y con grietas, ahora son murales, incluido el más largo de toda Castilla y León. Hay dibujos dedicados a la mujer rural, otros al agua e, incluso, a juegos como los tres navíos en un mar. Todos pintados por sus propios habitantes. En esta Semana Santa atípica, con toda España confinada en casa, visitar Tubilla -virtualmente- es una magnífica opción. Pilar Manso, una de las impulsoras de la iniciativa y autora de dos murales, será nuestra guía.

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– ¿Cómo comenzó la idea de los murales? ¿De dónde surgió?

Surgió con tres objetivos principales. En primer lugar, embellecer el pueblo, que falta nos hacía. En segundo lugar, como Tubilla tiene mucha gente que pinta, muchos artistas, queríamos poner en valor a los artistas locales. Y, por último, atraer turismo.

– ¿O sea que estamos en un pueblo de pintores? ¿Va en vuestra genética?

Yo creo que es cosa del agua. Tubilla tiene mucha agua y para mí que es el agua lo que hace que haya tantos artistas. Tenemos mucho pintor y mucho aficionado.

– ¿Cuántos murales hay ahora en Tubilla?

Tenemos 26, de distintas dimensiones. Tenemos la suerte de contar con el mural más grande de Castilla y León, que tiene 318 metros cuadrados, pintados por una sola persona, Porrilló. Luego tenemos otros que son puertas pequeñas pintadas. Todos tienen un valor importante. Hay cabida para todo. Viene gente que le encanta los murales vistosos y otros que se identifican con los más pequeños. Están pintados por 12 personas diferentes con estilos distintos. Queremos que el visitante se sienta identificado con alguno de ellos.– Todos están hechos por gente de Tubilla, con lo cual es un producto genuino tubillano 100%.

Sí, sí, esto es autóctono. Todos son gente de Tubilla, que o bien viven aquí o están muy relacionados. Es todo gente del pueblo. Es de toda la gente del pueblo. Este verano hicimos un muralito en la piscina en el que participaron todos los niños. Queremos que sea de toda la gente que ha pintado y de toda la gente del pueblo.

– ¿Cuál es la pintura que más suele impactar a los visitantes?

Tenemos uno de un águila que impacta mucho, sobre todo, a los niños el de Porrilló del agua también gusta mucho. El del pastor también. Luego hay uno, de una abuela, que a mí me gusta mucho. En ese mural, cuando hago visitas guiadas, la gente mayor interactúa mucho. Todos son bonitos. El de la alegría es ya el eslogan de Tubilla. Personalmente, el de los girasoles me encanta.– Pilar, ¿cuáles llevan tu firma?

El de la mujer rural, que lo hice con mi hermana, porque me parecía un tema muy importante. Y también el de la música. Cuando hicimos los murales, acordamos una serie de temas, pero cada uno podía elegir lo que quisiera. En las rutas explicamos su significado, porqué se ha hecho así… No es lo mismo que una persona venga sola y los vea a que participe en una de las visitas.

– Por cierto, ¿qué hay que hacer para realizar la ruta de los murales?

Tienen que entrar en la página web de la ADRI (riberadeldueroburgalesa.com) y luego en el apartado de turismo, el proyecto se llama ‘Te enseño mi pueblo’. Hay muchas rutas en unos 14 pueblos. Cada pueblo tiene cosas muy bonitas que merece la pena descubrir y que, además, te lo cuenta gente del pueblo con un cariño especial.– ¿El proyecto de los murales va a seguir creciendo?

Queremos seguir. Es un proyecto muy bonito, que ha gustado mucho. Es una suerte que tengamos tanta gente que quiere pintar. Hay que seguir haciéndolo, hay que seguir embelleciendo. Yo cada día veo más puertas y paredes que están pidiendo a gritos que les pintemos. Tenemos en mente varios proyectos: que todos los veranos tengamos una actividad en común para que todo el mundo participe y sientan suyos los murales. Este año me gustaría hacer uno con el tema de la violencia de género.

– ¿Los vecinos os ceden las puertas o fachadas con gusto?

 Sí, sí. Pedimos permiso y les damos un papel desde el ayuntamiento para que lo firmen. Igual haces algo que no les gusta y lo quieren borrar. No hemos tenido ningún problema con nadie. Tenemos que seguir haciendo más y vamos a ir buscando los sitios más emblemáticos del pueblo. En esta primera fase hemos escogido todos los barrios del pueblo. Así hemos conseguido que la gente se mueva por todo el pueblo y poner en valor todos los rinconcitos.

– ¿Cuánta gente os ha visitado ya?

Creo que unas 700 personas a través del programa de la ADRI, pero por su cuenta viene mucha más gente. El primer día que vi a unos japoneses viendo los murales aluciné. Cuando veo a gente intento darles unos folletos informativos, por si quieren volver y hacer una visita guiada.– Así que en Tubilla estáis plenamente convencidos de que el arte puede ser una buena herramienta para repoblar.

Todo ayuda. El arte mueve a mucha gente. De hecho, muchas personas se han ido maravilladas por la calidad que tienen los murales. Tengo otro proyecto en mente que me encantaría hacer: la casa del arte, un espacio donde tengamos un salón para obras de teatro y distintas salas para desarrollar distintas disciplinas dentro del arte. Hay muchos artesanos sin un lugar donde trabajar. Es un proyecto en pañales, pero ojalá lo consigamos. Que vengan alfareros, fotógrafos, escultores… Es importante que haya un sitio donde se concentren, puedan trabajar, exponer sus obras… Quiero que Tubilla sea un referente del arte dentro de la Ribera.

– ¿Qué haría falta?

Apoyo económico, sobre todo. Ideas tenemos muchas. A ver si se puede conseguir una subvención de la Junta y si no un crowdfunding. Va a ser un sitio para todos. Para el usuario que venga y pueda ver una exposición y para el artista que tenga un lugar donde desarrollarse. Se trata de atraer gente. Por ejemplo, dar becas para que alguna persona pueda trabajar unos meses. Van a dar vida al pueblo. Y si es gente joven, les gusta y se pueden quedar, ya sería la bomba.

– El arte de Pilar no acaba en los murales. También es la creadora de Artencuero. ¿En qué consiste y qué actividades realizáis en tu taller?

Es mi tallercito artesano. Me fui a estudiar decoración a la Escuela de Artes de Burgos porque quería hacer diseño de interiores, pero había que elegir distintos talleres y escogí cuero y talla de madera y me gustó tanto el cuero… Ha sido algo casual. Ha sido un material que me ha atraído siempre, pero no pensaba que iba a tener mi propio taller.

Empecé en un sótano en la casa de mi madre y yendo a muchas ferias de artesanía. Ahora ya tengo un espacio grande. Era un corral de ovejas que restauré. También trabajé en un palomar, pero para dar cursos se me quedaba pequeño. El de ahora es un taller bien hermoso, una gozada. Yo me dedico a hacer encargos y doy clases. Es una forma de dinamizar la zona, sobre todo, en invierno. Esta es una disculpa perfecta. Hacemos clase un día a la semana, la gente sale, se relaciona… Viene gente del pueblo y de alrededores. Es una forma de juntarte.

– Es más que un taller…

Es el taller en sí, pero también un punto de encuentro.

– ¿Qué hacéis en él?

Mochilas, bolsos, cinturones, carpetas, cabeceros de cama… Se puede hacer de todo. Cada uno se puede complicar lo que quiera. Lo más bonito es la ilusión que traen. Cada uno hace sus propios diseños y todo se cose a mano, artesanalmente. Hay que estar activos y hacer cosas por los pueblos, si no nadie va a venir a hacerlas.

– Las luchas empiezan por uno mismo.

 Si esperamos que vengan desde la Junta o Diputación, o cualquier político a solucionarnos el problema, vamos mal. Se les llena la boca a la hora de las elecciones con que hay que repoblar el medio rural, pero luego no hacen nada. La lucha la tenemos que hacer nosotros. Es difícil, pero se puede conseguir. Lo único imposible que hay en esta vida es lo que no se intenta. Me gustaría que hubiera más jóvenes, un poco más de vida. Sales al bar y no hay gente. Deberían subvencionarlos, no es justo que paguen los mismos impuestos que en una ciudad. Luego los políticos no valoran nada. No se mojan. Tenían que venir a un pueblo y estar un día, ya no digo una semana, para ver los problemas que tenemos.

Uno de los problemas que tenemos en Tubilla es la falta de cobertura. Nos estamos juntando los pueblos de la zona, porque un pueblo puede hacer presión, pero cuatro o cinco más, sobre todo, para conseguir esa cobertura de internet digna. Nos tienen que dar más capacidad. Aunque seamos pocos, también tenemos derechos. Esta -la comunicación- es la primera herramienta para poder repoblar. Me gusta más hablar de repoblación que de despoblación. La despoblación ya la tenemos y ahora nos toca repoblar. Si hay alguien que nos quiere ayudar sería estupendo.

Hay mucha gente que está cansada de la vida en una ciudad. En un pueblo estás en contacto con la naturaleza. Es otro tipo de vida. Aquí tenemos calidad de vida. En un pueblo se puede vivir mejor que bien.

Vivir donde quieres y trabajar en lo que te gusta no está pagado con dinero

– De hecho, Pilar, tú misma hace unos años tuviste que elegir entre quedarte en el pueblo o irte a Valladolid y decidiste seguir en Tubilla.

 Sí, porque la empresa en la que trabajaba mi marido cerró y se fue a Valladolid. Valoramos irnos. Pero si nos íbamos, me llevaba a mis dos hijos y se cerraba la escuela del pueblo. Esto nos daba mucha pena. Tuvimos un tira y afloja. Lo que la razón y el corazón te dicen y al final pudo el corazón y nos quedamos.

Él hace un esfuerzo bestial porque va desde el pueblo hasta Boecillo para trabajar. Cuando las cosas se sienten, merece la pena. Lo peor es que después nos cerraron la escuela. Para mí un pueblo sin escuela es como un jardín sin flores, pero mientras tengamos niños, las flores están ahí… Hay esperanza. En la actualidad hay cuatro niños viviendo en el pueblo. El fin de semana hay más.

– ¿Cómo es un día a día en Tubilla? ¿Cuánta gente vivís y qué servicios tenéis?

Hay 164 empadronados. Viviendo todo el año somos unas 120 personas. Tenemos la suerte de tener panadería, por lo que podemos comer pan reciente todos los días del año. Contamos con una tienda pequeñita, bares, un circuito de velocidad con un restaurante, tenemos una bodega, un taller de remolques, otra industria de madera, una industria familiar de miel, casas rurales y albergue. Tenemos de todo. Es un pueblo muy pequeño, pero hay mucha gente emprendedora.– ¿Te sientes una privilegiada por vivir y trabajar donde quieres?

Sí, es un lujo. Vivir donde quieres y trabajar en lo que te gusta no está pagado con dinero. Estoy con mi taller que me encanta y con la casa rural, a través de la que conozco a mucha gente. Si estás donde quieres estar y en el trabajo que te gusta no das el 100%, das el 200%. Somos muchos los que peleamos por los pueblos y lo tenemos que conseguir. Ojalá vengan muchos más para darle vida. Entre todos se pueden conseguir muchas cosas.

Íñigo es la idea más brillante de toda España

El emprendedor malagueño, de 28 años, ha diseñado un traje que sirve de segunda piel para aquellas personas que, cómo él, sufren la enfermedad de “piel de mariposa”, un síndrome de fragilidad extrema de la epidermis.

Íñigo de Ibarrondo

Íñigo de Ibarrondo

Él sólo quería irse de viaje al Caribe con sus amigos. Y vaya sí lo consiguió. Era 2009, se encontraba en el ecuador de su carrera universitaria y la “enfermedad de piel de mariposa” no fue un obstáculo para que Íñigo de Ibarrondo cruzara el charco. Apenas unos meses antes de poner rumbo a Puntacana diseñó un traje con “unas medias para varices modificadas” que hace de segunda piel para quienes, como él, sufren epidermólisis bullosa. Desde entonces, no ha parado de trabajar para refinar un proyecto que ha bautizado como TXR, pero sobre todo, para conseguir que los afectados por esta enfermedad genética, y a día de hoy incurable, puedan desenvolverse con libertad, “sin tener que preocuparse por las heridas que te puedan salir si haces esto o lo otro”.

Tras mudarse a Madrid para sacar adelante su proyecto, este malagueño de familia bilbaína acaba de recibir el premio a la idea joven más brillante de España en el concurso anual que organiza El Ser Creativo y que patrocina Adecco, dotado con 10.000 euros. Sin embargo, Íñigo, ingeniero industrial, huye de la etiqueta brillante: «Ahí conmigo se han equivocado 100%». «Esto es algo que se me ocurrió porque me quería ir de fiesta al Caribe”, recuerda bromeando.

Dice que lo suyo no son el orden ni la constancia pero destaca que lo que sí le ha dado esta enfermedad, entre cuyas manifestaciones se encuentran el retraso del crecimiento o complicaciones oftalmológicas y cardíacas, es buscar soluciones en sitios diferentes. “Da pie a mucha creatividad. Soy alguien que me tomo las cosas con filosofía. Detrás hay un ejercicio de paciencia muy importante y útil para la vida diaria”, confiesa. Un “pelín” de creatividad adicional que ahora aplicará al diseño definitivo de esa segunda piel que le valió para irse de viaje pero no para el día a día.

«De la adversidad siempre hay que intentar sacar el máximo jugo a pesar de que lo que tienes que pasar es una putada»

Y es que en el primer diseño incorporó unos corchetes que acabaron dejándole “una bonita cicatriz” en el pecho: “Me hacían más mal que bien. Y eso pasaba con los dobleces en las articulaciones de codos, rodillas… Había que pulir un poco todo eso”. Ahora, su objetivo es que lo pueda usar no sólo cualquier  afectado por la también conocida como “enfermedad de piel de cristal”, sino también quienes hayan sufrido grandes quemaduras.

“Tras estudiar cómo tenía que hacer para que se puedan meter los pies sin tener que friccionar, que la articulación de la axila sujetara pero friccionara lo menos posible cuando se moviera… acabé condensando todo en esta segunda piel”, recuerda el joven de 28 años, que aún debe decidir qué material empleará. Por ahora, asegura que no le preocupa el coste total y señala que una vez se haya hecho realidad buscará inversión para hacer un producto comercialmente interesante.

«Te pone una losa encima»

Reconoce que una enfermedad así, que en la actualidad afecta a unas 1.000 personas en España, «te pone una losa encima en muchos aspectos de la vida». Así, enumera: «Si me quiero ir de viaje un fin de semana tengo que pensar si voy a poder curar mis heridas, necesito suplementos alimenticios…». Además, requiere ayuda con las curas de la piel, que suelen asociarse a dolor intenso al despegarse los apósitos y aplicarse los nuevos, según recuerda la asociación Debra, creada por sus padres.

El joven de 28 años ha ganado 10.000 euros que invertirá en un traje que permita a quienes sufren epidermólisis bullosa moverse libremente

Aunque vive solo en Madrid, explica que necesita una «infraestructura muy importante»: «Hay una persona que me ayuda a ducharme, a fregar y limpiar». Tampoco se olvida de la pesadilla burocrática a la que ha tenido que enfrentarse y, en este sentido, critica que todo el papeleo está ideado «para ver si te cansas y dejas de pedir». Asimismo, lamenta que hasta hace poco cuando volvía a su casa de Málaga en verano sus padres llegaban a gastarse 2.000 euros en material mientras que la sanidad madrileña sí se lo sufragaba.

Disgustos administrativos al margen, Íñigo aconseja al resto de jóvenes «sacar el máximo jugo de la adversidad» y tener paciencia. Él, aficionado de la pintura y el atletismo, cuenta desde este momento un nuevo hobby: «Ponerme a trabajar como un loco».


@leticianunz

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