De un municipio de 25 habitantes al mundo

Etiqueta: medio rural

Pau desarrolla apps médicas desde Ciruelos

Llevaba un tiempo queriendo dejar atrás Barcelona y desde hace dos meses lo ha conseguido. Este ingeniero informático de 33 años no sólo se ha convertido en el habitante más joven del pueblo, sino también en el primer teletrabajador. Cultiva su propio huerto. Sale con la bici al finalizar su jornada laboral. Y apenas tiene que dar unos pasos para recibir al panadero o el carnicero. Aquel Pau que veraneaba en Ciruelos jamás imaginó que terminaría instalándose en la casa de sus abuelos. «Aquí estoy, tan feliz».

¿Qué te ha llevado a cambiar Barcelona por Ciruelos de Cervera?

Mi idea era irme de Barcelona porque mi trabajo de informático es relativamente fácil de realizar desde casa. Desde hace un tiempo quería mudarme a un pueblo, allí en Cataluña. Es la manera que me gusta de vivir, tener mi casa, mi huerto… Aún no me podía ir por temas económicos, además del confinamiento. Esto, sumado a que se vendió el piso en el que estaba en Barcelona, me hizo ver que la mejor alternativa era instalarme en Ciruelos, ya que tenía la casa familiar. Y aquí estoy, tan feliz.

Llevas dos meses…

Sé que quizá no me quede aquí toda mi vida, pero hasta el año que viene por lo menos estaré en Ciruelos.

¿Tomaste la decisión antes de la pandemia?

Sí, lo tenía pensado desde antes. Alguna vez también había pensado venir aquí una temporada, pero nunca se había dado esta circunstancia. La pandemia ha ayudado a tomar esta decisión.

¿Te ha costado encontrar un trabajo que te permita trabajar a distancia?

Como informático, no. No he buscado un trabajo para hacer teletrabajo, es el trabajo que ya tenía, sólo que por la pandemia a todo el mundo nos han mandado a trabajar desde casa. Les dije que me iba a ir al pueblo a vivir y como ya llevaba un año y pico teletrabajando, no me han puesto problemas en venirme de Barcelona a Burgos.

¿Tienes buena conexión?

Relativamente. Digamos que aquí puedo trabajar. Lo que pasa es que para hacer ciertas cosas tardo bastante más. Uso la red de datos de móvil. Todo va por datos de móvil. Puedo trabajar, quizá para ver Netflix voy más justo.

¿A qué te dedicas?

Desarrollo aplicaciones médicas y también me ha tocado todo el tema del coronavirus. Hago portales para que médicos y clientes puedan entrar y colgar pruebas de pacientes, informarles y hacer un diagnóstico online de radiología, oftalmología, dermatología, cardiología… Ahora con el tema del covid también hemos hecho otra plataforma que es sólo para pacientes del coronavirus, se hacen pcr, test serológicos… Desarrollo estas aplicaciones para que la gente de la propia empresa las utilice. Es un sector muy muy en auge. De hecho, mi empresa, Atrys, ha crecido muchísimo en los últimos años.

Por la tarde cojo la bici y en minuto estoy en pleno campo, viendo animales

Cuando eras pequeño y veraneabas aquí, ¿alguna vez te hubieses imaginado estar hoy desarrollando apps desde Ciruelos?

Qué va, nunca. Tampoco lo del pueblo lo veía muy claro. En verano se está muy bien, pero ¿y en octubre o en febrero? Aquí lo pasábamos muy bien durante el verano, todo eran fiestas y diversión, pero tampoco me veía yo aquí sin amigos. Ya de más mayor, más independiente, es algo que me gusta. Me voy con la bici solo, me hago mis planes… Estoy bien aquí.

¿Qué te aporta Ciruelos?

Muchas cosas buenas. El hecho de conocer el pueblo, que puedo contar con la gente que conozco, puedo contar con la familia que está cerca, el hecho de tener una casa, conocer todo lo que hay alrededor… Lo siento como mi casa. Igual yo ahora me voy de alquiler y para sentir como tuya esa casa tardas un tiempo. Aquí lo siento como mío. El cambio de Barcelona al pueblo ha sido muy fácil, lo siento como mi segunda casa.

Con 33 años, ¿estás redescubriendo el pueblo?

Sí, el hecho de vivir en Ciruelos te hace conocer más cosas. Descubro la gente que vive aquí, me busco mis lugares para conocer…

Que el carnicero y el panadero lleguen hasta la puerta de casa es otra de las ventajas…

Y no sólo eso. También es la calidad que te traen. En la gran ciudad, a saber de dónde viene la carne que compras. Aquí sé que el carnicero seguramente conozca directamente al ganadero. Es producto de primera calidad y, además, te llega a casa.

¿Cómo ha cambiado tu día a día?

En Barcelona, trabajaba durante el día (eso no ha cambiado nada porque estoy encerrado en una habitación con el ordenador) y cuando acababa de trabajar, me busco planes como ir al gimnasio, salir de tiendas, tomar algo con los amigos… Aquí trabajo lo mismo, pero por la tarde cojo la bici y en minuto estoy en pleno campo, viendo animales y cosas que gente de la ciudad igual no ha visto en su vida. Eso me ha cambiado mucho y a mejor porque a mí es lo que me gusta. También me busco otro tipo de planes. Los fines de semana me voy a hacer brasa (barbacoa). También estoy haciendo mi propio huerto, lo que supone bastante trabajo. Es algo que al final se agradece en verano cuando ves que todo ese trabajo te lo puedes comer.

¿Es la primera vez que cultivas tu propio huerto?

Desde cero sí. Tengo ayuda de mi tío, que me va dando indicaciones.

¿Echas algo de menos de Barcelona?

Quizá la comodidad de encontrar las cosas. Se me ha dado el caso de que me falta algo en casa y ahí tienes que pensar en coger el coche para ir hasta Aranda. También el hecho de salir a tomar unas cervezas. Aquí al final soy el único de la cuadrilla que estoy.

Eres el más joven del pueblo…

Puede ser que sí.

Y el primer teletrabajador de la historia de Ciruelos, ¿animarías a más jóvenes a que sigan tus pasos?

Si tienen la posibilidad y a la empresa no le importa en qué lugar del mundo estén, yo sí lo recomendaría. No tiene porqué ser permanentemente, incluso se lo pueden plantear por temporadas. Siempre te puedes venir el medio año que hace buen tiempo. O venirte un par de meses, un poco para catar lo que es la vida rural. Sí que lo recomendaría.

¿Regresarás a la oficina?

No, no. Para ocasiones esporádicas, sí, tipo una reunión muy vez en cuando y ver a los compañeros. Pero para el día a día no. Si me fuerzan a cambiar este estilo de vida, dejo el trabajo antes que volver.

¿Te ves en Ciruelos durante mucho tiempo?

Como mínimo principios del año que viene. Creo que la pandemia no acabará rápido y seguiremos con restricciones. A saber qué puede venir. Me dejo de margen todo este año. El futuro no lo sé, las cosas pueden cambiar mucho.

Mario, el fotógrafo argentino que ha echado raíces en Gumiel de Izán

Llegó a la Ribera del Duero casi por casualidad. Se enamoró del lugar y decidió aparcar su carrera como analista de sistemas para apostarlo todo por su pasión: la fotografía. No fue el único cambio: aterrizó en un municipio de 550 habitantes en pleno corazón de Burgos procedente de una megaurbe como Buenos Aires, con más de 17 millones. Desde entonces han pasado casi 20 años y Mario Pascucci sigue ‘encuadrando’ todo cuanto sucede a su alrededor con la misma curiosidad del primer día. Está convencido de que el arte de fotografiar puede ser un buen aliado para la repoblación. Al fin y al cabo, las imágenes viajan, se regalan, despiertan interés y animan a mucha gente a descubrir la belleza que hay en el medio rural.

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¿Qué tal, Mario? Como se suele decir, ¿qué hace un tipo como tú en un sitio como este?

Es una historia un poco larga. Vine a la Ribera del Duero en el año 2003 por un proyecto en una empresa de aquí. A su vez, desde siempre me había dedicado a la fotografía como afición. Una vez terminado ese proyecto, empecé a hacer lo que me gustaba, que era trabajar con fotografías y decidí volcarme en ello en Aranda.

¿Cuántos años llevas en España?

Ya son 17. Estuve dos años en Aranda, hasta el 2005, y después me mudé a Gumiel de Izán.

¿Por qué Gumiel?

En ese momento, me gustaba mucho la tranquilidad de los pueblos de la Ribera. Vengo de una ciudad muy grande como Buenos Aires, entonces los pueblos nos parecen lugares idílicos. Ese fue un motivo. Y el otro motivo era económico. Comprar algo en un pueblo era más barato que en Aranda. Elegí Gumiel porque me gustó desde que lo vi y está cerca de Aranda.

¿Cómo fue la acogida? ¿Qué recuerdos guardas?

Bueno, fue particular. Hubo mucha gente que conocí apenas llegué al pueblo y tuve una muy buena acogida. Otra gente se sorprendió, parecía que venía como una invasión de otro planeta, especialmente cuando les contaba que quería hacer un proyecto de fotografía o algo cultural. En general, tuve buena acogida. Es un lugar muy bonito para estar.

No suele ser habitual que nadie, sea de donde sea, monte algo cultural en un pueblo…

La mayoría se centra en las ciudades, piensan que es más fácil. Pero yo creo que es al revés. En los lugares donde menos cosas puede haber es más fácil llegar y hacer algo. No hay tanta gente que hace lo mismo que uno. Para mi gusto fue acertado.

¿Cómo surgió tu pasión por la fotografía?

Desde chico me gustó siempre mucho la fotografía. Mi padre, cuanto terminé la escuela primaria, me regaló una cámara de carrete y empecé a hacer mis fotografías. Como me gustaba viajar, hacía bastantes fotografías en los viajes y después me armaba libros con las fotos. La primera vez que vine a Europa, en 1985, me compré una cámara mejor y empecé a hacer más fotos. Tuve una afición más fuerte y una revista de Argentina vio esas fotos de Grecia y publicó toda una serie de mis fotografías. Ahí empezó un poco el camino. Participé en muchos concursos hasta que hice la carrera de fotografía en el Fotoclub Buenos Aires. Ahí estuve estudiando cuatro años. Al mismo tiempo trabajaba en informática como analista de sistemas. De hecho, por eso vine a Aranda.

La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían

Siempre una mente inquieta.

Siempre, toda la vida.

¿Cuántos países has recorrido con la cámara?

Muchos, la verdad es que muchos. Tuve la suerte por mi trabajo de viajar mucho y por afición también recorrí India, Tailandia, Rusia, Cuba, casi toda América Latina, el norte de África y de Europa visité casi todos los países. Y siempre sacando fotos. Cuando volvía a Argentina esas imágenes se ofrecían a revistas, concursos, hice exposiciones… Era muy difícil vivir de la fotografía. Entonces uno tenía que tener otro trabajo. Hasta que vine a Aranda de Duero y lo intenté.

¿Lo apostaste todo a la fotografía?

Sí. Es duro porque cuando uno trabaja por su cuenta está las 24 horas del día pensando cómo cubrir gastos. Pero también es divertido y hacer lo que a uno le gusta es lo más importante en la vida.

De todos los países que conoces, ¿cuál es el que más te ha impactado?

Son muchos. Para vivir me encantó siempre España. Tuve la suerte de venir y quedarme aquí. Me gusta por todo. Después un país que me impactó mucho fue India, es como un mundo aparte, muy fotográfico. También me gustan Perú y Brasil, que tienen mucho encanto. Pero el que más me impactó fue India.

En Gumiel creaste tu propio taller, En-Cuadra. ¿Qué historia hay detrás?

Cuando vine a Aranda y decidí dedicarme a la fotografía, el primer proyecto que hice fue un libro de fotografías a color, que coincidió con la compra de mi primera cámara digital en 2003. Me di cuenta de que en Aranda no había ningún libro de fotografías a color. Me puse a trabajar en él y una vez terminado -se vendieron unos 4.000 ejemplares-, empecé a dar cursos en Aranda. Armé un taller, que fue muy aceptado. De ahí salieron muy buenos amigos. Ese primer taller lo hice en Caja de Burgos. Luego, una vez mudado a Gumiel, lo daba en la cuadra de la casa que compré. La restauré toda y ahí empezamos a hacer talleres y cursos.

Con todos los amigos que fueron participando en el taller nació la idea de formar un grupo llamado ‘En-Cuadra’ por lo de encuadrar con la cámara y también por estar en la cuadra. Montamos una asociación cultural más amplia. No me gusta quedarme en una sola cosa. Empecé a llevar fotografías a eventos culturales y así fue como nació la Asociación En-Cuadra en 2009.

A día de hoy, ¿qué proyectos habéis realizado?

Uno de los más importantes fue la feria Arte Aranda, que duró unos seis años. Se dejó de hacer por unas cuestiones que nunca entendimos muy bien. También logramos tener un espacio en Aranda, que es donde damos cursos, hay un estudio de fotografía, una sala con bibliografía, materiales para enmarcar… Ahora ya estamos trabajando para el año que viene: seguiremos haciendo talleres en Aranda, salidas fotográficas y un encuentro cultural en Gumiel durante seis o siete viernes de verano con artistas de todos los lados, algunos de Argentina. En el mismo encuentro se hacen exposiciones de fotos, alguna actividad solidaria…

Creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías

¿Cuántos alumnos ya han pasado por tu taller?

Son más de 1.000 personas. También he dado talleres en algunos pueblos de la Ribera. Desde 2013 también me voy un periodo a Buenos Aires para dar cursos.

¿Qué te sigue inspirando después de tantos años?

Me inspiran las novedades. Eso sí, uno tiene periodos. Por ejemplo, a mí esta cuarentena no me inspiró mucho. Me inspira mucho viajar, conocer culturas nuevas… es lo que más me inspira a la hora de hacer trabajos fotográficos. Puede ser un pueblito nuevo de por aquí cerca.

Hablando de pueblos, ¿qué municipio de la Ribera recomendarías para hacer fotos?

Vamos mucho a Peñaranda de Duero o a Peñafiel, son dos pueblos muy fotográficos. La propia Aranda tiene rincones muy bonitos. También Gumiel, Silos, Covarrubias… En Soria, El Burgo de Osma. En Segovia, Maderuelo, Pedraza, Sepúlveda… Estamos rodeados de lugares preciosos.

Como fotógrafo, ¿qué luz dirías que tiene Buenos Aires y qué luz tiene Gumiel?

Buenos Aires tiene una luz más bien gris, de melancolía, nostalgia… Y Gumiel tiene una luz más cálida, con atardeceres más limpios.

A nivel personal, ¿qué te da Gumiel que no te ofrezca Buenos Aires?

No existe el lugar perfecto en el mundo. No lo hay, al menos en mi opinión. Gumiel tiene mucha tranquilidad, mucha paz, tiene luz, tiene aire y la posibilidad de estacionar el coche donde quieras sin problema. Tiene lo básico como para estar bien: farmacia, carnicería, banco, dos tiendas… En cambio, Buenos Aires tiene toda la vida cultural, movimiento… Tiene lo bueno, pero de eso a veces uno se cansa.

Como decíamos antes, Mario es autor del libro de fotografías ‘Aranda de Duero, hoy y siempre’. ¿Cómo crees que ha cambiado Aranda desde que llegaste hasta ahora? ¿Cómo lo ves desde tu objetivo?

Creo que ha cambiado para peor. Algunas cosas no: han puesto algunos parques y ciertas cosas más modernas, pero todo con un estilo que no respeta las tradiciones y la arquitectura. Igualmente, creo que Aranda mantiene la cosa de la tranquilidad que tienen los pueblos. Es una ciudad con todo en la que se puede caminar tranquilo, un lugar con buena movida por las noches… Pero creo que siempre los lugares cambian y, a veces, no se respeta mucho lo tradicional. Un ejemplo de esto es cómo era antes la plaza con su fuente. Ahora con tanto cemento no me gusta.

Después de este libro publicaste otro, que es una colección de postales también de Aranda.

Lo publiqué paralelamente. Es una colección de 36 postales en una caja de madera. Se trata de una selección de fotos del libro, que gustó mucho. No eran postales muy vendibles, sino en papel más fotográfico. Tuvieron su encanto.

Has hecho muchas exposiciones a lo largo de tu carrera. ¿De qué tema te gustaría que fuese la próxima?

Elegiría, hoy por hoy, algo sobre África. Otro tema que me gustaría abarcar son las migraciones. En cualquier caso, temas más sociales.

Hay que recordar que ya hiciste una exposición sobre el pueblo sahararui.

Sí, también hice un libro. Fue una muy buena experiencia. Tiene que ver mucho con lo social. Estuve en los campamentos de refugiados en 2005 y marcó un antes y un después en mi vida. Realmente es una experiencia que te hace un clic en la cabeza.

Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones

¿Dónde puede encontrar la gente tus fotografías?

Tengo Facebook e Instagram, y también en la web www.mariopascucci.com. Ahí está subido todo mi trabajo.

Como habitante rural y buen conocedor del territorio de la Ribera del Duero, ¿qué crees que haría falta para que no se vaya más gente y atraer talento?

Creo que hay que apoyar las iniciativas culturales. A los pueblos les faltan incentivos a la cultura. Con cultura no me refiero a las fiestas, eso es una cosa que está muy bien. Pero yo me refiero a llevar y apoyar proyectos culturales. Hay mucho por hacer, pero todo está ligado con presupuestos económicos y políticos que apuesten o no por determinadas cosas.

Tenemos mucha manía de medir todo únicamente en base al beneficio económico…

Mucha, a pesar de que hay cosas en las que el beneficio no se ve. Después también está la lucha contra la nueva forma de vida en la que la gente tiende a aglutinarse en las ciudades. Tiene que haber una política más por arriba que dé oportunidades a la gente de ir a los pueblos.

Y que nosotros mismos cambiemos de mentalidad.

Claro. En mi caso tenía mis dudas. Muchos me decían que por qué no me iba a Madrid o Barcelona. Pero eso era perderse en una multitud y por ello elegí irme a un pueblo. A raíz de la cuarentena, ha quedado demostrado que los pueblos son un buen lugar para vivir para todos aquellos que pueden teletrabajar. Sin embargo, eso tiene que ir ligado con incentivos para las personas. Una de las cosas negativas es la falta de transporte. Muchos pueblos apenas tienen un autobús a la semana.

¿Crees que la fotografía puede ser un buen aliado para fomentar la repoblación?

Sí, completamente. Lo ha sido bastante en el último tiempo, sobre todo, desde que nacieron las cámaras digitales y las redes sociales. La fotografía redescubrió para muchos lugares que no se conocían. Hoy por hoy todo es imagen y la imagen puede transportarte a cualquier lugar. Es la manera de que la gente se pueda animar a descubrir la belleza de muchos pueblos. De hecho, creo que cada pueblo debería tener un buen libro de fotografías, algo que hice hace dos años en Gumiel de Izán, lo que fue muy apreciado por el pueblo. Ese libro viaja, lo regalan, la gente ve lo lindo…

Ya para acabar Mario, ¿qué deseo pedirías para los pueblos?

Vuelvo a insistir: me gustaría que se apoye más la cultura en los pueblos, que la gente descubra y valore las historias, que están en las piedras, en las ventanas… A veces se tira todo abajo y se hace nuevo. La gente destruye mucho, quizá por no saber valorarlo. Habría que apreciar todo un poco más, especialmente las tradiciones. Trato de llevarlo a través de la imagen para que se valore.

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