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Villanueva de Gumiel reinventa las Marzas

La Asociación Cultural La Cardosa celebra esta tradición milenaria con un vídeo en el que, en tiempo récord, lograron la participación de 118 villanovenses repartidos por distintos puntos de España. Ni el coronavirus ni tampoco las restricciones para frenar los contagios pudieron con la ilusión de entonar unos cánticos muy arraigados.

 

«Para cantar las Marzas por separado, licencia tenemos desde la distancia del señor alcalde y del Ayuntamiento». Así comienzan las Marzas más singulares que se han cantado en Villanueva de Gumiel en las últimas décadas. La pandemia de coronavirus obligó a la Asociación Cultural La Cardosa a reinventarse si no querían dejar en blanco esta tradición. Y vaya si lo hicieron. En apenas cinco días consiguieron involucrar a 118 villanovenses. Por separado. Desde la distancia. Pero con la misma ilusión.

La mecánica fue sencilla. Cada uno de los participantes recibió por WhatsApp una estrofa. Después se grabaron un vídeo cantando. Lo mandaron de vuelta y la propia asociación se encargó de realizar el montaje con los 47 fragmentos que componen los cánticos, muy arraigados en Villanueva de Gumiel.

«La respuesta fue muy buena. De hecho, sólo quedó una estrofa pendiente», cuenta Iván Nebreda, impulsor de la iniciativa, recordando que hace muchos años «los solteros se encargaban de cantar las Marzas e iban pidiendo por las casas». Unos les daban dos reales. Otros, un huevo. Los más jóvenes tenían que pagar una peseta para que les dejaran sumarse. Así las cosas, con los reales y las pesetas que juntaban, compraban escabeche, que merendaban con huevos cocidos. Según Nebreda, a los vecinos que no habían colaborado, les tiraban las cáscaras a la puerta de casa, de forma que todo el pueblo sabía quiénes no habían participado.

Hoy la tradición ha cambiado mucho. No sólo por el hecho de haberse celebrado de forma online. También por la implicación de distintas generaciones. En el vídeo aparecen varios niños entonando los cánticos. Con sus padres. Con sus abuelos. Grupos de amigos. Todos volcados en mantener esta tradición.

Si algo bueno han conseguido las nuevas tecnologías con estas Marzas online es que han podido participar personas que, de otro modo, hubiera sido muy complicado. Entre ellas, Nebreda destaca que una chica que vive en Antequera (Málaga) le contactó para que le asignara una estrofa ya que su madre es de Villanueva de Gumiel. «Ahora vive en una residencia, fueron a visitarla y le grabaron cantando», explica. No es una única historia emotiva que esconde el vídeo. También hay quienes salieron del pueblo con seis años y aún hoy siguen recordando desde Barcelona las estrofas que escuchaban cantar a su padre.

«En lugar de quedarnos con esa frustración, después de no haber podido celebrar las fiestas, ni juntarnos con las cuadrillas en verano, hemos conseguido volver a la actividad», destaca Nebreda. En su opinión, han logrado cerrar un pequeño círculo después de que el año pasado se reunieran 120 personas en la cena de la asociación y otros muchos después a cantar las Marzas, a las puertas de que la covid pusiera el mundo patas arriba. Recorrieron Villanueva de arriba abajo acompañados por unos bidones de metal con ruedas en los que meten lumbre y, una vez terminaron, disfrutaron de un chocolate con bizcochos en la plaza.

Ahora, dice, lo más importante es el cariño con el que han conseguido mantener viva esta costumbre. «Es reconfortante que a la gente le ha gustado. Es el mayor triunfo que puedes tener». Porque si algo está claro es que el vídeo queda para la eternidad.

Las 101 profesiones del incomparable Jesús Palomo

¿Conocen a alguien que haya sido resinero, soldador, ebanista, taxidermista y ciclista? ¿Y que haya hecho todo eso y mucho más en una sola vida? Si quieren descubrir su historia, acérquense hasta Villanueva de Gumiel. Les recibirá con una sonrisa y quién sabe si también con una jota. Jesús es un artista con letras mayúsculas.

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Jesús Palomo / Foto: L. Núñez

Se llama Jesús Palomo. Está a punto de cumplir 75 años. Vive en Villanueva de Gumiel, en pleno corazón de la Ribera del Duero burgalesa, y ha hecho prácticamente de todo. Entre risas, desliza que todavía le falta tirarse desde un avión montado en su bicicleta o volar en ala delta, porque como bien recalca, no tiene «ni gota de vértigo».

Esas dos actividades (quién sabe si la primera es posible) forman parte de su lista de tareas por cumplir. La de las ya cumplidas es larguísima. De hecho, tiende a infinito. Porque Jesús ha sido resinero en su propio pueblo, ha tirado muérdago de los pinos, ha entresacado remolachas, iba a recoger hierba para después fabricar escobas que vendía a cambio de trigo con el que elaboraba pan y ha hecho arroyos con sus propias manos. Todo con alegría. Siempre cantando.

El repertorio no termina ahí. Son 75 años que han dado -y siguen dando- para mucho. Jesús también ha sido soldador, obrero en una fábrica y taxidermista… aunque de rebote. Uno de sus hermanos realizó un curso a distancia para aprender a disecar animales y él, simplemente, prestaba atención a aquellas lecciones en el poco tiempo que tenía libre porque trabajaba en el monte de sol a sol. Al final, terminó disecando zorros, perdices, liebres, ardillas, lechuzas y hasta un lagarto que cayó en un cepo para ratones. ¿Y su hermano? Pasó del asunto.

Jesús Palomo fue subcampeón de España de 5.0oo metros

Precisamente hablando de la familia, recuerda que sólo fue a la escuela hasta los 14 años, y no de forma continua. Le habría gustado estudiar más, pero tenía que cuidar a sus hermanos, a quienes hacía las sopas y limpiaba los pañales cuando su madre se iba a lavar la ropa que le encargaba determinada gente o a coger resina.

Por si fuera poco, Jesús ha diseñado y confeccionado prácticamente todos los muebles de su casa nueva, y las mesas y taburetes del merendero que tiene en su casa de toda la vida en Villanueva. Cada día da rienda suelta a su imaginación. Y tan pronto diseña un carro para llevar a su perra Blanquita (enferma) como labra un mortero de cocina, que remató hace apenas unos días. Derrocha vitalidad y energía, es una de esas mentes inquietas que ha aprendido en la vida por intuición.

Es, además, un deportista envidiable. Quienes le conocen le asocian a su inseparable bicicleta. Todos los domingos del año, nieve o truene, Jesús sale de ruta con un grupo de amigos del club ciclista. Ha llegado a hacer etapas de más de 300 kilómetros. En una ocasión, se metió 212 km entre pecho y espalda por un descuido. En el club ciclista habían preparado una excursión a la Playa Pita y él pensó que irían desde Aranda en bici. Decidió comenzar por su cuenta desde Villanueva. Cuál fue su sorpresa, que el resto de compañeros no le alcanzaron hasta que él iba por San Leonardo de Yagüe, pero ¡con los coches! Una vez se juntaron todos en la playa, subieron hasta la Laguna Negra de Vinuesa. Jesús se comió su bocadillo, se dio un chapuzón y se volvió a casa porque, además, ese día tenía que trabajar de noche (hasta las seis de la mañana del día siguiente).

Y eso que aprender a andar en bicicleta -con nueve años- no fue tarea fácil. Como no llegaba a los pedales, se las apañaba para ir debajo de la barra. Además, le costó unas cuantas bofetadas de su padre. Jesús le cogía la bici sin que lo supiera, incluso la sacaba de casa en volandas para no dejar rastro con las ruedas, pero este siempre le descubría porque colocaba una pequeña astilla que al girar las ruedas se caía.

Superadas esas dificultades, su colección de bicis la forman una Orbea, una Romani y una Otero que le costó «217.000 pelas». Después se compró una Giant de tres platos y nueve coronas y desde hace cuatro años vuela en una Trend. En total, más de medio millón de kilómetros.

Pero antes que al ciclismo (un deporte en el que se inició a los treinta y tantos para rebajar barriga), Jesús triunfó en el atletismo. Fue subcampeón de España en la prueba de 5.0oo metros. Lamentablemente, no sabe qué pasó con aquella medalla porque cuando volvió a su casa después de hacer la mili no quedaba ni rastro. Sospecha que su madre pudo vendérsela a alguien.

Sea como fuere, este villanovense de apenas 1,60 metros de estatura y culo inquieto es un bailarín de escándalo. Le encontrarán en primera fila en las verbenas de los pueblos. Fíjense en sus pies y en los de Chelo, su mujer. Tocan el suelo solamente lo justo. No se sorprendan si les digo que también canta y que, de hecho, tiene grabada su propia cinta de boleros. Su grupo favorito son Los Panchos y si se tiene que quedar con un cantante, lo hace con Nino Bravo.

La guinda a esta historia se completa con el premio de estriptis que ganó en una concentración motera en Medina del Campo (Valladolid). Aquí está la prueba gráfica. No se le ponen nada ni nadie por delante.

A la vida sólo le pide salud. Amor, con Chelo a su lado desde hace más de 40 años, no le falta. Y dinero no quiere porque asegura no tener ese tipo de ambiciones.

Así que mientras no le falten unas buenas rancheras y jotas que cantar y bailar, la sonrisa de Jesús Palomo está asegurada.

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