De un municipio de 25 habitantes al mundo

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Alejandra, la veterinaria que recorre toda la provincia de Burgos con su furgoneta

Al final, la felicidad residía en algo tan sencillo como cuatro ruedas y un motor. Al menos la de Alejandra Plazio. Después de muchos años trabajando ‘encerrada’ en clínicas veterinarias, decidió poner en marcha su propio proyecto profesional: Go Vet, un servicio a domicilio con el que va de pueblo en pueblo. Y lo hace equipada con todos los aparatos necesarios para realizar desde las pruebas diagnósticas más sencillas hasta cirugías más complicadas. Todo para facilitar el bienestar y la comodidad tanto de los animales como de sus dueños. En su equipaje también hay hueco para una gran sonrisa, la de alguien que ha encontrado su sitio en el medio rural. 

Dicen que la felicidad no es un lugar, sino un camino. Alejandra Plazio ha elegido una furgoneta para transitarlo. En su caso, el periplo tiene un carácter eminentemente rural porque, tal como reconoce esta joven veterinaria de 33 años, ha encontrado su sitio recorriendo cada uno de los pueblos de la provincia de Burgos. Y lo hace para atender a todo tipo de animales a domicilio.

Después de muchos años trabajando en distintas clínicas veterinarias, decidió cambiar de rumbo. Se sentía encerrada entre cuatro paredes cuando ella se había decantado por estudiar esta carrera para estar en el campo. El coronavirus le acabó de dar el último empujón. Tras un par de meses en ERTE, en mayo se quedó sin trabajo. Los meses siguientes fueron de «mucho estudio», de reciclarse, de ponerse al día… y de que la idea que tenía en mente desde hace bastante tiempo, terminara de germinar.

«Necesitaba crear algo, encontrar mi sitio», cuenta Alejandra. Ese algo y ese sitio responden a dos palabras: Go Vet, un servicio veterinario a domicilio que nace de la unión de dar respuesta a unas necesidades personales y vocacionales, y también por las ganas de facilitar los servicios veterinarios a quienes tienen animales.

«Me di cuenta de que en algunas circunstancias, ir al veterinario es un trastorno. Trasladarse a una clínica supone subir al coche al animal. Los gatos, por ejemplo, lo pasan muy mal saliendo de casa. Los perros a veces se marean y vomitan, van llorando todo el camino… A ello se suma que las clínicas en Burgos tampoco están en calles donde se pueda aparcar fácilmente», relata, sin olvidarse del tiempo de espera, ahora convertido «en calle de espera» por la covid. Así pues, un elemento, más otro, más el anterior llevaron a Alejandra a apostar por su propio proyecto profesional.

Aunque apenas lleva unos meses circulando con su furgoneta, desde octubre, no puede estar más contenta. «Hay que ser valiente. Veo a mucha gente en mi profesión que se tiran buena parte de su vida amargados por no ser un poco más valientes. No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero vivir feliz», subraya Plazio, madrileña de nacimiento pero burgalesa de corazón. De hecho, se trasladó a Burgos con siete años ya que a sus padres les destinaron por trabajo y asegura que no lo cambiaría «ni por todo el oro del mundo». También ha vivido en Palencia, Córdoba y León.

Entonces, ¿cómo funciona Go Vet? Basta con una llamada, un correo o un mensaje por redes sociales. Alejandra se desplaza allí donde la llamen. Por ahora, está trabajando mucho en el Alfoz y también se ha trasladado a localidades como Castrojeriz, Pampliega o Pradoluengo. Con todo el equipamiento que lleva en su furgoneta, puede hacer «prácticamente cualquier tratamiento que se realiza en una clínica estándar: desde procedimientos sencillos como vacunas, desparasitaciones o revisiones. También pruebas diagnósticas, como radiografías, ecografías, analíticas de sangre, orina y heces».

«No quiero hacerme rica con el trabajo, quiero ser feliz»

Pero no sólo eso. Cuenta con un oftalmoscopio para poder «hacer un buen examen de las estructuras oculares y del conducto auditivo». Y sí, en la furgoneta también realiza cirugías. De momento, poco invasivas. No obstante, está a la espera del equipo anestésico para hacer otras algo más largas en la unidad móvil.

Como ella misma recalca, todos estos tratamientos se pueden llevar a cabo dentro de los domicilios ya que los aparatos son portátiles y la sonda, por ejemplo, dispone de su propia batería. «Si vas a vacunar a un gato, lo que quiero es que esté en su casa y se sienta cómodo», dice. Si se dan circunstancias especiales o el cliente prefiere que no entre en su casa, entonces opta por la unidad móvil.

Alejandra reconoce que le costó «mucho» encontrar un vehículo que se ajustara a su presupuesto y que no fuera demasiado antiguo. Después, modificó los muebles de almacenaje, hizo la instalación eléctrica para todos sus aparatos de laboratorio, diseñó una mesa de acero inoxidable a medida e instaló una placa solar «para que aguante todo el gasto que se necesita cuando está todo arrancado». «Me lo he inventado. Todo está diseñado a mi medida y mi gusto», aplaude.

Entre una explicación y otra, Plazio recibe la llamada de un cliente. Se trata de un señor de Tomillares. Va en silla de ruedas y tiene a su perro, un pastor alemán, enfermo. Alejandra le hace todo tipo de preguntas. Y, sobre todo, le escucha y le calma. «No me importa estar hablando una hora con un señor para que me cuente sus preocupaciones», admite. A fin de cuentas, Go Vet es más que un servicio veterinario al uso. Le permite un trato mucho más cercano, más personal. Conoce al animal, al dueño, las circunstancias que les rodean… «Eso me nutre», remata con una sonrisa que no le cabe en la boca.

En esta línea, aprovecha para desterrar los estereotipos que aún hoy pesan sobre el medio rural. «Muchas personas creen que los animales en los pueblos están desatendidos o que sus dueños no quieren gastarse el dinero en ellos. Hay una imagen muy equivocada», advierte, para añadir: «Tú les proponer ir y cuidarlos y están encantados. La gente de los pueblos sí se preocupa por los animales y si se tienen que gastar el dinero lo hacen, ya no te digo si son animales para el trabajo. Lo que pasa es que hasta ahora para encontrar a alguien que los atendiera era complicado o imposible en muchos casos». De ahí el porqué de su negocio. De ahí su pasión por lo rural. Pero, sobre todo, de ese camino hacia el bienestar: «Muchos días vuelvo a casa a las 11 de la noche cansada. Pero nunca había sido tan feliz en el trabajo».

 

Ricardo, un pastor de 33 años vocacional

Toca la trompeta, forma parte de una batucada, le encanta viajar y explorar, es un apasionado de los animales… y un soñador. Aspira a montar su propia granja escuela y, por qué no, una quesería. También es el único ganadero en 50 kilómetros a la redonda. Vive en Belbimbre porque le gusta, por orgullo familiar, por apego a sus raíces y porque ejerce un oficio en el que “todo son ventajas”: recuerda que las ovejas limpian el campo, impidiendo los incendios, y lo abonan, producen leche y de ahí un sinfín de derivados. Pero no sólo eso: su profesión le permite un aprendizaje continuo. No hay límites, ni tampoco está dispuesto a estancarse. Eso no va con él.

– ¿De dónde te viene la vena ganadera?

Mis padres desde siempre me llevaban a la nave. Además, desde pequeño he tenido un don para cuidar y tratar a los animales. Casi todo ganadero lleva un recuento de cada oveja, sus producciones, prolificidad… Y yo tengo esa facilidad de conocer a todas las ovejas. De hecho, puedo hablar cinco minutos de cada una. Mi meta es mantener el rebaño, ir seleccionando, mejorando, vivir mejor, sobre todo tener más tiempo, e incluso hacer una granja escuela y dar a conocer de dónde vienen los productos. Este verano habrán pasado por la explotación más de 100 personas para ver a los animales.

– ¿Crees que se está olvidando lo más básico? Cuando nosotros éramos pequeños sabíamos perfectamente de dónde venían los huevos, por ejemplo.

Lo que ha pasado es que los niños ahora viven en la ciudad. Vienen al pueblo y ven a los animales desde el coche, a lo lejos, no los tocan. Es totalmente diferente. De hecho, te voy a contar una anécdota que me marcó. Las ovejas están identificadas todas mediante dos métodos: con un microchip que llevan en el estómago y un crotal en la oreja. Pues vino una niña y me dice: “¿Qué es eso que lleva esa oveja en la oreja? ¿El precio?”. Me marcó.

– ¿Cuántos animales tenéis en la explotación?

Incontables. Ovejas, cabras, burros, caballos, cerdos vietnamitas, ocas, faisanes, patos, perros, gatos, palomas… Ovejas alrededor de 600 madres, más luego cuando nacen los corderitos, que en cada lote rondan entre 300 y 400. Vamos que en época de paridera se duplican los animales.

– ¿Cuál es para ti el más inteligente?

Cada uno es inteligente a su manera. Ninguno es igual. Cada perro tiene su perronalidad. De hecho, el perro es nuestra arma de trabajo más valiosa. Solo con la mirada ya te guías. La oveja, sin embargo, es el animal más tonto que existe. Las cabras también son bastante inteligentes, pero para mí el perro y el caballo.

Lo suyo sería cerrar el ciclo creando nuestra propia quesería

– ¿Cómo es tu día a día en Belbimbre?

Tranquilo, sin estrés, pero sin parar. Depende mucho de la época. Al fin y al cabo, en este oficio teniendo personal para trabajar y haciendo cada tarea entre varias personas se lleva bien. No madrugo mucho, me levanto sobre las 9 y voy a la nave. Pero mi madre a las 7 ya va a ordeñar. Lo primero que se hace es el ordeño. Suelo sacar a los animales al campo hasta la 1 del mediodía. A las 3 y media se vuelve a ordeñar hasta las 5 y media y de ahí hasta las 9 se sale de nuevo con el rebaño.

Por cierto, el rebaño está dividido ahora en dos subrrebaños: producción de ordeño y luego las gestantes, que las lleva el otro pastor. Es un calendario marcado. Mañana viene la veterinaria a hacer ecografías porque ya quedan dos meses para que tengan el cordero. La madre tiene que descansar dos meses antes de tener la cría para que esté en buenas condiciones. Ahora, en octubre, es el ciclo natural de todos los rumiantes. Si no, en julio y en marzo tenemos que programar el rebaño para provocarles el celo. El rebaño se divide en dos lotes para buscar el precio del lechazo y poder ordeñar todo el año. Entonces se va jugando con esos lotes y se programan para que no se junte en una época muchísima producción y en otra nada.

 

– ¿Qué hacéis con la leche?

Formamos parte de la cooperativa Quesos Cerrato de Baltanás (Agropal), allí lo elaboran y hacen quesos, cuajadas y otros productos. Lo suyo sería cerrar el ciclo creando nuestra propia quesería, pero de momento es un marrón. Por decirlo rápido, el lechazo es para cubrir las necesidades básicas de la madre y la rentabilidad que nos queda a nosotros es la leche.

– ¿Cómo os ha influido la pandemia en vuestro trabajo?

Somos los menos perjudicados. Podemos salir al campo sin ninguna restricción y con la mayor normalidad del mundo. Te afecta de cara a los veterinarios y algunas gestiones. Y, aparte, que costó dar salida a los corderos en marzo y abril por el confinamiento.

– Tengo entendido que pastoreas con una yegua…

Dado que tengo los animales, qué mejor que sacarles un partido. Llego a hacer una media de 23-24 kilómetros diarios. Teniendo la posibilidad de ir a caballo, para qué ir andando.

– ¿También les tocas la trompeta a los animales?

Todavía no. La trompeta requiere una resistencia brutal, que se gana tocándola todos los días. Llevármela todo el día a cuestas para solo practicar 20 minutos no me merece la pena. Pero bueno, llegará el momento.

– Aparte de la trompeta y los animales, ¿qué otras cosas te gusta hacer?

Tocar en una batucada, viajar, la naturaleza, conocer, explorar… Soy muy activo.

Estoy en Belbimbre por vocación y también por orgullo porque toda mi familia han sido ganaderos

– ¿Cómo es la vida en Belbimbre? ¿Qué servicios tenéis y cuáles os hacen falta?

Los pocos servicios que había los están quitando. Por ejemplo, las consultas médicas. Había dos a la semana y desde la pandemia se han eliminado. Nos toca ir al consultorio de Pampliega. El panadero viene todos los días. Al carnicero le puedes llamar y te lo trae. Una ventaja es que conoces a la gente y nos hacemos favores mutuamente. También hay una asociación con máquinas expendedoras y hace poco una señora decidió montar una casa rural y en verano puso un chiringuito de helados.

– En tus 33 años, ¿siempre has vivido en Belbimbre?

Menos dos de Erasmus en Palencia. Al instituto iba a Burgos y el resto he estado aquí.

 – ¿Te ves fuera de de tu pueblo?

En un principio no. Este año vamos a hacer la incorporación al sector como sociedad limitada. Y, claro, para pedir las ayudas uno de los requisitos es mantener el negocio cinco años. Mi objetivo es tener más tiempo libre y organizar la empresa como una compañía normal y corriente con tu mes de vacaciones, tus extras y demás.

– ¿Crees que los jóvenes rurales recibís las ayudas que necesitáis o echáis en falta más apoyo? ¿Te sientes respaldado o es por pura vocación?

Estoy por vocación, porque me gusta, también por orgullo porque toda mi familia han sido ganaderos, por todo el trabajo que han metido mis padres en la explotación. Además, que yo no podría estar en una oficina ni en una fábrica como un robot. Cada vez empiezo a valorar más que lo que tenemos. Trabajar en esto es un privilegio. A 50 kilómetros a la redonda no se ha quedado nadie con la ganadería, nada más que yo.

Sí se han quedado muchos agricultores, pero vamos que demasiadas subvenciones cobran. De hecho, muchos trabajan en la ciudad y van el fin de semana para hacer el campo. Veo excesivo que se esté regalando el dinero a esta gente. Luego, además, hay mucha vagancia. Veo una comodidad, que la gente no cultiva para sacar beneficio, sino para obtener la PAC. La PAC esté con nosotros. Se está ayudando y compensando a no cultivar, pero dónde se ha visto que den subvenciones por dejar una tierra de barbecho. Es una cosa muy extraña.

Eso sí, si a alguien le gusta el oficio de ganadero y quiere montar una explotación y tiene que empezar de cero es imposible. Aparte de que no venden nada, muchas veces se duplica el coste.

 

– ¿Alguna vez te has sentido juzgado por ser joven y vivir en un pueblo?

Sí, me han llamado peina ovejas, pastorón… Una de las ventajas que tiene este oficio es que pasas mucho tiempo en el campo solo y, a veces, te vuelves un poco psicoanalista. Yo pienso que los ganaderos estamos hechos de otra pasta, aunque sea a base de palos. Pero vamos, por uno me entra y por otro me sale. La gente que habla del vecino es porque no tiene vida propia.

Mis padres empezaron con muy poquitas ovejas. Antes se ocuparon de los animales de los ricos

– ¿Qué has aprendido hasta ahora?

Todos los días se aprende algo, especialmente a interpretar la naturaleza: no todas las plantas son hierba, muchas son comestibles y cada una sirve para una cosa. Es un aprendizaje continuo.

– ¿Qué te gustaría aprender? ¿Qué metas te pones?

Esto va paso a paso. Sin aturullarme, me gustaría mantener el rebaño, dedicarme a provocar los celos y manejar el calendario, además de montar una granja escuela. Si va bien, una quesería. Si eso va bien, a por otra cosa. No hay límites. No te estancas, este oficio te permite un aprendizaje constante.

– ¿Cómo ha cambiado la explotación desde que lo montaron tus padres hasta ahora?

Mis padres empezaron con muy poquitas ovejas. Antes ellos se ocupaban de las ovejas de los ricos. Pero después se plantaron. Tenían alquilados distintos corrales hasta que decidieron hacer la nave en nuestra propia finca. Comenzaron con 100 ovejas que les dejó mi abuelo de herencia de raza churra, que se destina a la producción de carne. Pero eso ya ha quedado obsoleto. O cambiabas o te comía el mercado. Así que decidimos meter otra raza y conseguir el híbrido: madre churra y carnero Assaf (proveniente de Marruecos). Sacas una oveja que tiene los mejores genes de ambas razas: la producción lechera del padre Assaf y la rusticidad de la madre churra.

Ahora tenemos ganas de crecer porque una de las ventajas de la zona es que no hay ganadería y nos dan la posibilidad de aprovecharnos de arrendar los pastos de los pueblos circundantes. Nos gustaría ampliar y crear más empleo.

En Pampliega nos han dado la ventaja de que, si llevamos las ovejas, nos dejarían los pastos gratis. Quieren que vaya el ganado porque limpia el terreno, impide que haya incendios… Es de los pocos oficios que es todo ventajas: producción de leche, transformación del pasto en productos alimenticios, limpian el campo y lo abonan. La única desventaja es que emiten metano a la atmósfera.

Suena la alarma del móvil, son las cinco de la tarde. ¡Toca volver a la nave!

Esther, la peluquera rural que va de casa en casa

La necesidad agudiza el ingenio. Resulta que en muchos pueblos no hay autobús. Resulta que muchos mayores ya no disponen de coche propio para desplazarse y dependen de sus familiares para las tareas cotidianas. Hijos que, por otra parte, han tenido que emigrar a grandes ciudades. Pero resulta también que hay personas dispuestas a inyectar ilusión en el medio rural. Una de ellas es Esther, quien desde hace cinco años se ha echado a la carretera con su peluquería ambulante. Recorre numerosos pueblos de Burgos y si algo tiene claro es que este modo de vida “es una maravilla”.

Dicen que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Algo así es lo que ha hecho Esther. Esta peluquera de Tardajos (Burgos), consciente de que cada vez la gente de los pueblos tiene más problemas para desplazarse -ya sea por la falta de transporte público o por su avanzada edad-, decidió ir ella misma por las casas. Vamos, que si una persona no puede acudir a la peluquería, no hay excusas: Esther va a su domicilio. Y, así, todos contentos. Lo que en el lenguaje moderno se llama un ‘win-win’.

Ya lleva cinco años recorriendo buena parte de la geografía burgalesa con su furgoneta monovolumen en la que hace auténticas virguerías para encajar todos los artilugios: la caja de los tintes por aquí, los maletines de ruedas cubiertos de purpurina y repletos de peines por allá, que si la plancha de alisar, que si las toallas, que si los productos de maquillaje… ¡Ah! Y hasta una cafetera. No se le escapa ningún detalle.

A Mahamud, por ejemplo, acude un día a la semana. Lucinia y Pili son clientas habituales de Esther. La primera tiene 92 años. Cuenta que el próximo 14 de febrero sumará una vela más y que, aunque ella es de Revenga de Muñó, vive en este pueblo de la comarca del Arlanza, con unos 70 habitantes, desde que se casó hace 69 años. Recuerda que cuando llegó con 23 años, el municipio rondaba las 600 personas y que no había ni casas para comprar porque todas estaban ocupadas.

Ahora, además de peluquería, en Mahamud cuentan con servicio de pescadería, panadería, carnicería o farmacia. “Estamos todos servidos a la puerta de casa, estamos como queremos. Sólo nos hace falta dinero”, bromea Lucinia. Todos llegan sobre ruedas. Salvo el médico, que “desde que empezó esta peste dejó de venir”, dice. El que también acude todos los domingos, para alivio de estas vecinas, es el cura.

Mientras Esther termina de peinar a Pili, Lucinia le espera en el local que el ayuntamiento cede para tal uso. Tiene una memoria privilegiada. Lamenta que el coronavirus les haya ‘robado’ las tardes de partida de cartas en el centro de jubilados. Eso sí, aún hoy los hombres juegan por una parte y las mujeres por otra. “No podemos guardar la distancia, así que nada”, se resigna. Entre tanto, Pili ya está lista y ambas se despiden para dar un paseo a su perrita hasta el 8 de octubre, su próxima cita para acicalarse.

“Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”

Esther valora que estas mujeres le enseñan a ver la vida de otra manera: “Me educan, me inculcan lo que es el respeto”. Ella se siente una privilegiada, dice que su trabajo de peluquera ambulante es “una gozada” y que no volvería a la ciudad para trabajar. Lo dice con conocimiento de causa. Empezó trabajando en Burgos. Después se mudó a Logroño. Y cuatro años después volvió a la capital burgalesa. Siempre entre rulos, tintes y moldeados.

Un tiempo después, montó su propia peluquería en un área de servicio en Villodrigo. Sí, al lado de una gasolinera. Fueron 13 años que dieron para mucho, especialmente porque Esther conoció a «gente maravillosa» de muchos países. Los vínculos son tales que aún hoy sigue cortando el pelo a algún camionero de los que entonces paraban en Villodrigo. Y ella encantada: lo mismo saca las tijeras en el aparcamiento de un hotel que en un restaurante de la A-1. Podría decirse que ha peinado a toda la gente de la zona.

Ya ha desinfectado el asiento cuando entra un hombre de mediana edad con cierta prisa por el trabajo. Se llama Alfredo y es ganadero. “Córtamelo como siempre”, le dice a Esther. La sintonía es total. Y el rato de ir a la peluquería se convierte en algo más que el simple hecho de peinarse o cambiar de look. Son clientes muy fieles. Y Esther les premia: cada uno lleva una tarjeta en la que además de apuntarles el día y la hora -solo trabaja con cita previa-, les pone unos sellos, de forma que cuando consiguen el décimo tienen un tratamiento gratis. “Es un detalle que me gusta tener”, dice. Tampoco les cobra el desplazamiento.

Una vez termina en Mahamud, pone rumbo a Pampliega, a unos 11 kilómetros. En este caso, tiene cita con Puri en su casa. A Esther también la pueden encontrar en Villasilos, Pedrosa del Príncipe o Tardajos. Va por toda la zona. De camino, siempre con el pinganillo bluetooth en la oreja, le llama otra clienta para ver qué día le puede teñir el pelo. No para ni un minuto. Se ríe, lo disfruta, dice que este trabajo es “una puta maravilla”.

Una energía que Esther contagia a quienes se ponen en sus manos. “Que venga la peluquera a casa es el mayor privilegio que podemos tener”, relata Puri, mientras espera a que el tinte le haga efecto. Al principio, le pedía a Esther que le cortara el pelo exactamente igual que lo llevaba. Ahora ya le deja hacer lo que quiera. “Alargo el tinte todo lo que puedo para que me lo haga ella. De hecho, en Madrid me preguntan quién me ha cortado el pelo. Yo la recomiendo a todas mis amigas”, dice la mujer, que hizo numerosos anuncios para televisión y que ahora pasa entre cuatro y cinco meses en Pampliega y el resto del año en Madrid. No puede estar más contenta con Esther: “Es maja, no te engaña, usa productos buenos y está al tanto de las tendencias. Chapó”.

Pocas personas como ella saben exprimir mejor el tiempo. Cuando aparca la furgoneta, le gusta tocar en una batucada, es voluntaria en un comedor social y está involucrada en la directiva de dos asociaciones, una en Burgos y otra en Tardajos. Ya lo dice el lema que guía su peluquería ambulante: “Tú mism@”.

 

Carlos, el médico rural que resiste

Antes, el médico del pueblo era toda una autoridad. Hoy, casi casi es una especie en peligro de extinción. El doctor Carlos Hernando atesora una experiencia de más de 40 años, siempre en el medio rural y siempre en las provincias de Burgos y Soria. Habla sin tapujos: advierte que el relevo generacional de profesionales sanitarios rurales no está asegurado, que la reestructuración de la Junta de Castilla y León implicará el cierre de numerosos consultorios y que, pese a la teórica igualdad de derechos, esto no se cumple en los pueblos. En este panorama cobra aún más mérito que haya decidido seguir un año más y no jubilarse. Su deseo para la sanidad rural es que ayude a frenar la despoblación por algo muy sencillo: “La vida rural es muy bonita”.

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Carlos Hernando es el médico de Gumiel de Mercado y La Aguilera

– ¿Qué balance haces de estas cuatro décadas como médico rural?

– Exactamente son 42 desde que terminé la carrera en 1978. Es un balance positivo porque es algo que me gusta, pero a la vez lleno de cambios muy importantes dentro de la profesión de medicina rural.

– ¿Qué es lo mejor y lo peor de ser médico rural?

– Lo mejor es el trato directo con los pacientes. De hecho, tienes un trato tan directo que aparte de lo meramente profesional, a veces haces una medicina con un componente social muy importante ya que les conoces muy directamente, conoces sus casas y prácticamente todo de ellos. Como negativo destacaría el aislamiento y la falta de medios.

– ¿Por qué crees que en estos momentos los médicos jóvenes no quieren ir a trabajar a los pueblos?

– Principalmente por la falta de incentivos. Es más incómodo, te encuentras más aislado y seguramente que si no hubiera un déficit como el que hay actualmente se llenaría todo. Pero si tienen donde escoger, se decantan por la parte más cómoda, que es vivir en una ciudad. Social y familiarmente se tienen más medios.

– ¿Cómo se les podría incentivar para revertir la situación?

– Pienso que puede haber incentivos económicos. De hecho, tiene que haberlos. Y luego algún incentivo de valoración, bien que puntúe algo más a nivel de oposiciones o de méritos profesionales. Todo esto tiene que ir acompañado de una planificación buena y, por supuesto, que en los pueblos existan más servicios de tipo complementario como pueden ser telefonía, internet, comunicaciones…

– Hablando de planificación, ¿hay disposición a hacer una buena planificación por parte de la Junta de Castilla y León?

– La planificación se debería haber hecho hace años. Un médico no se forma ni en dos años, ni en cuatro, ni en seis. La planificación viene de atrás. Ahora mismo resulta difícil que a corto plazo pueda haber más médicos, a no ser que haya una importación, por decirlo así, de otros países. Hubo una época en la que hubo muchos médicos y por falta de incentivos laborales, como puede ser contratos fijos o incentivos económicos, la gente se fue a otros países, de los cuales será difícil que vuelvan.

A nivel inmediato, hay que incentivar económicamente a los médicos rurales y aumentar las comunicaciones en los pueblos

– Las condiciones aquí no son tan buenas…

– Exactamente. Por eso, el déficit se compone de dos factores: los que se fueron y que es difícil que regresen y luego la falta de formación en cantidad en las facultades. Se tenía que haber planificado anteriormente. La calidad en cuanto a formación es muy buena, a nivel mundial está reconocida. Pero hay un déficit. Además, bastantes se jubilarán o nos jubilaremos muy pronto.

– ¿Por dónde habría que empezar la planificación teniendo en cuenta el retraso con el que se haría? ¿Por dónde meter mano a este problema?

– A nivel de las facultades, ya no podemos hacer algo inmediato. A nivel inmediato, hay que incentivar económicamente y aumentar las comunicaciones. Que el médico tenga más medios en los centros de salud y se encuentre en un grupo con ilusión para poder seguir formándose.

– ¿Cunde el pesimismo?

– Sí, porque en estos momentos la gente es bastante mayor y los más jóvenes tiran hacia ciudades. Así que sí, la medicina rural es pesimista.

– ¿Podría decirse que a la medicina rural llegan quienes no han podido optar a otras especialidades o verdaderamente quienes están en los pueblos lo han elegido?

– Ahora mismo el que puede irse a una ciudad se va. Antes no. Yo, por ejemplo, he podido estar muchísimas veces en ciudades, pero me gustaba más la medicina rural por el trato más directo y una medicina más directa con el paciente. Pero hoy día seguramente sí. Para ir a la medicina rural, como no se cambien ciertos incentivos, va a ser secundario, va a ir gente que en un porcentaje muy alto no puede ir a la ciudad.

– ¿Al menos está asegurado el relevo generacional?

– No, no. El relevo generacional ahora mismo no está asegurado. Pienso que a corto y medio plazo seguirá el déficit. No va a haber relevo. Es preocupante. El medio rural tiene unas características específicas, siendo los dos principales problemas el envejecimiento y la despoblación. Cada vez hay menos habitantes y, por tanto, también se necesitan menos médicos.

– La otra cara de la moneda es el cierre de consultorios rurales. Esto, sin duda, es la puntilla para muchos pueblos de toda Castilla y León.

– No cabe duda de que la falta de servicios, entre ellos el sanitario, influye en que la población se asiente en zonas urbanas. Es la pescadilla que se muerde la cola.

El relevo generacional ahora mismo no está asegurado. Es preocupante

– Actualmente trabajas en Gumiel de Mercado y La Aguilera. ¿Cómo es tu día a día?

– Mi zona básica de salud es Aranda rural, que engloba en torno a unos 40 pueblos. Somos 15 médicos y 10 enfermeras. El centro de salud que actúa como cabecera se encuentra en Aranda de Duero. La jornada comienza yendo al centro de salud a las 8 de la mañana. Nos reunimos, a veces vemos a pacientes… Después, en torno a las 9 o 10 comienzas tu ruta por los consultorios locales.

En Gumiel paso consulta todos los días y en La Aguilera tres días. Terminas sobre las 3. Ahí finaliza la jornada ordinaria. La gente que hace guardias, a partir de las 3 comienza la jornada de atención continuada en Aranda. Este servicio se hace en conjunto Aranda rural y Aranda urbano y abarca desde las 3 de la tarde hasta las 8 de la mañana del día siguiente.

Por supuesto, quien ha hecho guardia libra el día de después y el trabajo de sus consultorios lo asume un compañero de los pueblos de alrededor. Cuando había más médicos ponían sustitutos para las épocas de vacaciones. Hoy, como no hay, los compañeros se tienen que encargar del trabajo de la persona que libra y añadirlo a su trabajo habitual, bien sea total o parcialmente. La carga de trabajo nos ha aumentado considerablemente. También nos ha subido en el sentido de que al agravarse la despoblación se han ido recortando puestos de trabajo. Yo he llegado a conocer 22 médicos y ahora somos 15, así que he visto desaparecer siete plazas en unos 20 años.

– Hay que decir que tienes 65 años y que podrías estar jubilado.

– Sí, he optado por seguir un año más. Me encuentro bien. Hubo una época en la que se obligó a los que tenían 65 años a jubilarse. Fue una política que hizo la Consejería de Sanidad. Mucha gente que quería haber seguido se tuvo que jubilar obligatoriamente. Luego revocaron esa ley y actualmente te puedes jubilar voluntariamente o continuar hasta los 70, siempre que anualmente pases un examen de salud.

– ¿Qué consejos les das a los médicos más jóvenes?

– Mi consejo mayor es que disfruten con la profesión porque si no esta profesión quema mucho. Si no disfrutas con ella, no aguantas. Aparte de tratar mal a la gente, tú mismo tiendes a quemarte.

– Antes de estar en Gumiel de Mercado y La Aguilera, un pajarito me ha contado que trabajaste dos años en urgencias en Aranda. ¿Cómo era aquello de que solo hubiera un médico para todo el servicio de urgencias?

– Estuve en medicina hospitalaria en el hospital de Aranda. Fueron casi cuatro años. El hospital de entonces no tiene nada que ver con el actual tanto en medios materiales como profesionales. Era un hospital comarcal como es hoy, pero con una diferencia de número de profesionales (auxiliares, enfermeras, médicos, celadores…) que no tiene nada que ver. La sociedad entonces exigía menos servicios que actualmente. Hoy habría sido imposible. Había 10 veces menos de profesionales. Las exploraciones complementarias que se hacían tampoco tenían nada que ver. Actualmente se hace mejor medicina.

He podido estar muchísimas veces en ciudades, pero me gustaba más la medicina rural

– Después de Aranda, subiste a Briviesca.

– Estuve otros cuatro años. Saqué unas oposiciones de asistencia pública domiciliaria. Éramos funcionarios civiles del Estado, luego pasamos a la comunidad autónoma. Yo cogí la zona de Briviesca. Estando allí pasamos a depender de la Junta de Castilla y León. Todavía era medicina individualizada, no había centro de salud, entonces cada uno tenía su zona, sus cartillas y sus pacientes. En común solo hacíamos las guardias de fin de semana: desde el viernes por la tarde hasta el lunes por la mañana. Guardias, por cierto, que no eran remuneradas. Nos juntábamos cuatro o cinco para poder tener un fin de semana libre.

Luego ya hubo otro concurso de traslado y me trasladé otra vez a la Ribera del Duero, concretamente a Langa, el primer pueblo de Soria. Allí estuve seis años. Estando allí nos integraron en el centro de salud de San Esteban de Gormaz. Por las mañanas iba al centro de San Esteban y hacía guardias tanto en San Esteban como en Langa. Seis años después, en el siguiente concurso de traslado, pedí Aranda rural y cogí Gumiel de Mercado. Fue en el año 93. Es decir, llevo allí 27 años. Desde hace cinco, al jubilarse el médico de La Aguilera, me hice cargo también de ese pueblo.

– Así que los vecinos de Gumiel y La Aguilera estarán temblando solo de pensar que te puedes jubilar…

– El día que me jubile, no tienen tan seguro de que eso seguirá como hasta ahora. Puede ocurrir que metan a un interino y todo siga igual o puede ocurrir que no haya gente y se lo acumulen a un pueblo vecino, con lo cual la frecuencia de consultas disminuiría. Podría darse el caso de que con la reestructuración que planea la Consejería de Sanidad esto cambie. No sé cómo va a terminar.

Los planes que tiene la Consejería ante la despoblación y el déficit sanitario es hacer una reestructuración basada en tres tipos de consultorio: habría un consultorio en la cabecera de comarca, donde siempre habría un médico o dos o los que correspondan y se haría la atención continuada (las guardias); el segundo nivel serían consultorios agrupados, similares a los colegios rurales agrupados, que tendrían una consulta diaria y se dotarían con más medios; y el tercer nivel serían los consultorios de proximidad.

Dicen que no van a desaparecer, pero no cabe duda de que los médicos irían lo mínimo. No habría consulta a diario en municipios de menos de 50 habitantes. 100 habitantes sería un día a la semana. Para que todo esto funcione es necesario implantar un servicio informático ágil y rápido. Todavía hay muchos consultorios offline. Vamos con portátiles, no estamos en tiempo real, luego hay que sincronizarlos… En algunos sitios el programa que usamos es realmente lento y se bloquea muchas veces.

– ¿Se puede ejercer la medicina a distancia?

– Algunos casos se podrían resolver. También es verdad que es muy difícil implantar estas medidas por el tipo de población que tenemos, muy envejecida. Hace años se intentó poner la cita previa y muchas personas no se aclaraban, por lo que terminaban haciendo consultas a demanda.

– ¿Una reestructuración de este tipo no va a acabar ‘cerrando’ muchos pueblos?

– Seguramente que sí. Es difícil que la Junta reconozca de entrada el cierre de ciertos consultorios, pero hay muchas zonas con poblaciones inferiores a 50 habitantes, por ejemplo, en el norte de Burgos, en las que el médico va a dejar de ir al consultorio. Será a demanda. Todo esto va a cambiar y ahí seguramente esos consultorios terminarán desapareciendo, aunque digan que no (la Junta).

– ¿Os han consultado los técnicos que están diseñando esta reestructuración¿ ¿Tienen en cuenta la voz de los médicos rurales?

 – Hasta ahora no. Yo no conozco a nadie que le hayan consultado. Incluso los sindicatos se quejan de que no les han consultado. Lo hacen meramente en plan técnico y un poco ateniéndose al personal que tienen y a las características de la población. Los colegios de médicos también se han quejado.

– ¿Eso genera frustración?

– Sí, sí. Ellos dicen que tienen que actuar con lo que tienen y que no hay más mimbres que los que hay para sacar adelante la asistencia sanitaria.

Aunque todos somos iguales, la realidad es que los derechos están disminuidos a nivel rural

– ¿Sientes que muchas veces prima la gestión económica frente a la igualdad de derechos independientemente de donde vivamos?

– Totalmente. Si nosotros comparamos la igualdad de derechos a nivel rural y urbano no cabe duda de que en lo rural hay un déficit mayor. Aunque todos somos iguales, la realidad es que los derechos están disminuidos a nivel rural.

– Después de oír todo este panorama, tiene todavía más mérito que hayas decidido continuar como médico rural.

– Me encuentro bien y es algo que me gusta. No me doy ningún mérito.

– Carlos, si nos remontamos aún más en el tiempo, hay que decir que estudiaste Medicina en Valladolid y que estuviste a punto de empezar la carrera con 16 años…

 – Pues sí, es verdad. Fue un poco adelantado. Empecé demasiado joven. Igual tenía que haber empezado más tarde y me lo habría pasado mejor. El caso es que terminé la carrera a los 23 años. Entonces no había problemas de trabajo. Mis dos primeros pueblos fueron Villatuelda y Terradillos. Acabé los estudios en junio y en julio ya estaba allí trabajando, hasta septiembre porque luego en octubre me tocó hacer la mili. Había estado con prórrogas. En estos pueblos no había centro de salud. De pronto, te encuentras tú solo ante el peligro. Tenía que hacer de médico, enfermería… Tú solo las 24 horas durante todos los días de la semana.

– ¿Recuerdas a tu primer paciente?

– Perfectamente. Me había examinado por la mañana del examen de licenciatura en Valladolid y por la tarde me tuve que ir corriendo a pasar consulta. Había una señora esperando en la puerta y me dijo: “Tiene que venir a cambiar la sonda a mi padre”. Fui con ella a cambiarle una sonda vesical que tenía permanente. Al verme tan joven, la señora me preguntó si sabía cambiarla. Me pidió que tuviera cuidado porque otro médico le había causado una hemorragia. Se la cambié bien, pero la mujer estuvo con los cinco sentidos. Me decía todo lo que tenía que hacer por si no lo sabía. Me veía tan jovencito que no se fiaba.

– Cuando acabaste la carrera no había el MIR que conocemos ahora…

– Justo se implantó al año siguiente. Existía una forma de especialidad que era colegiarte y estar dos años de ayudante de un especialista. A los dos años te daban el título de especialista. Después ya empezó a funcionar el MIR y las especialidades tienen que ser vía MIR.

Con la reestructuración de la Junta todo va a cambiar y seguramente muchos consultorios terminarán desapareciendo

– A todo esto, ¿de dónde te viene la vocación?

– Pues no lo sé, la verdad. Siempre me ha gustado. Creo que es algo inherente.

– Lo que sí has sabido es transmitir esa vocación a tu hijo, que también es médico.

– Lo ha vivido desde pequeño, pero curiosamente Carlos de pequeño no quería ser médico. Fue un poco más tarde. Hasta los 15 o 16 años decía que no.

– ¿Qué sentiste cuando se matriculó en Medicina?

– Sentí satisfacción. Si te gusta tu profesión, estás orgulloso de que tus hijos hagan lo mismo. También le dije los pros y contras. Al menos intenté expresárselo.

– Si tuviésemos aquí una varita mágica y pudieras pedir un deseo para la sanidad rural, ¿cuál sería?

– Mejoría y, sobre todo, que sea un servicio importante, que no desaparezca y ayude a que la despoblación no exista. Que sea una ayuda para que se mantenga la población o incluso aumente porque la vida rural es muy bonita.

Más de 70 años de la gran cabalgata de Reyes (y casi única) en Ciruelos

Corría el año 1944. El marido de la maestra organizó una cabalgata que aún hoy recuerdan los más ancianos del pueblo. A lomos de tres machos y con una capa a sus espaldas, Atilano, Florencio y no se sabe bien si Tomás o Carmelo emularon a Melchor, Gaspar y Baltasar. “Fue un día de mucha ilusión”, cuenta Félix.

Sin cabalgata, pero con Reyes Magos y, sobre todo, con ilusión. Así vive Ciruelos de Cervera (Burgos) la llegada de Sus Majestades. Hace más de 70 años que no hay cabalgata. Más de 70 años que sus habitantes no ven un 5 de enero por sus calles a Melchor, Gaspar y Baltasar. Aún así, los más ancianos del pueblo recuerdan con especial entusiasmo aquel invierno de 1944. Tal vez de 1943.

Félix y Justina, los dos vecinos de mayor edad, no se acuerdan con exactitud de la fecha. Pero sí lo bonito que fue aquel día. Magia pura a juzgar por sus palabras.

Según cuentan, Atilano, Florencio y no saben bien si Tomás o Carmelo hicieron de Reyes Magos. Montados en machos, fueron bajando desde la tenada del Juanito -en dirección Briongos– hasta el puente que se encuentra a la entrada de Ciruelos. Allí les estaban recibiendo todos los vecinos.

Los tres llevaban capas. Les acompañó Mauro con una mula a la que colocó un cajón con juguetes. Entiéndase por juguetes unas mandarinas, algunas castañas, un puñado de caramelos…

Después, Sus Majestades ciruelanos dieron una vuelta por el pueblo y tal como recuerda Justina, fueron a la iglesia “para adorar al niño”.

A Félix le gustaría que los Reyes salieran este año “a dar una vuelta por el pueblo aunque no trajeran ningún regalo”

De la organización de la cabalgata se encargó el marido de la maestra, una catalana llamada Dolores. “Eran los años de la guerra. No recuerdo su nombre, pero debía estar desterrado. Era un señor listísimo”, dice Justina, de 88 años, la vecina de mayor edad de Ciruelos, que en invierno apenas supera los 25 habitantes.

La nostalgia se apodera de ella: “Me acuerdo muchas veces. Parece que lo estoy viendo ahora. Estábamos todos en la ermita esperando y llevaban una luz como si fuera una estrella que los guiaba”. Fue el gran acontecimiento navideño.

“Estuvo muy, muy bien”, enfatiza. De la misma forma se expresa Félix, de 87 años: “Fue muy bonito. Un día de mucha ilusión”. Al 2019 le pide salud… y algo más. A Félix le gustaría que los Reyes Magos salieran este año “a dar una vuelta por el pueblo aunque no trajeran ningún regalo”.

No estaría nada mal. Desde aquel gran acontecimiento tuvieron que pasar unos 40 años, ya en 1984, para ver otra cabalgata en Ciruelos, un acto algo más discreto que se hizo en la plaza mayor, donde se recreó un pesebre y los niños acudieron a recoger sus regalos. En aquella ocasión, los Reyes fueron Elías, Víctor (hijo de Martina y Josito) y Fernando (hijo de Aurora y Román).

Hubo que esperar otros casi 20 años (en torno al año 2000) para ver algo parecido a una cabalgata en Ciruelos. Elías sacó el tractor -como recuerda Félix- y los Reyes dieron una vuelta al pueblo montados en el remolque.

Puede que Ciruelos no tenga cabalgata, puede que todo haya cambiado mucho, que ya no haya machos, ni mulas, pero Félix y Justina están convencidos de que Melchor, Gaspar y Baltasar pasarán por el pueblo. ¡Felices Reyes!

¿Cómo hablar de protectores de estómago, cochinos y dictadores en sólo dos horas?

Un bar cualquiera de un pueblo burgalés cualquiera. Un domingo cualquiera. Y una conversación que de cualquiera no tiene nada.

El escenario no puede resultar más sencillo. Un bar. Da igual cuál. En la provincia de Burgos. Dos hombres de mediana edad apuran un chorizo y un poco de pan al tiempo que beben vino tinto con gaseosa. En las aproximadamente dos horas que después pasan juntos mantienen una conversación de lo más surrealista.

Son dos horas que dan para mucho. Juzguen si no. Hablan de temas tan dispares como la matanza del cochino y la independencia de Cataluña. También de la despoblación que sufre Castilla y León. De repente, citan nombres como Antonio Machado o Marine Le Pen. Y sólo unos segundos más tarde rememoran su infancia de monaguillos. Sí, todo esto en 120 minutos. Saltan de un tema a otro a una velocidad endiablada.

Vamos por partes. Uno se arranca a hablar sobre los protectores gástricos, tipo omeprazol. ¿No había un tema mejor para un domingo lluvioso de otoño? El otro contesta que no los ve nada lógicos y cuestiona por qué no inventan, por ejemplo, un antibiótico que a la vez actúe de protector. ¡Lo que se pierde la ciencia!, pienso mientras los escucho.

Después le toca el turno a los cochinos. O más bien a la obligación de solicitar autorización al Ayuntamiento correspondiente si se sacrifica el cerdo en casa. En la matanza doméstica, un veterinario autorizado debe inspeccionar la carne de cerdo para que el consumo sea seguro. Pues bien, todo eso no convence para nada a uno, mientras el otro insiste en que más vale prevenir.

«Muchos cerebros se han quedado en la cuneta por luchar por la democracia»

Y de una tradición pasan a otra. Esta tiene que ver con la iglesia. Ya se han bebido el café y están con el chupito. Uno bebe coñac y el otro, orujo de hierbas. El del coñac recuerda que de pequeños todos querían hacer de monaguillos porque luego recibían una propina, pero a él el cura sólo se lo pedía en las misas que se celebraban de lunes a viernes. “Los fines de semana y, sobre todo, si había bautizos o bodas, les mandaba a otros”, dice con retintín.

Poco después, entran en política. Es el gran tema. No podía fallar. Todo el mundo opina de un gobierno tal o cual y los bares de los pueblos no son una excepción. A continuación, el diálogo alocado que entablan:

– En este país han matado a muchos cerebros. Gente inocente, modelos a seguir.

– ¿Quién los mató?, cuestiona el otro, que pide el segundo chupito de hierbas.

– Los mataron a todos y los tiraron a las cunetas de cualquier manera. Por ejemplo, a Machado, insiste el primero. Y añade: “Cuando se va un cerebro lo siento mucho. Se va una sabiduría de la hostia”.

– ¿Pero quién los mató? ¿O quién los mandó matar?

– No lo sé. Cuando mataron al sargento yo estaba en los cojones de mi abuelo. Así que no me preguntes si fue la derecha o la izquierda. Yo te digo que fueron asesinados. Mira, ahora hay naranjitos.

– Ponnos un chisme, se limita a decir su interlocutor.

Un trago después, retoma la conversación. Siguen con política. Pero con un giro de 180 grados.

– Lo que nos ha costado tener una democracia. España se rompe…

– Por eso te he dicho antes que muchos cerebros se han quedado en la cuneta por luchar por la democracia. Que tienes a Le Pen a las puertas, mira lo que ha pasado en Brasil [donde el ultraderechista Jair Bolsonaro asumirá la presidencia el 1 de enero] y Vox en Andalucía. No sé si estás en la onda.

– Con todo esto, ¿qué me quieres contar?

– Que van a mandar dictadores.

– ¿Qué dictadores hay ahora en España?

– Pues más de cuatro hay en las empresas. Se está haciendo un cocido en Europa

– Pues a la hora de votar te lo piensas.

– Ya te he dicho que no voto. Y que no me toque estar en la mesa [el día de las elecciones]. Te pagan 60 euros, pero yo no quiero su dinero. ¡Vete tú y si no sus hijos o sus queridas!

– No sé ya ni de lo que me hablas, se da por vencido el otro.

No acaba ahí la cosa. Tampoco la bebida. Sacan a colación a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, la tesis doctoral de Pedro Sánchez, retoman el desafío independentista, hablan de los políticos presos, citan a Rajoy y las prejubilaciones en la banca. “Les dan 20 millones y que se ría el mundo. Y aquí estamos nosotros mileuristas o con 600 euros. Eso, eso es de lo que te tienes que dar cuenta”, subraya el de coñac, que desde hace un rato se ha pasado al ron con limón.

Y por si fuera poco, se despiden con otra mini conversación gloriosa.

– ¿Quién soltó a los topillos?, suelta de repente uno de ellos en referencia a la plaga que hubo en Castilla y León en 2007.

– Sería con avionetas.

– Esos los soltaron, no son un fenómeno de la naturaleza. Al final hubo invasión. Entonces estaría Aznar de presidente.

– Personaje más impresentable no he visto.

– Que yo no soy del PP.

– Puedes ser de lo que quieras. En la vida, simplemente, hay que ser agradecidos.

Cuando parece que van a terminar, uno saca a relucir el nombre de Ruiz-Mateos y el Opus Dei. Después de relatar corruptelas varias, suelta una frase cargada de verdad, de mucha verdad. “Con un cura no puede un pueblo, con dos curas ni dios y con una comunidad como la de Silos ni la Santísima Trinidad”.

Ahora sí, los dos se despiden. Y el mensaje, pese a las discrepancias, converge: “¡Qué bien vivimos los de los pueblos!”.

 

Félix no tiene con quién pasear

El suicidio demográfico es una realidad en la localidad burgalesa de Ciruelos de Cervera. Su habitante más longevo cree que en dos años desaparecerá el pueblo. “En la España de toda la vida abundaban los niños y predominaban las familias numerosas. No éramos un país rico, pero vibrábamos de vida. Así fue hasta hace un cuarto de siglo o poco menos. Ahora vivimos en un país donde cada vez se peinan más canas y en el que la chiquillería brilla por su ausencia».

Félix tiene 85 años. Nació un 2 de mayo en Ciruelos de Cervera, Burgos. La Segunda República apenas tenía 18 días de vida. Es, o mejor dicho era, el sexto de ocho hermanos. Después matiza: el octavo de diez. El primero de la saga falleció con tan sólo tres meses y al segundo se lo llevó un ataque de meningitis a los siete años. Mientras bebe una manzanilla en pequeños sorbos recuerda que, según le contaron, nació en su propia casa y que durante el parto su madre recibió la ayuda de «la Isidora, la madre del Mauro».

Actualmente, sólo su hermano Pancracio, de 82 años, y él viven. Apenas coinciden unos días al año, casi siempre en verano, cuando éste se escapa de Barcelona. «Esta vez le vi bastante bien, oye», dice tras aclarar que hace un tiempo estuvo «entre Pinto y Valdemoro» por una afección en el hígado. Él, por su parte, apunta que siempre merienda un yogur a las siete de la tarde y que no come mucho porque «no es bueno». En su dieta no faltan las judías una vez a la semana y el pescado para la cena: «Me mantengo entre 80 y 81 kilos».

«En dos años este pueblo desaparecerá, nadie tiene ilusión por él»

Félix es también el más longevo de todo el pueblo. Allí vive los 365 días del año. Hoy, aquel chaval que creció rodeado de 70 mozos pasea sólo por las calles de Ciruelos. Lamenta no tener con quién hacerlo, al menos en invierno, cuando el municipio no supera los 25 habitantes. Asegura que está «aburrido» de ver la televisión pero si hay una película del oeste no la perdona. «Muchas veces estoy solo y no tengo con quién hablar», continúa para poco después soltar su premonición: «En dos años este pueblo desaparecerá, nadie tiene ilusión por él». Puede que no le falte razón. Al menos las estadísticas están de su lado. Los últimos datos del INE, publicados esta semana, revelan que en el primer semestre del año vinieron al mundo 1.305 burgaleses y fallecieron 1.926. «Todo tiene un principio y un final en esta vida y hay que llevarlo lo mejor que se pueda», dice al tiempo que apura la manzanilla.

Abril del 48

Mientras tanto, prefiere hablar del pasado. Dice que recuerda mejor lo que sucedió hace 70 años que lo que hizo ayer. Y da buena muestra de ello. Recupera su época de estudiante en una escuela, la de Ciruelos, en la que había cerca de 40 mozos y unas 50 mozas. La melancolía vuelve a apoderarse de él: «Fíjate y ahora nadie». Él, uno de los pocos solteros de entonces, habla incluso de que «alguna vez sí tuvo novia» pero aquello no cuajó. Cambia rápido de tema. Evoca otros episodios. Y sin saber muy bien porqué se arranca a hablar sobre el fuego que arrasó la pedanía de Briongos. «Estábamos el Apro y yo tomando el sol fuera del corral cuando apareció el Clemente con la bicicleta para avisar de que había fuego. No sabíamos si creerle porque entonces lo decían muchas veces aunque fuera mentira».

En el primer semestre de este año vinieron al mundo 1.305 burgaleses y fallecieron 1.926, según el INE

Ambos decidieron poner rumbo hacia Briongos. A pata, eso sí. «Adelantamos a la Toribia y a la Lauren que iban a lavar la ropa y llegamos los primeros», dice haciendo alarde de su memoria. Y continúa: «Allí estaba el Hilario, que nos tiró por la ventana unas alubias, tampoco muchas, y después le dijimos que saltara él porque si no iba a arder. Después fuimos a la casa del tío Sotero y antes de tirarse nos echó unos garbanzos y unas sartas de chorizos». Tampoco pasa por alto que «el Piano» y el tío Sotero se subieron al tejado o que el maestro se desplazó en macho hasta Oquillas (a unos 20 kilómetros) para llamar a los bomberos. «Tardaron, por lo menos, tres horas en llegar». El fuego arrasó el 75% del pueblo. Fue un 6 de abril de 1948.

«Los curas eran terribles»

Accidentes al margen, también tiene tiempo para hablar de las juergas que se corrían de jóvenes. «Algunos las preparaban de mil hostias», espeta. Habla del Carnaval y de que nunca llegó a disfrazarse porque estaba prohibido. En una ocasión, cuenta, el cura arrancó las máscaras «a tortazos» a una cuadrilla que se saltó el veto y después el alcalde les impuso como arresto que le llevaran «un viaje de leña». Por si hubiera dudas se encarga de mencionar que lo partían con hacha, «no como ahora», y de lanzar una pulla a la Iglesia: «Los curas de entonces tenían un poder terrible».

Vuelve a mirar el reloj. Son las siete menos cinco. Ya lo había advertido. Siempre merienda a en punto. Se planta el gorro y muleta en mano se acerca hasta la barra para dejar la taza de manzanilla ya vacía. «Hasta otro rato».


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Burgos, contra el olvido

Hace más de veinte años que no nace nadie en ellos. Hablar de ordenadores resulta una utopía. Muchos no disponen de bares ni de servicios. Las carreteras que los unen son caminos llenos de baches. Dicen estar comunicados entre ellos e incomunicados con el resto del mundo. Los pueblos de Burgos son protagonistas del cruel camino sin retorno de la despoblación. Así lo confirma censo tras censo el Instituto Nacional de Estadística: siete municipios despoblados y diez más que ni siquiera figuran ya como entidades.

Son municipios que buscan una segunda oportunidad. El éxodo rural, la emigración de mujeres, el atractivo de las ciudades, el progresivo deterioro de los servicios e infraestructuras, la ausencia de una red mínima de comunicaciones, la falta de expectativas para los jóvenes y la inexistencia de relevo generacional, son la combinación de causas que explican la despoblación en el medio rural. Causas que sirven para ilustrar la cifra de 2000 pueblos abandonados en España. León, Soria, Guadalajara, Lérida y sobre todo Huesca son las más afectadas por este proceso, al que Burgos tampoco es ajeno.

Castroceniza es un pueblo de 13 habitantes, sus calles están sin asfaltar y la mayoría de las casas, hundidas. Sufren continuas inundaciones por el mal estado de la red viaria de agua y cuando se quedan sin ella sólo les queda acercarse al manantial. No disponen de depósito, mucho menos de bares, el encargado de suministrar las bombonas de butano llega una vez cada quince días. La misma frecuencia con la que reciben al cura. Mientras, la enfermera lo hace una vez al trimestre.

Una de las casas de Castroceniza

Una de las casas de Castroceniza

Juan Carlos Antolín es el médico que les asiste una vez a la semana. Lo hace por voluntad propia ya que una normativa recogida en el Boletín Oficial de Castilla y Léon, datada de 1987, dicta que a los pueblos con menos de 50 tarjetas sanitarias, les corresponde la visita médica una vez al mes.

“Más vale que no te pase nada aquí”, lamenta un vecino de Barriosuso

Timoteo Alonso, a sus cuarenta y cinco años de edad, es el vecino más joven de Castroceniza, donde hace ya veinticuatro años que no ven nacer a nadie. “Está todo abandonado y no atienden a nada”, afirma. El suyo es un pueblo en el que los únicos ingresos provienen de la caza.

En la misma situación se encuentran los habitantes de Peñacoba, una aldea perteneciente a Santo Domingo de Silos. A sus 90 años, Paz Santamaría pasea junto a su perra Raya. Explica que en el pueblo no ha quedado nadie, pero que ella no se irá: “Si quieren venir a verme bien, pero a llevarme no”.

Las ovejas a su paso por Peñacoba

Las ovejas a su paso por Peñacoba

A pesar de todas las carencias y dificultades a las que hacen frente los pobladores rurales, se muestran orgullosos de sus raíces y aunque le ven una complicada solución, aseguran que no cambiarían su modo de vida. “Esto es un paraíso, vives como Dios, ancha es Castilla”, exclama Carlos Cámara, albañil del municipio. La cruz de la moneda la presenta la cobertura telefónica. “Llevo dos meses sin que me funcione el teléfono, no hay cobertura ni antenas, me sale más caro que el azafrán”, concluye el peñacobino. Pero los problemas no quedan sólo en el abastecimiento de agua o de teléfono.

“Hay que hacer que la gente se sienta orgullosa de vivir en un pueblo”

También se enfrentan a inconvenientes relacionados con las carreteras, la sanidad y las telecomunicaciones, aunque el mayor quebradero de cabeza siguen siendo la despoblación y la falta de atractivos para la llegada de nuevos pobladores. “A lo mejor no debemos obsesionarnos con la generación de empleo como única opción para fijar y atraer población. Es algo que vendrá derivado de que la gente disponga de una calidad de vida razonable en el entorno rural”, manifiesta Alberto Gómez Barahona, Licenciado y Doctor en Derecho por la Universidad de Valladolid.

«Esto es un paraíso, vives como Dios», dice un vecino de Peñacoba

Por su parte, José Luis Ranero López, Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Sarriko (País Vasco), afirma que las personas se dejan cegar por las presuntas ventajas de la ciudad, y son incapaces de apreciar todo lo que ofrecen los pueblos. Ventajas como la falta de contaminación, de atascos o la menor carestía de las viviendas. La calidad de vida viene definida por lo que dictan las modas, algún día puede que cambie en beneficio de los pueblos. Ambos expertos coinciden en señalar la importancia de trabajar un componente psicológico: hacer a la gente sentirse orgullosa de vivir en un pueblo.

Mientras se trabaja este vínculo anímico, la imposición del modelo de vida urbano ha llevado a la progresiva desaparición de pueblos en toda España. En la comarca burgalesa de La Bureba, situada al noreste de la provincia, se contabilizan según el censo del INE, siete municipios despoblados. A esto habría que añadir otros diez que ni siquiera figuran ya como entidades. Algunos de ellos llevan muchos años deshabitados, pero en otros la pérdida de censo ha sido reciente. Quintanilla Cabe Soto, Movilla, Caborredondo, Bárcena de Bureba, Silanes y Valdeornedo han perdido toda su población. Algo parecido ha sucedido con localidades como Morcillo o Soto de Bureba. Frente a los aproximadamente 70 vecinos que tenían en 1960, hoy a duras penas mantienen unos pocos habitantes censados. La presencia humana resulta testimonial.

Vitorina vive sin luz

En Tejada, localidad de la comarca del Arlanza, la densidad de población no alcanza ni dos habitantes por kilómetro cuadrado. Teniendo en cuenta que la Unión Europea considera despoblado un territorio cuando tiene menos de ocho habitantes por kilómetro cuadrado, Tejada es un desierto demográfico. Está biológicamente muerto. La situación de una de sus vecinas resulta increíble. Vitorina Nebreda vive sin luz, su relación con el resto es nula… salvo con el tendero. Cuentan los vecinos que le deja una nota en la ventana con lo que necesita. Una vez éste introduce los víveres por la reja, Vitorina le paga y ahí termina su contacto con el mundo.

“El futuro de los pueblos no es muy halagüeño”, según un sociólogo

Saliendo de Tejada, dirección Santo Domingo de Silos, aparece Barriosuso. El acceso es complicado, su carretera no mide más de dos metros de anchura. Lo habitan cinco personas. No disponen de autobús para acercarse a Burgos. El médico tampoco llega hasta allí sino que son los propios vecinos los que deben desplazarse hasta el pueblo más cercano. “Más vale que no te pase nada aquí”, lamenta Martiniano Santamaría, vecino a temporadas, ya que el invierno lo pasa en la capital junto a sus hijos.

Plaza mayor de Barriosuso

Plaza mayor de Barriosuso

Otro de los problemas de la inminente desaparición de estas aldeas es el abandono de todo el bagaje histórico, cultural y patrimonial que atesoraban. Un estado de deterioro irreversible en el que han caído muestras de arte románico de extraordinaria calidad. Dice el refrán que quien tiene padrino, se bautiza. Pues bien, en Quintanilla de las Viñas sus dos o tres vecinos se mantienen atados a la vida gracias a la ermita visigótica que acopian. La localidad cuenta con un ermitaño que, según comentan los vecinos, gana más con las propinas de los turistas alemanes que con su sueldo. “Como aprieta la ermita, arreglan la carretera, sino estaría totalmente abandonado”, comenta Jacinto Eras, residente del municipio.

Ermita de Quintanilla de las Viñas

Ermita de Quintanilla de las Viñas

“En 15 años quedarán totalmente vacíos”

Puede que la última oportunidad para seguir con vida sea su conversión en lugares de residencia vacacional y de descanso. Son muchos los vecinos que han reformado su casa o construido nuevas viviendas, acudiendo al pueblo siempre que sus trabajos se lo permiten. Pese a ello, el 75% de la población rural supera los 70 años. “El futuro de los pueblos no es muy halagüeño”, decía el que fuera sociólogo y antropólogo de Ciruelos de Cervera, a apenas ocho kilómetros de Tejada. “Creo que en quince ó veinte años los pueblos, durante la mayor parte del año, van a quedar totalmente vacíos”. Vacíos durante el año pero con ciertos halos de luz y de esperanza en épocas veraniegas, con motivo de las fiestas patronales, de algunas tradiciones como las marzas o en Semana Santa. Puede que muchos queden abandonados absolutamente y se limiten a reseñas en las carreteras, en los mapas o en el carné de identidad de sus antiguos moradores.

Con el verano llegarán las bicicletas pero, ¿y durante el resto del año?. “Si los pueblos ven reducir su padrón de habitantes, los recursos para mantenerlos decentemente van a ser muy escasos y si no se cuenta con aportaciones personales será muy difícil conservarlos en unas condiciones mínimas de habitabilidad”, explicaba Represa, encargado del Archivo Municipal de Ciruelos de Cervera. Un pueblo en el que no ha habido ningún nacimiento desde el ya lejano 1983. Una localidad que en las últimas tres décadas ha perdido el 50% de su población. En definitiva, Burgos, un páramo rural.

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