De un municipio de 25 habitantes al mundo

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Eduardo Vicario o el arte de lo sencillo

Tiene 39 años, lleva prácticamente toda su vida en Valdeande, es profesor de Geografía e Historia y atesora un relato de orgullo rural con mayúsculas. La fórmula de Eduardo para revitalizar los pueblos combina una vuelta a las raíces, a la esencia, con unas cuantas dosis de sencillez. Es decir, disfrutar de los placeres baratos. “Que un niño vea como crece el cereal y disfrute”, defiende. Porque si algo tiene claro es que gran parte de la verdad y la belleza se encuentran en la naturaleza y las zonas rurales.

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Eduardo Vicario

Eduardo Vicario desde la iglesia de Valdeande

– ¿Por qué vives en Valdeande? ¿Qué te aporta el pueblo que no te da una ciudad?

– El hecho de vivir en Valdeande se resume en que desde pequeñito se crearon y sentaron unas bases que en un futuro jamás te olvidas de ello.

– ¿Siempre has estado en el pueblo?

– Hay algún momento en la vida en que tienes que cambiar de aires. En primer lugar, cuando a mi madre le destinaron al colegio Santa Catalina -en Aranda de Duero- mi hermana y yo tuvimos que bajar a Aranda y esos dos o tres años te acostumbras muy bien, pero recuerdo los primeros días que teníamos tanta nostalgia del pueblo que a mi padre le hacíamos traernos al pueblo durante unas horas un miércoles y después volver a Aranda. Hasta ese punto llegaba el apego y la nostalgia por el pueblo. Nos tiraba mucho. Incluso alguna lágrima caía, sobre todo las primeras semanas. Luego ya fui a la Universidad de Burgos, ya eres más mayor, y lo ves como una experiencia nueva. Eso sí, prácticamente todos los fines de semana volvía al pueblo, salvo algún viaje. No estaba más de 15 días fuera.

– ¿Te ves fuera de aquí?

 – Cuanto más pasan los años, te das cuenta de que te gusta mucho el pueblo. También te planteas la posibilidad de experimentar, pero siempre teniendo como referente un pueblo. El modelo de vida es este: vivir con la tranquilidad que te ofrece el pueblo y no lejos ni de Valdeande ni de Aranda.

– ¿Cómo es vivir en Valdeande? ¿Cuánta gente hay durante todo el año? ¿Qué servicios tenéis?

 – Ahora son unos meses durillos, podemos contar unos 50-60 habitantes. El modelo de vida para mí es muy cómodo. Yo tengo la suerte de acabar la jornada laboral a la hora de comer, lo que te ofrece la opción de tener una tarde larga para compartir con la familia, dar un paseo por la naturaleza… En cuanto a servicios, tenemos panadería, tienda, bar, médico… Es algo que siempre contribuye a fijar población en los pueblos.

– ¿Te sientes un privilegiado por vivir donde quieres y trabajar de lo que quieres?

 – Si te dijera lo contrario te estaría mintiendo. Parece un poco soberbio, pero para mí es un privilegio estar viviendo donde quiero y trabajando cerca de aquí. No todo el mundo lo puede decir. Además, en mi trabajo comparto experiencias con gente que viene de Zamora, de Ávila, Salamanca… y siempre están intentando acercarse a su lugar de origen, algo que yo tengo hoy en día.

Cateto es quien no se entera de cómo se vive realmente en un pueblo

– Eduardo es profesor, hijo de profesora y hermano de profesora. ¿Te influyó mucho tu madre a la hora de elegir carrera?

– Siempre tienes como influyentes a tus padres. Por un lado, tenía a mi padre que era transportista. Me gustaban muchos los camiones y, sobre todo, el hecho de viajar y conocer pueblos pequeños. Es algo que a día de hoy me sigue fascinando. Y, por el otro lado, tenía el tema de la historia y de la educación, de transmitir unas enseñanzas a la gente. De la mezcla de mi padre y mi madre, me quedé un poco con lo que quizá podía ser más fácil. La vida de transportista era dura. A mí como me gustaba la educación, aquí estamos.

– Tú que estudiaste en el colegio rural de Gumiel de Izán, ¿qué recuerdos guardas de aquella época?

– Muy buenos, todo lo que recuerdo de Gumiel es positivo. Hace un par de años volviendo de trabajar de El Empecinado, paré en el colegio de Gumiel de Izán para ver cómo estaba. Les comenté que había estudiado ahí y que mi madre fue profesora. Se portaron genial conmigo. Estaba la misma cocinera, Encarna. Para mí es muy gratificante. Hace un par de años hicieron una exposición de fotos de antiguos alumnos por su 40 aniversario. Recorrí las mismas clases, las eras en las que corríamos con absoluta libertad, no había verjas. Nosotros jugábamos muy libres.

– ¿Qué profesor te ha marcado más? ¿A quién recuerdas con especial cariño?

– En el Colegio Castilla, don Demetrio, muy de la antigua usanza, me inculcó el gusanillo que requieren la historia y el patrimonio. También recuerdo con mucho cariño a Benito Royuela, profesor en el Sandoval. No era muy cercano, pero era un profesor en toda regla, de los pies a la cabeza.

– Puestos a soñar, ¿te gustaría ser profesor algún día en un colegio rural?

 – Hoy por hoy, en cualquier instituto que tenga vínculo con los pueblos, yo estaría muy a gusto. Afortunadamente El Empecinado tiene mucho de eso porque buena parte de los alumnos que van allí son de pueblos. Qué mejor manera de transmitir que tu experiencia vital es una experiencia muy válida y positiva. De hecho, muchos me dicen que les encanta vivir en el pueblo y que el día de mañana quieren ser agricultores o montar una empresa o hacer de guías turísticos. Casi todos los años venimos a Valdeande, hacemos una ruta por el entorno, hemos hecho prácticas medioambientales de recogida de cristales… Siempre que tengan mucho contacto con el medio rural y que sepan lo que es su entorno, potenciar todos los recursos que pueden hacer que los pueblos no mueran.

Muchos alumnos me dicen que les encanta vivir en el pueblo y que el día de mañana quieren trabajar allí

– ¿Y les gusta?

– Creo que sí. Venir a un pueblo y que les propongas ir a limpiar una cañada real o plantar árboles, les sirve para ver alternativas.

– Como alumno y profesor de colegio e instituto rurales, ¿qué diferencias ves entre la educación en el mundo rural y la del mundo urbano?

 – Es probable que las haya. Yo llevo 16 años trabajando en Aranda. Nunca he trabajado en una gran ciudad. Allí se difumina más el contacto con el alumno, no conoces sus orígenes o el pueblo en el que vive el chaval. Aquí, estas Navidades fui a dar una vuelta por Quintanarraya y enseguida el padre de un alumno me reconoció. Tienes contacto con ellos. Te conocen. Es un trato más cercano.

– Y en tu caso, al ser un profesor joven, puede que sea una doble motivación…

 – No tan joven ya (risas). Pero sí. Buena parte de la educación se trabaja no sólo en el aula, sino con actividades alternativas. Con tu supuesta juventud les llevas a hacer cualquier tipo de actividad en los pueblos y también fuera. Suelo ir con ellos a Italia.

– ¿Todavía pesan los estereotipos de quien se queda en el pueblo es un paleto o se ha quedado porque no tenía otra opción o esto ya está cambiando? ¿Alguna vez te han mirado raro por ser joven y vivir en un pueblo?

– Desde hace años lo veíamos cuando venía gente de las grandes ciudades y te enseñaban ropa de marca o una videoconsola y tú parecía que estabas un poco enclaustrado en el pasado. Hoy en día, te mentiría si no creo que hay gente que cree que vivir en un pueblo todavía es… Yo a veces me considero una especie en extinción junto con muchos otros que valoran esto también. Pero vamos, desde luego que la realidad difiere mucho de lo que alguien puede pensar. El cateto es él cuando no se entera de cómo se vive realmente en un pueblo. No saben diferenciar una encina de un roble o de dónde salen los huevos. No todo está en un ordenador. Ven al pueblo, empápate del medioambiente, conoce las tradiciones de tu gente, habla con la gente mayor porque te van a transmitir muchas cosas que no están en los libros… Desde luego que están equivocados.

– Hablando de tradiciones, ¿cuál destacarías de las que se mantienen en Valdeande?

– A mí me gustaría que se conservaran todas. Me viene a la cabeza la bajada de peñas. En nuestra peña, El Gato Azul, vestimos con boina. La procesión de Semana Santa, independientemente de que tengas más o menos creencias, es otra cosa de nuestros antepasados. De hecho, hace nada hice una exposición etnográfica en el instituto a base de preguntar a la gente mayor para saber lo que era un celemín o una zoqueta. Si no conocemos la vida de antes, se perderá. Lo que no se conoce se desprecia.

– ¿Sientes que a la gente mayor le gusta que le pregunten por lo que hacían?

– Por supuesto. Cuando les empiezas a hablar de recuerdos, desde tu humilde ignorancia les vas tirando de la lengua y ellos enseguida se abren y te cuentan. Eso no tiene valor, es incalculable.

– ¿Tus padres son los dos de Valdeande?

– No, mi padre es de Valdeande y mi madre de Tubilla. Tubilla lo llevo en el corazón también. Intento ir cada dos por tres, para estar con ellos. Las raíces jamás se tienen que olvidar.

– Volviendo al tema de la educación, ¿qué crees que puede aportar la educación en el mundo rural, qué valores son los genuinos que podríamos exportar hacia lo urbano?

– Fundamentalmente, una vuelta a las raíces, una vuelta a la esencia, volver a lo sencillo, disfrutar de placeres baratos. Que un niño vea como hay unas gallinas que están comiendo y que disfrute, que vea como el cereal crece. Disfrutar de una puesta de sol. Es lo que se debería exportar. Puedes vivir en una gran urbe, pero sientes que no estás conforme con lo que tienes. Desde mi punto de vista, gran parte de la verdad y la belleza se encuentran en la naturaleza y las zonas rurales.

– ¿Cómo se podría potenciar el orgullo rural?

 – Una buena forma es mostrando que un pueblo está vivo las cuatro estaciones. Hay gente que piensa que un pueblo solo vive los 15 días de verano y Semana Santa. Te dicen ‘no, si aquí luego no queda nadie’. Eso es menospreciar, hay que tener un poco más de tacto. Si hay un incendio o cualquier urgencia, tú avisas a todas las casas vacías para que lo arreglen.

– ¿Sueñas con que el colegio de Valdeande pudiera reabrir sus puertas?

– Sería bonito. Yo tengo fotos de mi madre, que fue la última profesora del pueblo. El colegio lo tengo como un ideal. Era como un monumento, un castillo de educación. Lo ideal sería verlo abierto, pero lo veo muy utópico. Ahora lo tenemos como un lugar en el que se hacen actividades culturales.

Gran parte de la verdad y la belleza se encuentran en la naturaleza y las zonas rurales

 – ¿Cómo crees que se le puede poner freno al problemón de la despoblación? ¿Cómo conseguir que haya más casos como el tuyo?

– Siendo realista, está complicada la cosa. La manera de hacerlo es, por supuesto, teniendo un trabajo cercano. También hay quienes viven en un pueblo y van y vienen a trabajar a la ciudad. No obstante, esto más que por la economía viene por el tema del corazón. No vas a venir a vivir a un pueblo jamás si no tienes afecto. La vía claramente es el afecto.

– Y tú te encargas de meter ese gusanillo a los que tienes cerca…

– Claro, claro, todos los días. Yo les hago fotos: mira qué puesta de sol, mira qué día de niebla. Me encargo de hacer meriendas. En mi peña mucha gente tiene nostalgia de venir. Es el caso contrario a quienes te dicen ‘cómo vives en el pueblo si no hay nadie’.

– Ese primer paso debería ser dar envidia, no pena.

 – Por supuesto. Te pongo un ejemplo: mi hermana trabaja en colegios rurales agrupados de la zona y está encantada por el hecho tan simple de que en lugar de dar clase a 25 o 30 alumnos, tienen en sus clases una ratio de 8 a 10 alumnos, conoce a todos los padres, los niños salen, hacen actividades en el pueblo… Lo ideal sería dar envidia por el trato personalizado que puede tener un profesor con una madre.

– ¿Cómo puede ser que en Castilla y León tengamos un nivel educativo en ocasiones por encima de la media -como refleja por ejemplo el informe Pisa- y se nos siga educando para emigrar?

– Me has dejado sin palabras. Indigna y enerva ver cómo buena parte de los hijos de Castilla no encuentra trabajo aquí y se van a Alemania, Madrid o Barcelona. Las posibilidades que se dan no son las mejores. Cuesta, cuesta.

– Somos fábrica de talentos, pero para el resto de España. Si seguimos por este camino, Castilla y León está condenada a ser un geriátrico.

– Está claro. Fábrica de talentos condenada a ser un geriátrico. Si ves la pirámide de población, la gente mayor ocupa un lugar muy destacado y los jóvenes que se van son cada vez más.

– ¿Hay niños en Valdeande?

– Alguno queda. A ver si aumentamos un poco más.

– ¿Has dado clase a algún chaval de Valdeande?

– Creo que no. O sea, hijo directo. Puede ser algún descendiente un poco lejano. De Tubilla y de otros pueblos de por aquí sí. Te dicen que su abuelo fue fulano, alguien a quien conoces de toda la vida. Es una maravilla y les tratas, si cabe, con más cariño y más aprecio.

Castilla y León es una fábrica de talentos condenada a ser un geriátrico

– ¿Crees que hay esperanza en la deriva? ¿Cómo te imaginas Valdeande en los próximos diez años?

– Hacer conjeturas es un poco aventurado. La realidad es que hay gente joven a la que nos gusta quedarnos aquí y otros a quienes no les gusta quedarse en el pueblo. Para ser honesto, un pueblo tiene que tener vida, pero como dice el refrán, ni tanto ni tan calvo. Las industrias son necesarias, pero a mí no me gustaría ahora que mi pueblo tuviera 500 habitantes con industrias y que hubiera ruido y contaminación. A mí me gusta la vida como ha sido hasta ahora en los 39 años que tengo, he disfrutado muchísimo el pueblo con esta tranquilidad, es un ideal, un paraíso.

– ¿No hay que crecer a toda costa?

– Hay que crecer con un equilibrio, con unas medidas. A mí me gusta el pueblo con los parámetros que ha tenido siempre. Tiene que tener gente, desde luego. Da pena pasear por una calle y que solo haya una casa abierta. Hay muchos salvapueblos que dan soluciones mágicas y luego son un fraude.

– Antes de despedirnos, me gustaría invitar a todo el mundo a conocer Valdeande.

– Todos los pueblos tienen su encanto. Los atractivos es conocerlos, pasear, empaparte de lo que significa cada pueblo, estar con sus gentes… En el caos de Valdeande, llevamos 20 años con la villa romana de Ciella y esta es una buena forma de que nos conozcan. Si vienen les enseñamos también el museo, la iglesia… Todo para que no dejen de oírse las voces de la gente en los pueblos.

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Los candidatos a presidir Castilla y León se ponen la boina

El primer debate entre los candidatos a la presidencia de Castilla y León en 24 años arranca con la despoblación. En líneas generales, los líderes de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos hablan cual papagayos. Llevan la lección aprendida. Cuesta saber si se lo creen de verdad o si simplemente cumplen el trámite. Prometen igualdad de oportunidades, internet en todos los rincones, bonificaciones fiscales para quienes se instalen en el medio rural… Ofrecen el oro y el moro. Qué facilidad la de la clase política para sumarse al carro de las modas sociales. Muchas palabras y poco contenido. Ojalá todas las promesas (o al menos una mayoría) se hagan realidad. Castilla y León no está para desperdiciar más tiempo. Las proyecciones del INE para los próximos 15 años son para echarse a temblar: la comunidad puede perder más de 210.000 habitantes.

El primer debate electoral en 24 años. Suena fuerte. Pero es lo que sucedió este martes en Castilla y León. Los candidatos a presidir la Junta uno al lado del otro. Sin plasmas de por medio. Dando la cara. A la izquierda, Pablo Fernández (Podemos), a su lado Alfonso Fernández Mañueco (PP), después Luis Tudanca (PSOE) y a su derecha Francisco Igea (Ciudadanos). El primer tema de discusión no podía ser otro: la despoblación. Sin contemplaciones. La pregunta del millón irrumpió una vez se colocaron en los atriles.

Apenas tuvieron un minuto cada uno para responder. Pronto llegó el vendaval de propuestas. Muy parecidas. Imposible distinguir si una medida la realiza el PP o tal vez Podemos. Hablaron de lugares comunes. De lo que la mayoría de expertos lleva reclamando décadas. Que si igualdad de oportunidades, que si servicios públicos de calidad, que si beneficios fiscales para quienes decidan instalarse en el medio rural, que si ayudas a la vivienda, que si internet llegará a todos los rincones, que si empleo de calidad, que si fomentar el patrimonio artístico y cultural, que si…

Pero, ¿cómo? ¿De qué forma? Habrá que esperar a otro debate para profundizar un poquito más. Eso sí, Castilla y León no está para esperar. Es la comunidad autónoma que más población perdió en 2018. Cuenta con un total de 2.398.214 personas inscritas en el Padrón a 1 de enero de 2019 frente a los 2.409.164 registrados en la misma fecha en 2018 y los 2.425.801 de 1 de enero de 2017, de acuerdo con el INE. Es decir, en 2018 la población cayó en 10.950 habitantes, un 0,5% respecto al año anterior. La región perdió 30 habitantes cada día del año 2018.

Los candidatos prometieron bonificaciones fiscales, pero sin concretar nada

En 2018 la población disminuyó en todas las provincias castellanoleonesas, de acuerdo con las últimas cifras de la Revisión del Padrón Municipal a fecha 1 de enero de 2019 por el INE. León perdió 5.570 habitantes, Zamora 2.855, Ávila 2.132, Salamanca 2.130, Valladolid 1.279, Palencia 1.355, Burgos 1.101, Segovia 842 y Soria 303. Precisamente Soria es la provincia menos poblada de España con 88.600 habitantes. Las siguientes provincias con menos habitantes son Teruel (134.572), Segovia (153.342), Ávila (158.498) y Palencia (162.035).

Las previsiones del INE para los próximos 15 años son para echarse a temblar. Según dichas proyecciones, en ese periodo Castilla y León puede perder 210.143 habitantes, que son más de los que tiene censados en estos momentos la provincia de Zamora (174.549). Tal caída demográfica dejaría el padrón regional en niveles propios del comienzo del siglo XX.

Unos datos que ninguno de los candidatos a presidir la Junta de Castilla y León citó. Se limitaron a repetir una y otra vez las supuestas bonificaciones fiscales que aplicarán, pero sin concretar si estas serán de un punto o de 20. Que no es lo mismo. Fueron a lo fácil, a lo popular, a ganarse el voto. A alguno le faltó decir «¡yo soy el más rural de todos! y que otro le contestara «¡no, yo más!».

Tras décadas de una ceguera monumental, sorprende la facilidad con la que ahora la clase política intenta sumarse al carro de las modas sociales. No quieren quedar desplazados una vez que buena parte de la ciudadanía sufridora del problema y algunos ensayos periodísticos exitosos han contribuido a resaltar la preocupación por el despoblamiento rural. Y todo a pesar de que la sangría demográfica en el medio rural español y castellanoleonés no es nada nuevo, ni imprevisto, ni circunstancial.

Lamentablemente, la despoblación entra en campaña, pero apenas se queda a las puertas de ser incluida en la agenda política real, la de plantear propuestas y ejecutarlas.

Basta un ejemplo. Tudanca preguntó a Fernández Mañueco hasta en tres ocasiones en qué parte del programa del PP está recogida la creación de la Consejería del Medio Rural que el candidato popular prometió en pleno debate, pero Mañueco le ignoró. “No me responde. No lo sabe porque no está. Es el asunto fundamental y no se puede frivolizar, no se puede mentir. Llevamos 32 años de gobierno que nos ha llevado a la mayor despoblación de España. Usted no tiene credibilidad. No sabe lo que quiere hacer y por eso improvisa, por eso inventa. No se ha leído su propio programa”, le espetó.

Así las cosas, si el PSOE gana el 26 de mayo parece que pondrá en marcha una vicepresidencia del gobierno para hacer frente al reto demográfico y un plan de retorno para los jóvenes que se han tenido que marchar puedan volver. Ojalá. Quiero volver.

Sí, madrileño, tú también deberías participar en la Revuelta de la España Vaciada

¿Vives en Madrid? ¿Tal vez en Barcelona? Seguro que últimamente has oído hablar de la despoblación del mundo rural. Es probable que te dé pena que se muera tu pueblo. Al fin y al cabo, allí pasaste muchos veranos cuando eras un niño. Después llegará la resignación. Qué se le va a hacer, te dirás a ti mismo. Total, allí no hay futuro. Pensarás que eso de la despoblación a ti ni te va ni te viene, que para eso vives en una ciudad. Te equivocas. Todos, urbanitas y rurales, de Galicia o Aragón, de Castilla y León o Andalucía, estamos llamados a participar en la Revuelta de la España Vaciada. Nos va el futuro en ello.

¿Vives en España? Si es así, este domingo tienes una cita en Madrid. Será a partir de las 12 de la mañana. En la Plaza de Colón. ¿Con quién? ¿Para qué? Con el presente y futuro de nuestro país. Puede sonar rimbombante, pero es la realidad. La Revuelta de la España Vaciada nos implica a todos. No importa si resides en el campo o en una ciudad. Tampoco si eres burgalés, valenciano o madrileño. La despoblación no entiende de excepciones. Es un problema que afecta a todo el territorio español.

Sí, a todo. La despoblación concierne a España como país. Una parte se vacía y la otra se satura. Ahí está el agujero negro de Madrid que todo lo engulle y el desierto que cada día que pasa se cobra un pedazo de territorio en Castilla y León y Aragón.

Zonas desiertas y envejecidas frente a ciudades superpobladas donde surgen tensiones de todo tipo. Quien viva en Madrid sabe, o mejor dicho sufre, unos precios de infarto por alquilar un mini apartamento en la periferia. Pequeño, no más de 40 metros cuadrados, caro (mínimo 700 euros) y casi con total probabilidad a una hora del trabajo. Porque el transporte es otro problema. Y ligado a él, la contaminación, además del estrés y la ansiedad.

La receta para el desastre.

Es fundamental apostar por mensajes que refuercen el éxito de vivir en el mundo rural

Bastan dos datos. El primero: desde el año 2000 hasta el 2017, la Comunidad de Madrid sumó 1,3 millones de habitantes. Sólo la capital aumentó su población en 300.121 personas, el equivalente a la ciudad de Valladolid. El segundo: en el lado opuesto se sitúa Castilla y León. Entre 2007 y 2017 perdió 102.606 habitantes, según datos del Instituto Nacional de Estadística. La población cayó en todas las provincias castellanoleonesas. Las previsiones del INE para los próximos 15 años son para echarse a temblar. Se estima que Castilla y León podría perder otros 210.143 habitantes, más de los que tiene censados en estos momentos la provincia de Zamora.

Así que, madrileño, barcelonés, bilbaíno o sevillano, no pienses que por vivir en una ciudad no te afecta la despoblación. No pienses que la despoblación es cosa de cuatro pueblos. De cuatro hippies que se resisten a dejar su pueblo.

Cuidado. Si no salvamos los pueblos, tampoco se van a salvar las ciudades ni el medioambiente. Todo va unido. Las ciudades no pueden vivir sin el campo y viceversa. Porque el mundo rural es mucho más que unos pueblos. Es todo un modo de vida, una cultura, son los responsables de la custodia del territorio, de que los bosques se mantengan y no se propaguen los incendios. Si se pierden esas raíces, perdemos nuestra identidad, nuestra base de futuro. La despoblación de las zonas rurales nos empobrece como país.

En la actualidad, el 90% de la población española vive en apenas el 30% del territorio. Visto de otra manera: el 10% de los habitantes de España reside en nada más y nada menos que el 70% del territorio. Insostenible. Por eso todos estamos llamados a empujar. Porque todos navegamos en el mismo barco.

Soria Ya! y Teruel Existe llevan muchos años haciéndolo. Reclamando igualdad de oportunidades. Desarrollo para todos, no sólo para unos pocos. España se juega su futuro. A no ser que el futuro que queramos para nuestros hijos es convertir Madrid en México DF.

Quizá el primer paso es luchar contra el desprestigio que se ha instalado en muchas mentalidades. A partir de los años 50 parecía que el que se quedaba en los pueblos era el paleto, el fracasado. Todavía arrastramos esa situación. La gente prefiere (mal)vivir en Madrid con un sueldo de 800 euros que irse a un pueblo en el que podría vivir de maravilla. Por eso, la comunicación es clave.

Su papel es decisivo para superar el lenguaje del desprecio y la losa del fracaso ligados al campo desde hace lustros. Vivir en los pueblos debería empezar a verse como algo positivo, como una oportunidad de crecimiento personal y profesional para miles de personas que viven en zonas masificadas y carentes de valores como la calidad de vida, la cercanía, las relaciones interpersonales, la biodiversidad, espacios más saludables donde todo está más cerca y donde los atascos casi no existen.

Para ello, es fundamental apostar por mensajes que refuercen el éxito de vivir en el mundo rural. Sin crear falsas expectativas, sin idealizar. Se pueden poblar adaptándolos a los nuevos modos de vida, con nuevas tecnologías y nuevas comunicaciones. El teletrabajo es la gran esperanza.

Revertir el proceso de despoblación implica, en primer lugar, hablar bien de nosotros mismos, derribar estereotipos y poner en valor los aspectos positivos de la España interior. No está vacía (la han vaciado). Está llena de riquezas. Por todo esto, el #31MsíVOY.

Burgos, contra el olvido

Hace más de veinte años que no nace nadie en ellos. Hablar de ordenadores resulta una utopía. Muchos no disponen de bares ni de servicios. Las carreteras que los unen son caminos llenos de baches. Dicen estar comunicados entre ellos e incomunicados con el resto del mundo. Los pueblos de Burgos son protagonistas del cruel camino sin retorno de la despoblación. Así lo confirma censo tras censo el Instituto Nacional de Estadística: siete municipios despoblados y diez más que ni siquiera figuran ya como entidades.

Son municipios que buscan una segunda oportunidad. El éxodo rural, la emigración de mujeres, el atractivo de las ciudades, el progresivo deterioro de los servicios e infraestructuras, la ausencia de una red mínima de comunicaciones, la falta de expectativas para los jóvenes y la inexistencia de relevo generacional, son la combinación de causas que explican la despoblación en el medio rural. Causas que sirven para ilustrar la cifra de 2000 pueblos abandonados en España. León, Soria, Guadalajara, Lérida y sobre todo Huesca son las más afectadas por este proceso, al que Burgos tampoco es ajeno.

Castroceniza es un pueblo de 13 habitantes, sus calles están sin asfaltar y la mayoría de las casas, hundidas. Sufren continuas inundaciones por el mal estado de la red viaria de agua y cuando se quedan sin ella sólo les queda acercarse al manantial. No disponen de depósito, mucho menos de bares, el encargado de suministrar las bombonas de butano llega una vez cada quince días. La misma frecuencia con la que reciben al cura. Mientras, la enfermera lo hace una vez al trimestre.

Una de las casas de Castroceniza

Una de las casas de Castroceniza

Juan Carlos Antolín es el médico que les asiste una vez a la semana. Lo hace por voluntad propia ya que una normativa recogida en el Boletín Oficial de Castilla y Léon, datada de 1987, dicta que a los pueblos con menos de 50 tarjetas sanitarias, les corresponde la visita médica una vez al mes.

“Más vale que no te pase nada aquí”, lamenta un vecino de Barriosuso

Timoteo Alonso, a sus cuarenta y cinco años de edad, es el vecino más joven de Castroceniza, donde hace ya veinticuatro años que no ven nacer a nadie. “Está todo abandonado y no atienden a nada”, afirma. El suyo es un pueblo en el que los únicos ingresos provienen de la caza.

En la misma situación se encuentran los habitantes de Peñacoba, una aldea perteneciente a Santo Domingo de Silos. A sus 90 años, Paz Santamaría pasea junto a su perra Raya. Explica que en el pueblo no ha quedado nadie, pero que ella no se irá: “Si quieren venir a verme bien, pero a llevarme no”.

Las ovejas a su paso por Peñacoba

Las ovejas a su paso por Peñacoba

A pesar de todas las carencias y dificultades a las que hacen frente los pobladores rurales, se muestran orgullosos de sus raíces y aunque le ven una complicada solución, aseguran que no cambiarían su modo de vida. “Esto es un paraíso, vives como Dios, ancha es Castilla”, exclama Carlos Cámara, albañil del municipio. La cruz de la moneda la presenta la cobertura telefónica. “Llevo dos meses sin que me funcione el teléfono, no hay cobertura ni antenas, me sale más caro que el azafrán”, concluye el peñacobino. Pero los problemas no quedan sólo en el abastecimiento de agua o de teléfono.

“Hay que hacer que la gente se sienta orgullosa de vivir en un pueblo”

También se enfrentan a inconvenientes relacionados con las carreteras, la sanidad y las telecomunicaciones, aunque el mayor quebradero de cabeza siguen siendo la despoblación y la falta de atractivos para la llegada de nuevos pobladores. “A lo mejor no debemos obsesionarnos con la generación de empleo como única opción para fijar y atraer población. Es algo que vendrá derivado de que la gente disponga de una calidad de vida razonable en el entorno rural”, manifiesta Alberto Gómez Barahona, Licenciado y Doctor en Derecho por la Universidad de Valladolid.

«Esto es un paraíso, vives como Dios», dice un vecino de Peñacoba

Por su parte, José Luis Ranero López, Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Sarriko (País Vasco), afirma que las personas se dejan cegar por las presuntas ventajas de la ciudad, y son incapaces de apreciar todo lo que ofrecen los pueblos. Ventajas como la falta de contaminación, de atascos o la menor carestía de las viviendas. La calidad de vida viene definida por lo que dictan las modas, algún día puede que cambie en beneficio de los pueblos. Ambos expertos coinciden en señalar la importancia de trabajar un componente psicológico: hacer a la gente sentirse orgullosa de vivir en un pueblo.

Mientras se trabaja este vínculo anímico, la imposición del modelo de vida urbano ha llevado a la progresiva desaparición de pueblos en toda España. En la comarca burgalesa de La Bureba, situada al noreste de la provincia, se contabilizan según el censo del INE, siete municipios despoblados. A esto habría que añadir otros diez que ni siquiera figuran ya como entidades. Algunos de ellos llevan muchos años deshabitados, pero en otros la pérdida de censo ha sido reciente. Quintanilla Cabe Soto, Movilla, Caborredondo, Bárcena de Bureba, Silanes y Valdeornedo han perdido toda su población. Algo parecido ha sucedido con localidades como Morcillo o Soto de Bureba. Frente a los aproximadamente 70 vecinos que tenían en 1960, hoy a duras penas mantienen unos pocos habitantes censados. La presencia humana resulta testimonial.

Vitorina vive sin luz

En Tejada, localidad de la comarca del Arlanza, la densidad de población no alcanza ni dos habitantes por kilómetro cuadrado. Teniendo en cuenta que la Unión Europea considera despoblado un territorio cuando tiene menos de ocho habitantes por kilómetro cuadrado, Tejada es un desierto demográfico. Está biológicamente muerto. La situación de una de sus vecinas resulta increíble. Vitorina Nebreda vive sin luz, su relación con el resto es nula… salvo con el tendero. Cuentan los vecinos que le deja una nota en la ventana con lo que necesita. Una vez éste introduce los víveres por la reja, Vitorina le paga y ahí termina su contacto con el mundo.

“El futuro de los pueblos no es muy halagüeño”, según un sociólogo

Saliendo de Tejada, dirección Santo Domingo de Silos, aparece Barriosuso. El acceso es complicado, su carretera no mide más de dos metros de anchura. Lo habitan cinco personas. No disponen de autobús para acercarse a Burgos. El médico tampoco llega hasta allí sino que son los propios vecinos los que deben desplazarse hasta el pueblo más cercano. “Más vale que no te pase nada aquí”, lamenta Martiniano Santamaría, vecino a temporadas, ya que el invierno lo pasa en la capital junto a sus hijos.

Plaza mayor de Barriosuso

Plaza mayor de Barriosuso

Otro de los problemas de la inminente desaparición de estas aldeas es el abandono de todo el bagaje histórico, cultural y patrimonial que atesoraban. Un estado de deterioro irreversible en el que han caído muestras de arte románico de extraordinaria calidad. Dice el refrán que quien tiene padrino, se bautiza. Pues bien, en Quintanilla de las Viñas sus dos o tres vecinos se mantienen atados a la vida gracias a la ermita visigótica que acopian. La localidad cuenta con un ermitaño que, según comentan los vecinos, gana más con las propinas de los turistas alemanes que con su sueldo. “Como aprieta la ermita, arreglan la carretera, sino estaría totalmente abandonado”, comenta Jacinto Eras, residente del municipio.

Ermita de Quintanilla de las Viñas

Ermita de Quintanilla de las Viñas

“En 15 años quedarán totalmente vacíos”

Puede que la última oportunidad para seguir con vida sea su conversión en lugares de residencia vacacional y de descanso. Son muchos los vecinos que han reformado su casa o construido nuevas viviendas, acudiendo al pueblo siempre que sus trabajos se lo permiten. Pese a ello, el 75% de la población rural supera los 70 años. “El futuro de los pueblos no es muy halagüeño”, decía el que fuera sociólogo y antropólogo de Ciruelos de Cervera, a apenas ocho kilómetros de Tejada. “Creo que en quince ó veinte años los pueblos, durante la mayor parte del año, van a quedar totalmente vacíos”. Vacíos durante el año pero con ciertos halos de luz y de esperanza en épocas veraniegas, con motivo de las fiestas patronales, de algunas tradiciones como las marzas o en Semana Santa. Puede que muchos queden abandonados absolutamente y se limiten a reseñas en las carreteras, en los mapas o en el carné de identidad de sus antiguos moradores.

Con el verano llegarán las bicicletas pero, ¿y durante el resto del año?. “Si los pueblos ven reducir su padrón de habitantes, los recursos para mantenerlos decentemente van a ser muy escasos y si no se cuenta con aportaciones personales será muy difícil conservarlos en unas condiciones mínimas de habitabilidad”, explicaba Represa, encargado del Archivo Municipal de Ciruelos de Cervera. Un pueblo en el que no ha habido ningún nacimiento desde el ya lejano 1983. Una localidad que en las últimas tres décadas ha perdido el 50% de su población. En definitiva, Burgos, un páramo rural.

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